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Eduardo Sacheri, el escritor que se puso la 10

Una entrevista de BOCAS con el Premio Alfaguara de Novela 2016 que vive entre el balón y las letras.

CATALINA OQUENDO
A Eduardo Sacheri jamás se le ocurriría hacer el escorpión de René Higuita.
Nunca.
Aunque el hoy escritor más popular de Argentina también defendió el arco en su juventud, es de una estirpe totalmente opuesta a la del arquero colombiano. Prudente, sensato.
Sacheri, con pocos pelos en la cabeza; Higuita, con una famosa melena negra, espesa. Pausado y firme al hablar el primero; locuaz y acelerado el otro. Nacieron casi al mismo tiempo, hace cincuenta años, pero el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2016 prefiere los pasos firmes, sin piruetas, ni escorpiones.
El autor de La pregunta de sus ojos, libro que inspiró la película ganadora del premio Óscar El secreto de sus ojos; el también guionista de Metegol (en asocio con Juan José Campanella) y autor de trece libros, cree, sin embargo, en los que, como Higuita, van más allá de ganar.
“[Higuita es] uno de esos pocos privilegiados que, a diferencia de todos los demás, han entendido que por detrás y por encima de ganar, hay otra cosa más linda y más importante: jugar, jugar porque sí. Jugar y gracias. Jugar y punto”, ha escrito Sacheri siempre haciendo metáforas entre la vida y el fútbol.
El escritor prefiere la seguridad: se casó a los 24 años. Con el premio económico que le trajo el Óscar compró su casa. Con el premio Alfaguara comprará dos apartamentos para sus dos hijos. Sigue viviendo en Castelar, la localidad del conurbano bonaerense donde nació y donde aún dicta clases de historia en un secundario. Sigue escribiendo y, por supuesto, amando al Club Atlético Independiente, su equipo desde la infancia. Y claro, sigue jugando fútbol, pero abandonó el arco y abrazó el mediocampo.
Eduardo Sacheri. Foto Leo Liberman.
Sacheri, quien le escribió un cuento a Diego Armando Maradona que es recitado por muchos argentinos, ve la vida así, desde el fútbol y el barrio, dos temas presentes en sus libros aunque no los únicos. Y comenzó enviando sus cuentos, como cualquier parroquiano, a un programa de radio que los leía al aire. Y el público empezó a aclamarlo.
“¿Alguien sabe si Independiente-Arsenal se juega viernes, sábado o domingo? Debo planificar un asado de amigos y no quiero que se pise. Gcs!”, suele preguntar por Twitter, donde también hace bromas a sus estudiantes, a quienes llama “los alumnitos”.
El escritor conversó con BOCAS en un café de Castelar, a una hora de Buenos Aires. Sus habitantes hablaban de la visita de John Travolta, quien fue a comer medialunas en una panadería, y de Sacheri, que sigue siendo su vecino del barrio.
Es un hincha enfermizo de Independiente. ¿El fútbol se le ha cruzado con la literatura?
Más de una vez. Recuerdo una vez en la Feria del Libro de Guadalajara, en una mesa redonda sobre la literatura argentina actual, en la que yo estaba mucho más atento a los mensajes de mi hijo, que me informaba cómo iba el equipo, que al estado de la literatura argentina actual; o volviendo de Madrid, mientras Independiente se jugaba su posibilidad de regresar a la primera división, luego de estar un año en la segunda, lo cual fue sumamente doloroso para los hinchas del equipo. El fútbol está totalmente entrecruzado con mi vida. Y como mi hijo mayor también es muy hincha de Independiente, ese trenzado es aún más fuerte. Cualquier argentino futbolero puede decirte dónde estaba y haciendo qué y con quién en cualquier partido importante de su equipo, como una especie de camino de piedritas que jalona toda nuestra vida.
¿Hay algo particular en ser de ese equipo?
No soy de esos que creen que los de tal equipo son de tal manera, me parece que hay momentos. Creo que el contexto de lo que va pasando con tu equipo es lo que consolida ciertas identidades. Si en otro momento Independiente era puro éxito y vueltas olímpicas, hoy es pura paciencia, espera y mucho sufrimiento; pero hay hinchas de un modo y de otro, en la cancha veo gente que se parece a mí y otra que no. No creo en las identidades, tal vez sí puede haber un cierto estilo argentino para ser hincha, de mucho desenfreno, entrega, apasionamiento, mucha algarabía, como una cierta marca cultural, pero no creo que sea de un equipo o de otro.
Entonces se trata de una cierta identificación con el sufrimiento…
[Risas]. En nuestro caso, Independiente ha tenido buenos momentos, lo que también es una complicación a veces, porque si vos acumulás muchas glorias en el pasado, eso puede ponerte muy nostálgico o muy resentido con el presente que te toca vivir. Va de nuevo, depende de cómo seas como persona, depende de cómo lidies con el pasado lidiarás con el pasado de tu equipo.
En ese pasado estaba “el Palomo” Usuriaga. ¿Qué recuerdos tiene de él?
Los mejores. ¡Jugadorazo!, era un tipo elegante y efectivo. Esas son, sin duda, dos virtudes futbolísticas, pero suelen ir separadas. Es frecuente que el tipo que sabe y que estéticamente aporta belleza tenga poca efectividad, pero por el otro lado suelen abundar delanteros muy rústicos, pero que meten goles. El Palomo era las dos cosas, por eso los hinchas de Independiente lo seguimos amando dos décadas después de jugar en el equipo y años después de su muerte. Hablo con vos y lo recuerdo: un tipo alto, espigado y, sin embargo, con una capacidad para mover la pelota y al mismo tiempo salir en velocidad. Lo tenía todo, también tendría las cosas que le arruinaron la vida, otro perdedor.
¿Es cierto que en El secreto de sus ojos el asesino era de Racing por ser el eterno contrario de Independiente?
En realidad fue por descarte. Pero obviamente ni loco iba a poner al asesino como de Independiente.
En uno de sus cuentos habla de un padre tratando de que su hijo sea de su equipo. ¿Cómo se hizo hincha usted?
Precisamente por mi papá. Pero no hubo un momento en el que me hice hincha, en el sentido de que no recuerdo ningún pasado en el que no haya sido hincha de Independiente, me viene con mi memoria. Así como hay hinchas que sí tuvieron una epifanía, en mi caso es pura herencia y pura sangre. Mi padre me llevó al estadio, me compró una camiseta, pero no me recuerdo jamás dudando si ser de Independiente.
Pero perdió a su padre siendo niño…
Sí, a los diez años. Eso marcó mi historia. Creo que nuestras experiencias tempranas nos marcan mucho, tanto las buenas como las malas. No creo que esta haya sido la única mala, pero sí es una de las más importantes.
En su caso compartieron equipo, pero qué le espera a un papá cuyo hijo va por el contrario…
¡Uy! Un padre tiene mucho que hacer para que el hijo sea hincha del mismo equipo, sobre todo llevarlo al estadio, mentirle a saña y si no hay vuelta, quedan dos cosas: seguir a los dos equipos o simplemente volverse hincha del cuadro del hijo, no hay de otra.
Sus relatos comenzaron a ser conocidos en la radio, el medio quizá más afín al fútbol. El locutor Alejandro Apo dice que cuando empezó a leer sus cuentos al aire supo que usted era el mayor de los hallazgos. ¿Cómo fue esa decisión de enviarlos?
Ese programa en particular [“Todo con afecto”] buscaba establecer ciertos puentes entre el fútbol y la música, el fútbol y el cine y la literatura, pero en realidad fue insistencia de mi mujer y mis amigos. Yo no pensaba que esos cuentos valieran gran cosa y los compartía solo con ellos, pero con mucho pudor y reticencia. Al final, los llevé casi para que no se angustiaran y así fue como todo empezó, por hacerles caso.
¿Ahí se hizo escritor?
Eso me construyó como escritor. Una cosa es la mirada de los que nos quieren, que es muy importante, pero la mirada desapasionada de quien no nos quiere, si es positiva, es muy importante también. Yo me empecé a sentir lentamente escritor gracias a que mis cuentos se difuminaran en la radio y a que la gente hablara bien de ellos y sintiera placer por escucharlos. Eso fue muy importante, además de que me abrió la puerta para publicar mis libros. Ese runrún de la radio fue el que me permitió vencer esa enorme barrera de publicar un primer libro.
Pero venía ya influenciado por los cuentos de su abuela Nelly…
¡Ahh, sí! Sobre todo a partir de la muerte de mi padre y la necesidad de mi madre de trabajar mucho fuera de casa, mi abuela se acercó mucho a mi crianza. Ella era una gran contadora de historias, pero no me contaba ficción, sino nuestra historia familiar. Fue una combinación de curiosidad mía y paciencia de ella. Entonces sí, para mí escribir es el resultado del placer de leer y el placer de escuchar y eso lo cultivé sobre todo con mi abuela, que era una buena contadora.
¿O sea que tampoco hubo una epifanía?
No, para nada, fue algo muy gradual. Empezó como un hobby, aunque esa palabra suena a algo frívolo. En realidad fue más como algo terapéutico, catártico a los veintitantos años. No estaba pensado como una vocación desde la adolescencia. Fue así, tentativo, casi accidental, indiciario, una construcción extremadamente gradual y paciente también. Me parece que ahí radica parte de que se haya podido dar. No había usura, ni un interés: “¡Ah!, hago esto para tal otra cosa”. No, yo sigo escribiendo porque me gusta y me sigue sirviendo para lo mismo que me servía en ese momento.
¿Y entonces cuál era la vocación?
La historia. Quería convertirme en un académico de la historia, dedicarme a ser profesor universitario y un investigador. Pero bueno, ese camino era muy arduo de recorrer por las pocas oportunidades laborales que hay; y también, a medida que avanzaba en ese camino, me resultaba un mundo muy pequeño, hermético, muy pedante, muy soso, muy insulso. Entonces también esa decepción académica colaboró para que yo fuera buscando el placer en la ficción y no en una carrera de investigador en la que escribiera papers para doscientos especialistas como yo y nadie más; y que todos hiciéramos como que nos leemos y nos interesa, pero en el fondo no nos interesa nada.
Pero estaba también ser arquero. ¿Qué le dejó esa experiencia, tiene que ver con la espera, un tema que uno ve en sus libros?
Creo que tiene más que ver con defender. Ser arquero es defender. Defender a los tuyos, a tus compañeros, posponer el placer frente a la seguridad. También, en mi caso, ser arquero tuvo que ver con conocer cuáles eran mis fortalezas y debilidades. Yo no era talentoso, pero era sacrificado y eso en un arquero es muy importante, que no te preocupe lastimarte, que estés dispuesto a lastimarte sobre todo si juegas en el asfalto, que no te importe el golpe, el raspón, la sangre. Igual, más o menos, para la misma época, a los 24, me casé, comencé a escribir y dejé el arco. Si eso no es un cambio de vida, empezando por lo último, no sé qué es.
Y le sirvió el fútbol para el matrimonio y la escritura…
Todo en el fútbol enseña. En el fútbol vivís aprendiendo. Bueno, si querés, porque hay gente que no aprende nunca nada, ni en el fútbol ni afuera. Pero creo que el fútbol es un buen lugar para aprender.
“Me van a tener que disculpar”, uno de sus cuentos más famosos, estaba dedicado a Maradona. ¿Alguna vez habló con él sobre ese texto?
Nunca hablé con Maradona, no me gustaría molestar. Debe ser difícil vivir en un mundo donde nunca se pone el sol. Supongamos que me lo encuentre en un café y ocurra la cosa improbabilísima de que esté tranquilo, no voy a ser yo el que le diga: “Yo te escribí un cuento”.
Y a Messi, ¿le escribiría uno?
Con Maradona tardé 10 años, desde el 86 al 96 en escribirle lo que le escribí. Messi sigue jugando, Messi sigue haciendo cosas, yo le escribí a un Maradona que estaba despidiéndose del fútbol, quemando sus últimas dagas; Messi, gracias a Dios, no; Messi todavía está y tiene un futuro como jugador de fútbol, siento que él no está todavía en un lugar literario, artístico. El arte me parece que va ahí donde la realidad requiere que uno la enderece un poco. Messi es pura realidad, pura buena realidad, entonces uno debe limitarse a verlo y a disfrutarlo, todavía uno no lo extraña.
¿Messi refleja el fútbol argentino hoy?
El fútbol argentino hoy es caótico, muy mal organizado, con una sangría permanente de valores hacia el exterior. Como se pagan mucho mejores salarios no solo en Europa, sino también en México y Brasil, el fútbol argentino pierde talentos todo el tiempo, se arregla con lo que puede y es un fútbol muy empobrecido en ese sentido. Tenemos grandes jugadores, pero casi todos jugando afuera, muy pocos grandes talentos jugando acá, o son muy jóvenes y no se han ido, o son grandes que extrañaban esto y vienen a despedirse. Con todos los argentinos que juegan en Europa podrías hacerte una liga.
Eduardo Sacheri. Foto Leo Liberman.
Sus libros reivindican la vida del barrio, el “picadito”, la amistad. ¿Cómo fue su vida de niño en Castelar, donde aún vive?
Era una vida muy de puertas abiertas. Me crié a seis cuadras de este café donde estamos. Eran casas bajas y la calle estaba comunicada con las casas, porque nadie cerraba la puerta y siempre había un adulto pendiente de los niños. La paradoja es que yo fui chico en los años setenta y en Argentina esos años fueron extremadamente violentos, sin embargo te criabas sin miedo en la calle, cosa que hoy no pasa. Hoy en el gran Buenos Aires hay mucho miedo, andás por la vereda dándote vuelta y cuando llegás a tu casa mirás varias veces. Hoy la calle es un desierto, un lugar del que escapás rápidamente. En esa época la calle te daba ese equilibrio entre libertad y cuidado, algún adulto estaba mirando, pero al mismo tiempo estabas fuera de tu casa y lejos de los ojos de tu madre.
Y era también una época interesante para el fútbol argentino…
Sí, pero el fútbol que más nos interesaba era el que jugábamos. No sé cómo será para los chicos de ahora, pero nosotros nos llevábamos el fútbol televisivo a nuestros juegos, entonces tomábamos los nombres y éramos todos estrellas del Mundial 78 que ganó Argentina; pero era más importante jugar que mirar. Aún hoy, a mis 48 años, prefiero jugar al fútbol que verlo.
Pero no volvió de arquero, ¿de qué juega?
Nunca volví al arco, fue una etapa cerrada, ahora soy mediocampista central. Yo corro, corro, corro, trato de recuperarla y dársela a los que saben. En el arco no hay manera de ganar, hay demasiado en juego, las equivocaciones se pagan muy caro; mientras que cuanto más lejos estás de tu propio arco más impune sos. Hay como una relación inversamente proporcional: a mayor proximidad a tu propio arco, disminuye el placer y aumenta la responsabilidad.
Hablando de arqueros que nunca ganan, se dice que su literatura es sobre perdedores, pero ¿algún tipo especial de perdedor?
En realidad a mí me gusta escribir sobre gente común y corriente, lo que pasa es que la mirada pública sobre esa gente común y corriente es que son perdedores. Ahora, yo creo casi todos solemos ser anónimos, gente muy pequeña, y nuestros horizontes también son muy pequeños, pero ahí se nos juega toda la vida. Tal vez mirado desde la grandilocuencia de vaya a saber qué metas, puede parecer que las vidas son abusivamente pequeñas. A mí me gusta hacer literatura de lo pequeño, pero porque las vidas que me interesan son las de la gente común. Yo creo que todos vivimos perdiendo. Vivir es perder. En todo caso, sabiendo esto, bueno, pensemos qué cara le plantamos a la derrota y a la pérdida. Podemos ser más dignos, más pacientes, quedar más enteros. Podemos ponernos rápidamente en marcha y seguir detrás de otra quimera hasta que volvamos a perder, pero vivimos perdiendo gente, clausurando sueños. Vivimos envejeciendo, si eso no es perder... Ahora yo pienso eso, entonces perdedores somos todos, con lo cual deja de tener sentido hablar de literatura de perdedores y hablamos de literatura de seres humanos. O que alguien me muestre un ganador, ¿quién es ganador?
Bajo qué concepto de éxito…
Claro, ¿qué es tener éxito? ¿Ganar plata?, ¿salir en los diarios? Yo conozco un montón de gente que gana plata y sale en los diarios y no sé si los definiría como ganadores; en realidad no definiría a nadie como ganador. Por eso para mí la categoría de perdedor es una categoría vacía, porque la de ganador también es una categoría vacía.
Y en su caso abundan los personajes que asumen las derrotas con dignidad.
No todos, pero los que más me gustan a mí sí son dignos. Sí es verdad que mis protagonistas suelen ser gente que me cae bien y a mí me cae mejor ese tipo de gente. Uno también puede decir, “bueno, voy a escribir desde los villanos de la historia”, pero a mí no me sale. Me sale mejor ponerme del lado de personajes que me caigan relativamente bien.
Hay mucha espera en sus historias. El detective en La pregunta de sus ojos o el futbolista que esperan para que gane el partido. ¿Es el eje de su narrativa?
No es por hacerme el misterioso, pero en realidad no me gusta reflexionar demasiado sobre mi escritura, lo cual no significa no reflexionar sobre mi libro mientras lo escribo. Pero no me siento capaz de buscar un hilo conductor de lo que escribo. No quiere decir que escriba por pura pulsión y deseo; mientras lo hago, quiero que esté bien escrito y tenga una cierta belleza en la forma y una tensión que al lector le resulte interesante leer, que los personajes sean sólidos. Pero el resto se lo dejo a los teóricos, no por pedantería, sino porque está fuera de mi alcance.
¿Y cómo llega a los libros?
En general llego a partir de imágenes, unas que me resultan fuertes y significativas, que me las imagino. No son cosas que vea, aunque indudablemente hay un combustible que me viene del entorno; pero tiene que anidar en algún lugar mío un poco misterioso, un poco desconocido para mí mismo. De ahí florecen imágenes que me resultan fuertes y lo que voy contando son esas imágenes. Por supuesto, son un corpus relativamente informe, hay cosas que yo mismo sé, cosas que intuyo de lo que veo, pero después viene todo ese trabajo de lograr una forma, una lógica, para que yo la pueda contar y el lector la pueda apropiar. A mí me interesa que el lector pueda leer esa historia y llevársela a su propia vida y si escribo un libro muy hermético no se la puede llevar. No me resulta interesante el desafío del hermetismo, lo acepto y no tengo nada contra quienes escriben con hermetismo, pero a mí me gusta decir: “Acá está la historia, llévatela”.
¿Y es por eso que sus libros terminan siendo tan apetecidos por el cine?
Favorece, porque si son imágenes que estoy viendo hay una actitud visual en la práctica de la escritura; pero también hay algo y es que a mí me gusta contar historias más que meterme en los laberintos de la manera de pensar de un personaje. Ya hay toda una literatura que hace eso y esa me parece mucho más difícil de traducir al mundo del cine donde todos son acciones o diálogos.
¿Se esperaba lo que pasó con El secreto de sus ojos?, ¿qué significó que se ganara el Óscar?
Ya que la película fuera tan exitosa aquí en Argentina significó un empujón de visibilidad fortísima para mis libros, tanto para La pregunta de sus ojos, que fue la que le dio origen a El secreto de sus ojos, como para los otros libros; pero además complejizó a mis lectores. Mi público inicial era sobre todo de los cuentos de fútbol, no era un público lector muy habitual, era gente que leía poco, pero leía cuentos de fútbol. La masividad de El secreto de sus ojos hizo que se acercara a leerme un público más tradicionalmente lector. El Óscar, además, me generó una visibilidad fortísima, en el sentido de que, con la locomotora de la película, empezaron a viajar también mis libros y el cine se me convirtió en una práctica de trabajo habitual. Después vino Metegol, Papeles en el viento, así que empecé a trabajar con cierta asiduidad como guionista.
Y sigue la llave con Campanella…
Sí. Estamos pensando en una nueva película, pero es un guion original no basado en una novela mía, así que estamos en ese proceso de prueba y error. Además, estoy haciendo una serie para la televisión chilena a partir de una novela de Isabel Allende. Es una aventura épica, preciosa, de la conquista española de Chile. Es un desafío escribir una serie. Ya con eso, las giras del libro y los partidos de Independiente, estoy completísimo.
Eso le ha permitido alejarse del fútbol en sus libros. ¿Es algo que busca?
No trato de alejarme, pero intento no repetirme, por lo menos no en lo inmediato. Si La pregunta de sus ojos fue un policial, Papeles en el viento, una novela muy futbolera; entonces después está Ser feliz era esto, que es la historia entre un padre y una hija adolescente, y luego La noche de la usina, que es de nuevo un policial que no tiene nada que ver con el fútbol. La próxima, no sé. Lo pienso como lector, a mí me gusta cuando mis autores favoritos me sorprenden en un punto; me ofrecen la familiaridad, porque hay unas huellas de identidad que están ahí, pero al mismo tiempo hay un giro, vamos a un lugar nuevo. Me gusta que me pase como lector y me desafío con eso como escritor, porque de otra manera uno corre el riesgo de achatarse. Cuando algo te salió bien, la tentación de repetirlo es fuerte, me gusta desafiarme. Y, de nuevo, si yo escribo porque lo necesito es una cosa, si lo hago para vender libros es otra. Ojalá que se vendan, pero si ese es el objetivo ya no voy a ser feliz escribiendo.
¿Qué se preguntaba con La noche de la usina, que habla sobre la crisis económica argentina del 2001 y le da el Premio Alfaguara?
Todavía es muy pronto para que yo mismo lo pueda responder. Lo que me pasa con los libros es que cuando transcurre el tiempo, sí me doy cuenta qué pregunta me estaba contestando, de qué cosa me urgía hablarme a mí mismo; pasan dos o tres años y digo “¡ah!, era por esto”. Sé que La noche de la usina era un libro en el que necesitaba hablar conmigo, pero lo terminé de escribir en diciembre, así que todavía no estoy muy seguro de qué me quería responder.
¿Es cierto que no le contó a su mujer que se había postulado al premio? ¿Por qué?
No le conté porque me había presentado con anterioridad y a veces uno se entusiasma ante la posibilidad de ganar y después no gana. El espíritu humano es así, lo vive como una derrota, cuando en realidad no debería porque siempre va a ganar uno solo. Las probabilidades de ganar siempre son limitadas. Entonces preferí no contarlo, por si se daba, pero para evitar la ansiedad y la desilusión. Era una actitud defensiva, de cuidado; me lo aguanto yo solo y a ver qué pasa.
¿Por qué insistió? Se postuló tres veces con distintos libros…
Sí, con Araoz y la verdad, con Papeles en el viento y ahora con La noche de la usina. Es un premio que valoro mucho, por los autores que lo ganaron y por los libros con los cuales lo ganaron. Es de esos premios en los que vos decís: “Me encantaría estar en ese escalón”.
Y ahora, ¿cuál escalón le falta?
Yo ya estoy [risas]. Es así. Tengo ganas de seguir escribiendo y ojalá a los lectores les siga gustando lo que escribo, pero no necesito más de lo que ya tengo. En el mundo del cine ganamos un Óscar y en el de los libros, el Alfaguara. Es mucho más de lo que podría haber soñado con ganar.
Y qué hará con la plata, ¿alguna idea de hincha?
No. Voy a comprar dos departamentos para mis hijos. Tengo una mujer y un varón. Es un insumo para que puedan arrancar cuando se independicen, que es mucho más de lo que yo tuve. Creo que cualquier padre haría lo mismo, yo ya tengo mi casa. Con la película y el Óscar me compré mi casa, con esto les compro un departamento a mis hijos y sigo haciendo lo que me gusta, que es escribir.
CATALINA OQUENDO
FOTOS DE LEO LIBERMAN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 56 - OCTUBRE DE 2016
CATALINA OQUENDO
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