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El triunfo de la dignidad: una entrevista con Óscar Figueroa

El medallista de oro de Río 2016 le contó aspectos inéditos de su vida a Mauricio Silva.

La vida de Óscar Figueroa personifica y dibuja el contraste de Colombia: un país precioso y generoso, pero furioso y escabroso como pocos.
Por un lado, es un dignísimo afrodescendiente que en su niñez fue pescador, sembró la tierra y trabajó en la minería artesanal. Un muchacho sano y correcto que, a fuerza de superación, se convirtió en un atleta brillante que no solo triunfó en su disciplina sino que alcanzó la más alta distinción deportiva cuando, el 8 de agosto de 2016, se colgó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Y, por otro lado, es un campesino que –como muchos colombianos de finales del siglo XX e inicios del XXI–, padeció la violencia del conflicto armado, la violencia intrafamiliar y la violencia del desplazamiento.
Cuando era niño, Óscar tuvo que lidiar en una finca de Zaragoza, Antioquia, su tierra natal, con la presión, crueldad y sevicia de los grupos armados: las Farc, el Eln y los paramilitares. De su memoria jamás desaparecerán escenas abominables, como cuando presenció en su finca que, frente a su familia, miembros de un grupo armado decapitaron a su vecino, el padre de sus amigos de infancia.
O cuando, luego de soportar sistemáticamente la violencia física de su padre contra su madre, tuvo que maquinar un plan para huirles –para siempre– a los maltratos físicos y psicológicos de su viejo alcohólico que, cada vez que se embriagaba, violentaba su hogar.
O cuando, a la edad de 11 años –bajo la condición de desplazado–, comenzó una nueva vida en Cartago, Valle, donde, aun siendo niño, pasó hambre, lejos de la abundancia del campo, y se hizo jardinero y obrero de construcción.
Pero su vida delirante también encarna a un país posible. El gran Óscar Figueroa, además, es producto de esa otra Colombia que es compasiva y generosa, representada en este caso por la Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, que lo acogió, lo alimentó, lo educó y le abrió camino en el deporte.
Porque en la práctica deportiva, el joven antioqueño no solo encontró su salvavidas, sino su trampolín al éxito. Su carácter férreo y su dedicación lo llevaron a ser una figura del deporte mundial. Y así lo dicen sus títulos: primer campeón mundial juvenil de pesas para Colombia (2001), primer campeón mundial en categoría mayores (2011), primer y único colombiano con récord olímpico (2012) y primer campeón olímpico masculino del país (2016). En resumen, el mejor pesista colombiano de todos los tiempos.
Esta es la increíble historia de Óscar Albeiro Figueroa Mosquera, un campesino afrodescendiente que se crio con leche recién ordeñada, estufa de leña y lámparas de petróleo en una finca del Bajo Cauca antioqueño; que pasó de la exuberancia bucólica a la escasez citadina; que, como última opción de vida –y he aquí su heroísmo–, decidió hacerse imbatible en las pesas; que fue considerado un deportista problema para Coldeportes; que hizo el curso completo en cuatro olimpiadas hasta que coronó el sueño dorado; que hoy tiene 33 años de edad; que mide 1.65 metros; que está por terminar sus estudios de administración de empresas y que, desde hace cuatro años, devuelve lo bueno que le dio la vida al liderar y pagar de su bolsillo la notable Fundación Levantando Sueños.
Este es el relato de un hombre que allá arriba, en el pódium de Río 2016, lloró como un niño y, de paso, hizo llorar a su pueblo que entendió, con ese gesto conmovedor, una cualidad que también forma parte de este país: la dignidad.
Su llanto en el podio en Río 2016 fue, probablemente, el llanto deportivo más digno que ha visto este país. ¿Qué venía en esas lágrimas?
Lloré así porque entendí que todo lo difícil que fue mi vida, antes de ese podio, valió la pena. Toda mi historia, tan jodida, se representó ahí.
A Río llegaremos, pero vamos al inicio de todo. ¿De dónde viene su familia?
Entiendo que mi padre es de Istmina [Chocó] y mi mamá es de Playa de Oro [Chocó].
¿Por qué ellos terminaron en Zaragoza, Antioquia?
Mi mamá vivía en Cartago [Valle], ya que Cartago es un receptor de gente del Pacífico. A la edad de 22 o 23 años se fue para Zaragoza por el auge del oro en esa parte del Bajo Cauca antioqueño. Pienso que fue a buscar el “camello” y allá conoció a mi papá, que ya estaba ahí hace algún tiempo.
Óscar Figueroa ganó el oro en los juegos olímpicos Río 2016.
Entiendo que su papá había formado una familia antes de formar la suya. ¿Cuántos hermanos son en total?
De su familia anterior, siete hermanos. Después, con mi mamá, tres hijos más: dos hombres y una mujer. En total, somos diez.
Alguna vez usted dijo que más que un deportista, era un campesino. ¿Cuál y cómo fue su verdadera relación con el campo?
Me crie en tierras totalmente vírgenes del Bajo Cauca antioqueño, que, hasta donde sé, todavía no se han contaminado. Un lugar donde, tranquilamente, uno se levantaba por la mañana y preparaba su propio desayuno lo más fresco que pudiera haber. Era irse uno a los palos de naranja y a los palos de mandarina a bajar las naranjas y mandarinas para hacerse un jugo fresco. Era meter el recatón en la tierra y sacar un puñado de lombrices o coger la vara de pescar, tirarla y sacar una zabaleta o dorada de una, dos o tres libras. Era ir a cortar el gajo de plátano o banano y acompañarlo con el queso que mi mamá hacía con la leche de la finca. Todo allí era fresco, era una granja autosuficiente.
Entiendo que conoce a profundidad los procesos de la agricultura.
Sé sembrar de todo: yuca, maíz, plátano, banano, habichuela, fríjol, alverja, repollo, remolacha, zanahoria, arracacha, fresa, naranja y mandarina. Sé los ciclos y los abonos naturales para no tener que utilizar químicos. Todo eso me lo enseñó mi papá. Soy un campesino.
Y también conoce los trucos de la minería artesanal del oro, ¿cierto?
Mi papá nos puso a trabajar desde chiquitos, ahí mismo en la finca, en las orillas del río Pocuné. Hacíamos una minería artesanal, responsable y amigable con la madre tierra, no como hoy, que las grandes empresas de minería ilegal arrasaron con mi región. Nosotros, en el lugar que trabajábamos, luego reforestábamos. ¿Cómo íbamos a atentar contra nuestro sustento?
Pero tuvieron que marcharse por la violencia. O, mejor, por dos violencias: la de los grupos alzados en armas y la intrafamiliar. Hablemos primero de cómo el conflicto armado los afectó.
Vivíamos en medio de una guerra entre tres frentes: el Eln, las Farc y los paramilitares. Era bastante angustiante porque ayudabas a las Farc, o ayudabas al Eln, o ayudabas a los paramilitares, y si te negabas a colaborar, pues obviamente te asesinaban. A muchas familias las extinguieron de esa manera.
¿Cuál fue la peor situación que padecieron en ese sentido?
Fue muy doloroso ver cómo decapitaron al vecino porque había escondido a sus hijos, a los amiguitos con los que yo jugaba en la finca. Haber visto eso en persona es desgarrador, muy desgarrador. Imagínese uno a los diez años estar viviendo ese tipo de experiencias.
¿Cuál fue el grupo armado que cometió ese crimen?
La verdad no recuerdo muy bien qué grupo era, pero creo que eran los del Eln. Nos reunieron a todos, dijeron que iban a llevarse los muchachos para reclutarlos y el vecino los escondió. “¡Que dónde están!”, le reclamaron. Y ahí sucedió. Nos tocó ver eso.
¿Y a su familia la violentaron?
Los “elenos” llegaban a la finca de nosotros y saludaban muy bien a mi papá. No sé qué relación tendrían con él, pero, gracias a Dios, nunca nos tocaron. Solo los vi desfilar muchas veces.
Hablemos ahora de la violencia intrafamiliar, que también los hizo huir de esa tierra.
Mi padre era una persona de un carácter muy fuerte, así nos crio. Pienso que en su momento uno de “pelao”, inocente, lo ve muy duro, muy fuerte, pero también pienso que esa formación nos llevó a construir una personalidad y un carácter muy firme para asumir las cosas en la vida, buenas o malas, y para ser hombres íntegros, con decisiones determinantes. De allí, me imagino, vendrá un poco mi personalidad, mi fortaleza mental, mi fortaleza espiritual y personal…
Pero también hay dolores imborrables, Óscar…
Sí, pero es cuestión de seguir adelante.
¿Por qué abandonaron a su padre?
Por el maltrato de él con mi madre. Igual, con nosotros era bastante fuerte. A mí casi no me pegaba, pero pues sí me regañaba mucho y nos reprendía bastante. Con mi mamá a veces había maltrato físico y uno como hijo eso lo nota. Son cosas dolorosas.
¿Cómo abandonar a un hombre violento?
Fue todo un esquema logístico. Como nosotros también trabajábamos la minería, además de la agricultura, fuimos escondiendo pedacitos de oro, y de esa manera pues nos fuimos armando ese botín [risas]. Con mis hermanos y mi mamá, cada uno guardaba una piedrita de oro. Cuando él no estaba porque se iba a mercar o algo, íbamos a “barequiar” y de esa manera fuimos ahorrando un poco.
¿Por cuánto tiempo ahorraron?
Unos dos meses.
¿Y cuál era el plan?
Reunir ese oro, venderlo, conseguir lo de los pasajes y empezar una nueva vida. Esa era la idea y así lo hicimos.
¿Quién tuvo la idea?
Yo, porque ya no aguantaba más ver a mi mamá en esas condiciones. No aguantaba verla sufrir.
¿Cómo lograron huir de él?
Un día se fue a mercar y, apenas salió, nos fuimos. Habíamos calculado que él se demoraba cuatro horas. Salimos de la finca al puerto para coger la chalupa y llegar hasta Zaragoza, que era hora y media a pie, tiempo suficiente para marcharnos.
¿Y allá vendieron el oro?
No, lo vendimos en El Bagre [Antioquia], donde vivía un tío de nosotros, Luis Ernesto Mosquera, que ya estaba avisado. En Zaragoza se vendieron dos gramos para coger la chalupa y en El Bagre mi tío le ayudó a mi mamá a vender el resto del oro. Allá pasamos esa noche y al otro día, en la mañana, arrancamos para Caucasia. De Caucasia arrancamos en bus de inmediato para Medellín y de Medellín nos fuimos a Cartago. Llegamos al barrio Bellavista, mi tía Aleida nos esperó allá. En dos días hicimos toda la vuelta.
¿Y todo salió derecho?
No todo. Cuando llegamos a El Bagre, a la casa de mi tío Lucho, cayó una tempestad horrible. Yo llevaba una perrita que se llamaba Marquesa, una cachorrita de cuatro meses. La quería muchísimo y ese día cayó un rayo cerca a la casa y la perrita, que estaba en el piso, se electrocutó. El rayo me la mató.
¿Volvió a saber de su papá?
Él nos buscó mucho tiempo, pero nadie le dijo dónde estábamos. Luego, mi hermano Wilson lo buscó y se reencontró con mis hermanos mayores. A través de él, ellos lograron comunicarse conmigo, pero resulta que en ese entonces, en 2001, ya mi papá padecía de cirrosis por alcohólico. Yo decía: “Todavía no voy por allá, cuando lo sienta, voy”. El día que me decidí ir a verlo, me dijeron que había muerto el día anterior. Yo iba a ir un viernes y murió un jueves, llegué fue al entierro.
¿Cómo fue construir una nueva vida en Cartago?
Mi tía nos había conseguido la piecita para vivir. Con la plata que teníamos nos alcanzó para tres meses de arriendo y de mercado, entonces mi mamá empezó a trabajar en casas de familia.
Sé que la pasaron mal. ¿Cuál es la imagen más dura que resume ese periodo?
Llegamos a tener para comer solamente un pan de 200 pesos y agua con azúcar. Un pan de 200 para los cinco, que lo partíamos en rodajitas, y con eso teníamos que irnos a dormir. Al otro día, al desayuno para irnos a la escuela, se repetía: un pan y agua con azúcar.
¿Por qué cinco personas?
Porque mi mamá recuperó a un hijo suyo que había dejado en Cartago, entonces pasamos de ser cuatro a ser cinco: un pan para cinco.
Al año siguiente de haber llegado, usted ingresó a la Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, una enorme obra de caridad que recibe a niños de bajos recursos en Cartago. Ahí cambió su vida, ¿cierto?
Una conocida de una tía, que se compadeció de nuestra situación, nos llevó a mí hermano y a mí. Allá recibimos todo, yo me debo a ellos. Esa fundación nos salvó y nos hizo.
¿Es cierto que por las tardes usted se hizo jardinero?
Un tío mío me prestó un machete y conseguí una estopa. Me fui a un almacén de una harinera y pedí que me regalaran un costal y con ese costal me iba para los barrios de estrato 5 y 6 a arreglarles los jardines, a podarles. Tenía 13 años. De esa manera, con mi hermano Wilson, empezamos a aportar. Es que teníamos que hacer algo. Había otras opciones, pero preferíamos la opción sana.
¿Cuándo conoció las pesas?
A los doce o trece años. Pero en ese tiempo no tenía los recursos para entrenar, tenía que seguir trabajando.
¿Cuándo tomó el deporte como opción real?
Un día nos fuimos a hacer un garaje en una loma y eso fue durísimo. A la semana, yo ya tenía las manos ampolladas. Entonces llegué a la casa y le dije a mi mamá: “Yo mañana no voy a trabajar, mire cómo tengo las manos”, y me agarré a llorar. Tenía 14 años: “Esta no es la vida que yo quiero y así tampoco le voy a dar la vida que quiero darle a usted, ahora sí me voy a poner juicioso a entrenar”.
¿Y dónde y cómo comenzó todo?
Yo había hecho natación, karate y atletismo. Fue el profesor José Puerta, un “profe” de atletismo, el que me dijo: “Usted sirve es para levantamiento de pesas”. Entonces, en ese momento, me fui al coliseo de La Isleta. Yo entré, pregunté que dónde eran las pesas, dije que quería entrenar y Damaris Delgado, mi primera “profe”, me dijo: “Venga pues, haga este ejercicio”. Me puso a hacer sentadilla: yo pesaba 32 kilos y ese día hice 65 kilos de sentadilla. ¡Noooo, mejor dicho! Damaris quedó superencantada. Me dijo: “Usted es un talento natural, siga viniendo”.
Y a los seis meses ya era un campeón…
[Risas]. Sí. Es que fue muy motivante mi situación y, la verdad, me puse las pilas y, en seis meses, ya estaba en los juegos departamentales de Jamundí 1997. Hice un par de récords.
Las fotos dejan ver que por entonces usted era muy flaco. ¿Cómo consiguió recursos para mejorar la alimentación y aumentar la capacidad física?
Damaris me ayudaba con la comida y yo seguía arreglando jardines en los barrios.
¿Qué tan pobres eran las condiciones del gimnasio en Cartago?
¡A ver! Uno iba a la esquina donde había un hueco y de allí sacaba polvo porque no teníamos magnesio. El apoyo era nulo, escasamente nos daban para los campeonatos departamentales. Era con polvo que agarrábamos la barra.
Dos años después usted se convirtió en campeón nacional. Entonces le pusieron los ojos encima para llevárselo a Cali. ¿Cómo dio ese salto?
En julio de 1999, en Pereira, en los Juegos Nacionales Intercolegiados, fui la estrella y me convertí en el fenómeno de las pesas. El 11 de octubre de 1999 llegué a Indervalle, en Cali. Todavía tengo esa fecha presente como si fuera ayer.
¿Es cierto que la figura de Eddie Murphy lo inspiró?
[Risas] Yo vi en la televisión una película de Eddie Murphy que se llamaba Boomerang. Él salía con unos trajes muy elegantes. Yo me decía: “Así como ese negro me quiero vestir”, pero sabía que trabajando de jardinero nunca lo iba a lograr. Entonces me dije: “Me voy para Cali. Allá voy a ganar plata y me voy a vestir como Eddie Murphy”.
¿Cuándo comenzó a devengar un sueldo por cuenta de las pesas?
Cuando quedé de campeón mundial juvenil, en el 2001, en República Checa.
¿De cuánto fue ese primer sueldo?
$718.000, más comida. Pero me lesioné de la rodilla y, para ellos, como que ya no servía o algo así. Me quitaron todo el apoyo. Coldeportes me dejó de apoyar, me dejó de apoyar el Comité Olímpico y me dejó de apoyar Indervalle.
¿Por qué se lesionó?
Por las concentraciones y entrenamientos exhaustivos del entrenador Gantcho Karouskov que atentaban contra la salud de todos los deportistas. Siempre fue así. Tuve una degeneración en el tendón patelar por estrés laboral y eso me llevó a una cirugía.
Entonces el Ejército lo llamo a filas… A las filas del equipo deportivo de las Fuerzas Armadas. ¿Cuánto tiempo estuvo en el Ejército?
Veintidós meses. Yo juré bandera, estuve tres meses más en las filas y ya de ahí me sacaron para el equipo. Estuve en los Juegos Nacionales de Cundinamarca en 2004 y me fue superbién: tres oros para las Fuerzas Armadas.
Usted clasificó a los Juegos Olímpicos Atenas 2004 y estuvo muy cerca de una medalla, ¿qué pasó?
Que perdí el podio por 30 gramos, lo que hay en un sobre de azúcar.
¿Qué pasó en Beijing 2008? Porque hubo toda una novela en torno de su lesión…
Primero, tuvimos una concentración en Bulgaria muy estresante. Yo llegué en un grado de estrés impresionante, al punto de que me salió una hernia cervical. A veces yo iba caminando y me caía, me dolía el brazo, no lo sentía. Ya en Beijing, cada vez que iba a levantar la barra me soltaba, no tenía la fuerza, no tenía el agarre. Fue un momento muy frustrante. Muchos decían que era un fracaso, pero yo no lo tomé como un fracaso. Luego me operaron y me liberaron nuevamente los nervios, de esa manera pude volver a sentir la mano.
Momento de la lesión de Óscar Figueroa en los Juegos Olímpicos Beijing 2008.
Fue famosa su mala relación con Gantcho Karouskov, el entrenador búlgaro de la selección nacional, que, según entiendo, se acabó de dañar en Beijing. ¿Qué fue lo que pasó?
Después de Beijing 2008 él mismo se encargó de desprestigiarme, de decir que la lesión había sido mi culpa porque yo no había querido quedar campeón olímpico. Desde ese momento yo dije: “No vuelvo a trabajar con un entrenador extranjero, o es colombiano o me retiro de las pesas y miro a ver qué hago”. En la fundación Teresita Cárdenas de Candelo yo había aprendido muchas cosas: carpintería, panadería y culinaria. Yo dije: “Pues me le apunto a la panadería, pero lo que es con ese señor, no vuelvo a entrenar”. Me paré en esa posición.
¿Ahí nació su fama de deportista conflictivo?
Entre el año 2003 y el año 2009 yo denuncié muchísimos casos de abuso personal y físico. Hasta que, finalmente, se cansaron de ese entrenador y de todos los problemas que estaba acarreando y decidieron sacarlo. Entonces entró el profesor Oswaldo Pinilla, mi entrenador en el Ejército. Ahí empezamos a caminar y ya las cosas fueron muy diferentes.
¿Qué fue lo fue más molesto que vivió con Gantcho Karouskov?
Llegó a decirnos que solo pensábamos con la boca y con el estómago, que éramos unos muertos de hambre. ¿Que un extranjero venga a tratarte a ti de muerto de hambre en tu propia tierra y tú aplaudiéndolo? ¡Nooo…! ¡No hay derecho a un abuso de esos!
¿Gantcho se fue por usted?
Sí, claramente se fue por mí, porque empecé a perseguirlo a él y a la Federación. Yo denunciaba todo, no me callaba nada. Lo denunciaba ante la prensa y mandaba informes ante el Comité Olímpico y ante Coldeportes. Todo porque siempre trabajé en pro del buen desarrollo del deporte, del buen trato a los deportistas. Primero la persona antes que un fabricante de medallas. Es un tema de respeto.
¿Cuál fue su mayor pelea con la Federación de Pesas?
Cuando Gantcho le pegó una cachetada a una de nuestras compañeras, a Mercedes Pérez, porque no había dado el peso corporal. Varios nos le fuimos encima para pegarle, para que dejara de ser atrevido y respetara, pero un auxiliar, José Oliver Ruiz, nos detuvo. Ese día yo armé la hecatombe y dije: “No vamos a ningún campeonato mundial y no vamos a ir a los Juegos Centroamericanos”. Llegó Everth Bustamante, director de Coldeportes, a negociar con nosotros y le dijimos: “Gantcho no va con nosotros al mundial y después del mundial no lo queremos volver a ver más en la Selección Colombia”. Finalmente logramos sacarlo, aun cuando Gantcho me alcanzó a decir: “Yo tengo todo el respaldo del Comité Olímpico y de Coldeportes. Primero te vas tú de la Selección Colombia”. Yo le dije: “¿Ah, sí? Pues yo soy de Colombia, y aquí estoy y aquí me voy a quedar. Primero se va usted”.
¿Dónde fue esa discusión?
En el coliseo María Isabel Urrutia, en Cali.
Pero no solo por eso lo llamaron problemático a usted. ¿Cree que lo persiguieron por otras cosas?
Claro. Había unos dineros perdidos, había muchas cosas embolatadas y por eso intervinieron la Federación. Yo denuncie, llamé a la prensa, volví a denunciar y se destaparon muchas ollas podridas. Mejor dicho, fueron los peores años de levantamiento de pesas. Y precisamente, por todo ese tipo de denuncias que yo hice, se esclarecieron muchas cosas. Son cosas muy positivas que hoy estamos viviendo en el levantamiento de pesas colombiano.
¿Cuándo ganó su primer mundial de mayores?
En Francia, en 2011, cogí el primer oro. Y en 2013, en Polonia, me coroné campeón absoluto.
¿Por qué cree que se le escapó el oro en Londres 2012, más allá de la grandeza que significa una plata olímpica?
Me mataron las emociones. Yo estaba muy bien preparado para el oro, pero me llené de nervios, por la presión de mi entrenador. Era el “qué dirán los dirigentes deportivos que están en contra mía”, porque durante 2003 y 2011 fui muy crítico con ellos, yo denunciaba y no me callaba nada. Era también el fantasma de Beijing, la tensión del contrincante y la tensión de los jueces…
En Londres 2012, Óscar Figueroa levantó 177 kg para lograr un récord olímpico en envión y la medalla de plata por el total de 317 kg levantados.
¿Qué fue lo que hizo para lograr el oro en Río? Técnicamente, ¿en qué se superó?
Con mi entrenador enfatizamos mucho en la modalidad de arranque y en mejorar unas cositas en la técnica. En esos cuatro años logramos mejorar cinco kilos en la marca. Lo que hicimos fue aprovechar que estábamos muy fuertes en envión, preocuparnos un poquito más por el arranque y de esa manera no dejarnos coger tanta ventaja para poder ser campeones absolutos en la olimpiada. Esa fue la estrategia de cuatro años.
Pero en enero de 2016, seis meses antes de los Olímpicos, a usted le hicieron una microcirugía en las vértebras lumbares L4 y L5. ¿Pensó que no iba a llegar a Río? ¿O que se le iba a embolatar el oro?
Al contrario. El doctor Jorge Felipe Ramírez me operó por las costillas, sin abrirme la espalda y eso permitió reintegrarme a mis funciones normalmente. Yo salí tranquilo para mi casa y a las dos semanas estaba entrenando. Esa medalla no me la quitaban.
Usted rompió un récord olímpico en Londres 2012 con 177 kilos. En Río de Janeiro, más allá de la medalla de oro, hizo el intento de romperlo pero no lo logró. ¿Qué pasó?
Era el tercer intento. Yo ya había hecho 176 kilos y con eso aseguré el oro. Me fui a 179, pero en ese momento se me vinieron todos mis 22 años de carrera deportiva a la cabeza, se me vino toda mi historia, desde Zaragoza hasta cuando salí de Cartago, cuando llegué a Cali… Todos esos pensamientos me pasaron por la cabeza en milésimas de segundo: todas las dificultades, los dolores de espalda, las humillaciones por parte de los dirigentes deportivos, los abandonos… Todo se me vino en esos segundos. Esa emoción no me permitió hacer los 179.
Óscar Figueroa en el podio de Río 2016.
¿Cómo es que usted llega a hacer parte del Museo Olímpico en Lausana, Suiza?
Cada cuatro años en los Juegos Olímpicos se escogen cinco deportistas de los cinco continentes y, de acuerdo con su trayectoria deportiva y con su historia de vida se clasifican para hacer parte del Museo Olímpico en Suiza. Entonces le piden a uno que done una de sus prendas. Yo dejé las botas.
¿Usted quiere ser el presidente de la Federación de Pesas de Colombia?
Sí, quiero ser el presidente de mi Federación para enseñarles a manejar bien mi deporte.
Entiendo que usted es un hombre que medita en el silencio del campo y que camina descalzo sobre la hierba.
¿Sigue apegado a la naturaleza?
Lo que pasa es que de chico, en la finca, siempre me salía al patio y me acostaba en el pasto a ver la luna. Eso me relajaba muchísimo porque yo sentía ciertas vibraciones energéticas. A mí se me paraban los pelos viendo la luna y era como si me llegaran mensajes, cosas positivas, como diciéndome: “Usted es el mejor de la familia”. Siempre tuve buenos mensajes por parte de la naturaleza, y ahora, de adulto, retomé ese tema. Empecé a leer mucho más sobre la naturaleza, sobre los ruidos energéticos y la estabilización de la madre tierra. He ido conociendo ciertas cosas de la meditación, empecé a abrazar árboles y a sentir ese fluido energético que va a través de la savia. Cuando estaba muy estresado, cuando había peleado con Gantcho, entonces lo que hacía era quitarme las botas, las medias e irme a caminar un rato a pie descalzo en el pasto. Así se siente cómo uno va liberando esa tensión en el cuello, en el trapecio, en el estómago… Así uno se va sintiendo libre de todo ese fluido energético negativo.
¿Dejó de ser un tipo beligerante?
A mí la vida me ha enseñado que con decencia podemos exigir. Yo no logré los cambios en el deporte con los escándalos ni peleas, sino siendo más diplomático, con mucha más educación.
¿Su carrera universitaria de administración de empresas, de la que se va a graduar pronto, le ha ayudado en ese sentido?
Claro, el haber entrado a la universidad y el haberme formado me sirvió muchísimo para expresarme diferente. Ya las peleas las doy de manera educada e inteligente. Hoy, muchas de las exigencias que Óscar Figueroa hacía en su momento, cuando era el “deportista problema”, Coldeportes las ha implementado como una obligación.
A usted le tocó muy jodido en todo sentido, pero alcanzó el éxito. ¿Su fundación Levanta Sueños es su manera de retribuir?
La Fundación Levanta Sueños, en Palmira, inició después de Londres 2012. Yo siempre había querido hacer algo para retribuir lo que me dio la Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, porque yo doy fe de cómo se cambia una vida y sé que todo valió la pena. Yo soy el campeón olímpico de nuestro país y soy un ejemplo de inspiración, de superación personal. Entonces, así como yo pude salvarme a través de la Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, tengo fe en que puedo también salvar a muchos otros.
Todo parece indicar que lo suyo es el triunfo de la dignidad, ¿cierto?
Puede ser. Me han malinterpretado, pero siempre he sido un hombre digno.
MAURICIO SILVA GUZMÁN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 59 - DICIEMBRE 2016
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