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Bocas

Memorias interrumpidas

El veredicto de Nina - Noviembre 2017

Jose Jaramillo
La memoria está tejida de un material muy frágil que comparte las propiedades elásticas del tiempo: como si de un acordeón se tratara, se expande y se contrae, siguiendo el ritmo del aleteo de una mariposa. La memoria es multisensorial y es tan poderosa que el recuerdo de un sabor puede hacer despegar un libro como En busca del tiempo perdido, donde el olor de una magdalena detona el dispositivo narrativo de una de las novelas más importantes de nuestra historia.
Hablando de Proust y de su obra magna, un nuevo recuerdo –en este caso, un recuerdo visual– empieza a pasear por mi mente mientras escribo esta columna para la revista BOCAS. Mi memoria me sitúa en el barrio de Chelsea, en Nueva York, más concretamente en una universidad en la que fui alumna. Me encuentro de pronto en el Fashion Institute of Technology (FIT), en el piso inferior una exposición extraordinaria me hace viajar en el tiempo y a través de las páginas de una novela: en “La musa de Proust, la condesa de Greffulhe” tuve la sensación de pasear entre fantasmas para poder abrir los armarios de una mujer elegante y aristócrata que en el París de finales del siglo XIX y principios del XX sedujo a más de un hombre con prendas creadas por Worth, Poiret, Nina Ricci o Jean Lanvin. El genio de Proust hizo inmortal a esta dama trasladando todos sus atributos al personaje de Oriane, la duquesa de Guermantes: en palabras del propio escritor francés, “cada uno de sus vestidos proyectaba un aspecto particular de su alma”.
Oriane consiguió ser inmortal a través de la literatura, pero nuestra realidad es otra. Tarde o temprano todos abandonaremos este mundo y solo les dejaremos recuerdos y aprendizajes a nuestros seres más queridos. Hace un par de semanas tuve el inmenso honor de recibir un premio de la mano de la Alzheimer’s Association. Mi amigo y compañero de aventuras en Project Runway, Tim Gunn, fue muy amable por acompañarme en una noche muy importante para mí. En esa ocasión quise explicar por qué he hecho del mal de Alzheimer una de mis causas más fervientes. Es la historia que hoy quiero compartir con todos ustedes.
Como cualquier historia, esta necesita un inicio y un personaje. Empieza en Barranquilla y la protagonista es Cecilia, mi madre. Ella, desde siempre, ha sido mi brújula: mi norte y mi sur, mi este y mi oeste. Desde una edad muy temprana, mi mamá fue para mí todo un ejemplo para seguir. Durante toda su vida se caracterizó por ser una mujer luchadora que no se detuvo ante ningún obstáculo. Como era huérfana, tuvo que crecer rápido y su destino la forzó a labrar su propio futuro con mucho esfuerzo. Incluso después de encontrar el amor de su vida tuvo que seguir luchando porque un hermano mío quedó mentalmente incapacitado tras sufrir un accidente. Ella lo cuidó a pesar de todas las adversidades y de esa manera me dio el mejor ejemplo de cómo el amor puede ser la mejor de las medicinas.
Para mi mamá nuestra familia era un tesoro. O, mejor, un jardín que necesitaba ser cuidado y regado cada día. Y así lo hizo, hasta que tuvimos que ser los hijos quienes debimos cuidarla a ella con el mismo cariño que habíamos recibido. Poco a poco, y de manera gradual, la fuerza que siempre la había acompañado se fue apagando. Una enfermedad, el alzhéimer, fue borrando todos los atributos que hacían de mi madre, MI madre. Mes a mes veía cómo esa mirada llena de luz y de vida se cubría de una neblina espesa.
Este mes de octubre se cumplieron trece años de su fallecimiento. Aunque hayan pasado tantos años, es imposible no pensar en ella y en esta enfermedad sin que un torbellino de emociones se apodere de mi corazón. Sé que no estoy sola y que muchas familias han pasado por una situación similar: solamente en los Estados Unidos los muertos por alzhéimer aumentaron en un 89 % del 2000 al 2014.
Cada vez tengo más claro que hemos venido a este mundo para marcar una diferencia y por eso decidí convertir en acciones la pena que me causó la pérdida de mi mamá. Por eso decidí hacer de la causa del alzhéimer, mi causa. Por eso hoy quiero dedicarle esta columna a mi mamá.
A todas las familias que han sufrido de cerca esta enfermedad quiero decirles que no están solos. A todos los médicos que se dedican a paliar los efectos de esta enfermedad, agradecerles su dedicación. A todos los científicos que investigan el alzhéimer quiero darles las gracias por su labor y quiero animarles a que no desfallezcan, a que sigan luchando en su camino para encontrar una manera de erradicar esta enfermedad. A todos los que colaboran con ONG que tratan sobre esta enfermedad quiero mandarles un abrazo lleno de amor y cariño. Y a todos los lectores de esta columna, quiero darles las gracias por leerme y por acompañarme en este homenaje a una de las personas más importantes de mi vida.
Te echo de menos, Cecilia.
NINA GARCÍA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 69 - NOVIEMBRE 2017
Jose Jaramillo
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