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Bocas

Cristián Samper: el guardián del medioambiente

Criastián Samper, fue exdirector del Museo de Ciencias Naturales Smisthsonian.

Criastián Samper, fue exdirector del Museo de Ciencias Naturales Smisthsonian.

Foto:Sebastián Jaramillo

BOCAS habló con Cristián Samper, el colombiano que más sabe de conservación.

Diana Estrella
Cristián Samper vio al rinoceronte blanco del norte. Ninguno de nosotros tendrá esa oportunidad. Fue declarado extinto en la naturaleza hace dos años.
Lo vio más de treinta años, en Kenia, cuando era un biólogo recién egresado de la Universidad de los Andes. Tenía una idea romántica de las sabanas africanas metida en la cabeza: “Mi papá tenía un conocido que trabajaba en Sudáfrica y pasé tres meses por allá”.
En medio de un safari pudo ver al rinoceronte, que no era realmente blanco ni está tan al norte, pero tenía la imponencia de una locomotora envuelta en piel áspera. Era de los últimos de una especie cazada por sus cuernos para hacer de afrodisíaco o de cura milagrosa en China y el Lejano Oriente. Hace poco, el último macho de esta especie murió.
Samper, ahora director de la Wildlife Conservation Society (WCS) –una organización con más de ciento veinte años de existencia, empeñada en proteger la vida silvestre a través de tareas como la investigación, la vigilancia y la educación–, es la persona encargada de que una tragedia como esa no suceda de nuevo. O al menos de intentarlo.
Suele dar tres razones principales por las que se dedicó a la biología: aquellas vacaciones de colegio en las que tuvo la oportunidad de pasar un mes en la selva del Chocó ayudando a recolectar y caracterizar junto al biólogo Jorge Orejuela –“después de una de esas salidas, la biología se vuelve algo que uno o lo ama o lo odia”–, y el recuerdo de esos días de su juventud en los que se escapaba un fin de semana para recorrer los senderos del parque Chingaza, para escalar las montañas. “Es que yo me incubé como pichón de biólogo allá hace muchos años, subía desde que tenía quince o incluso antes, sobre todo por el lado de la laguna de Siecha”. La tercera es que intentó irse por el lado de la veterinaria, “pero luego de quince días con el veterinario de la casa, viendo y vacunando perros, decidí que eso no era lo que tenía en mente”.
Después de graduarse de la Universidad de los Andes y deambular por la sabana africana, Cristián Samper se dedicó a crear una de las hojas de vida más envidiables en el campo de la conservación: tras hacer su Ph. D. en Harvard, volvió a Colombia en medio del boom ecológico que trajo la Cumbre de la Tierra y la Ley 99 de 1993, y en medio de ese revuelo terminó convirtiéndose en uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander von Humboldt y su primer director; fue campeón de los esfuerzos por fortalecer la red de reservas y parques nacionales, que siguen hasta el día de hoy; dirigió por una década el Museo de Ciencias Naturales Smithsonian y ahora, como director de la WCS desde 2012, ha trabajado de la mano de gobiernos en pro de la conservación y visita algunas de las zonas más biodiversas y vulnerables del mundo. “Estuve tratando de ver ballenas azules en Islandia” o “en la República del Congo nos encontramos con un grupo de gorilas silverbacks de 400 kilos” son la clase de historias que ha recogido de sus viajes. Tiene una colección de más de 100.000 fotografías de esos momentos, un archivo de animales y paisajes majestuosos que la mayoría solo veremos por televisión.
Samper no tiene la última palabra en el debate de la conservación, que incluye una variedad de voces que no siempre cantan la misma tonada: mientras hay biólogos como Alexander Pyron, que argumentan que “las metas de la conservación de especies tienen que ser alineadas con la aceptación de que un gran número de animales se extinguirá” (lo escribió en una columna en The Washington Post), otros alegan que es nuestro deber moral al menos hacer el intento de ayudarlas a seguir en la Tierra. Mientras muchas organizaciones dedicadas a la conservación se centran en preservar a las especies sin gran consideración por el bienestar de los individuos, un grupo divergente apela a un lado más “compasivo” que logre las metas de conservación sin causar daños a los animales individuales.
Samepr fue uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander Von Humboldt.

Samepr fue uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander Von Humboldt.

Foto:Sebastián Jaramillo

Pero detrás de toda esta discusión la idea es la misma: la conservación constituye una obligación, si no una necesidad, así como también es una carrera contra el tiempo y los recursos. En este aspecto, sin duda, la voz de Cristián Samper se considera una de las más prominentes en un campo que toma más importancia y premura cada día. Como escribió el biólogo Mark Cartwright: “Hay especies que podrían extinguirse antes de que los científicos aprendan suficiente para salvarlas. La conservación es una carrera contra el tiempo. [...] Es como alguien corriendo en una biblioteca en llamas, tratando desesperadamente de anotar los títulos de libros que nadie nunca podrá leer”.
No tenemos más que una hora para hablar con Samper y tomarle unas cuantas fotos en el Parque Nacional, posando entre árboles de eucalipto que, como él mismo dice, de nacionales no tienen nada. La vida como director de la WCS es ocupada más en eventos que involucran saco y corbata que botas pantaneras: en la tarde ya tiene mil compromisos y al día siguiente se reúne con el presidente. ¡Y el fin de semana ni hablar! Ya tiene planeado escaparse a los rincones más lejanos del parque Chingaza, como intenta hacer cada vez que viene a Colombia. “Digamos que es un sitio cercano a mi corazón”, dice Samper. “Además, la mayoría de los bogotanos no conocen el parque Chingaza; no saben que todos los días están tomando un pedazo de ese lugar: el agua. El agua viene de allá, pero los bogotanos no lo saben”.
Quería preguntarle sobre ese balance en la labor de las reservas y parques: por un lado pueden educar y generar consciencia, pero a la vez –y usted lo ha dicho– necesitan ser respetadas como zonas de conservación.
Sí, y hay parques que como están mal manejados, el turismo los acaba. Por ejemplo, Monteverde en Costa Rica. Le metieron turismo mal diseñado. Cuando lo vi tenía un montón de hoteles alrededor. Algunos de los parques de Estados Unidos también, como el Glacier National Park, que le han metido tanta infraestructura, carreteras y cosas, que está incluso afectando el comportamiento de la fauna. Por el otro lado, yo acabo de estar en un sitio que se llama las cataratas de Kaieteur, en Guyana. ¡Espectacular, una cosa hermosa! Es la cascada más alta del mundo. Es impresionante, pero solo van unas 200 personas al año, no más. La gente no va, así que ese es el otro extremo. Cuando se tiene un área grande, lo que se debe hacer es zonificarla. Decir “esta zona la voy a usar para turismo, esta zona la usaré para conservación” y mantener un monitoreo constante para saber qué está pasando.
Me parece curioso que usted decía que le fascina estar en campo, pero poco tiempo le da para hacer investigación. ¿Hay alguna razón por la que no se entregó a la academia, a las salidas, al trabajo de campo, y se quedó en la parte administrativa del asunto?
Son las vueltas que da la vida. Lo que me cambió fue dirigir el Humboldt. Yo terminé mi doctorado en Harvard en 1992, que fue el año de la Cumbre de la Tierra [la reunión de jefes de Estado en Río de Janeiro que busca, cada década, llegar a nuevos acuerdos y medidas sobre el medioambiente]. Era un momento en el que todo el mundo estaba hablando al respecto y creo que fue cuando Colombia se confrontó con la realidad: “Bueno, ya firmamos todos esos convenios, ¿ahora qué hacemos?”. Había un grupo de líderes como Claudia Blum y Manuel Rodríguez que se dieron a la tarea de debatir lo que se pasó como la Ley 99 de 1993, que creó el Ministerio del Medioambiente. Yo volví justo en ese momento, uno muy interesante para ayudar a construir esos proyectos y, como científico, acabé metido en el debate de la Ley 99 y en la creación de los institutos de investigación, entre ellos el Humboldt. Estos institutos, excepto el IDEAM, son creados con entidades mixtas, por lo que tienen asamblea de socios. Yo en ese momento trabajaba con la FES (Fundación para la Educación Superior), que fue uno de los fundadores. Entonces yo estuve metido en el proceso: fui a la asamblea, firmé los documentos y todo. Obviamente tenía opiniones sobre cómo se debía manejar el instituto y Ernesto Guhl, viceministro del Medioambiente, me preguntó que por qué no me presentaba a la convocatoria para ser el director. Me presenté y me escogieron. Cuando a usted lo meten a eso, ¿cómo va a decir que no?
En ese entonces, en los noventa, con el conflicto en pleno y dirigiendo el Instituto Humboldt, ¿qué aprendió sobre hacer tareas de investigación ambiental en Colombia, con una guerra tan arraigada?
Recuerdo que diseñamos todo un protocolo de seguridad para salir al campo, porque nosotros hacíamos muchas expediciones y casi todas las zonas más interesantes estaban con guerrilla. Había que mandar un equipo de avanzada que se fuera a la plaza a jugar dominó, a tomar cerveza y a hablar con la gente. En serio. Y, para evitar el teléfono roto, mandábamos todo por escrito. Hacíamos panfletos. Entonces enviábamos al investigador y a otro par de funcionarios: ellos se metían al pueblo, se sentaban a hablar con el cura, el director del hospital, ¡con todos! Y a todos les daban el papelito y les decían “esto es lo que vamos a hacer acá”. Ese papelito llegaba a todos los actores, legales e ilegales. Curiosamente, la actitud nuestra era exceso de transparencia. Estaba clarito quiénes éramos, de dónde veníamos, poníamos la información ahí afuera para que todos supieran.
Samper es Biólogo de la Universidad de los Andes, PH. D. en Harvard.

Samper es Biólogo de la Universidad de los Andes, PH. D. en Harvard.

Foto:Sebastián Jaramillo

Supongo que igual tenían problemas de vez en cuando...
Nunca nos secuestraron a nadie. Sí había momentos en que se encontraban con la guerrilla. Los paraban, los miraban, los chequeaban. Me acuerdo de una expedición en Boyacá (yo no estaba) en la que el equipo iba por la carretera, encontraron un retén y la guerrilla les dijo “vean, paren porque nos vamos a tomar el pueblo allá abajo. Perdonen la molestia”. Los hicieron quedarse ahí como tres, cuatro horas hasta que se tomaron el pueblo y los dejaron seguir. Esos son los cuentos que hay. El truco era no tomar partido con nadie, se viera lo que se viera. El otro compromiso que establecimos en el Humboldt era que siempre volvíamos a presentar resultados a la comunidad. Juntábamos al pueblo, hacíamos una reunión, se mostraban fotos. Una publicación científica es una cosa, pero también contraté a un fotógrafo para que hiciéramos videos, notas sencillas para echarle el cuento al pueblo, decirles qué habíamos hecho y qué habíamos encontrado. ¡Y funcionaba!
¿Fue difícil acostumbrarse a lidiar con la burocracia y la política?
Sí, pero la parte interesante es que usted, como director del Humboldt, es asesor científico del ministro del Medioambiente. Y una de las cosas que yo aprendí es que la ciencia siempre intenta ser purista, entonces quiere tener toda la información para poder publicar; pero usted se pone en los zapatos de un ministro, intentando tomar una decisión, y usted tiene que usar los datos que tenga. Ahí lo perfecto es enemigo de lo bueno. Parte de lo que tocaba hacer en el Humboldt era seleccionar la mejor información que había y dársela al ministro (o al que fuera) de la mejor forma, para que pudiera tomar las mejores decisiones. No diciendo “es que me falta saber esto” o “necesito una inspección más”. Eso lo aprendimos con el tema de Parques Nacionales. Nosotros hicimos muchas expediciones para identificar zonas prioritarias que necesitaban preservarse. Decíamos simplemente: “Mire, sabemos suficiente como para declarar un parque en la vertiente oriental, o en el Putumayo”.
Eso fue cuando estuvieron seleccionando las áreas que serían los parques naturales nacionales de Colombia.
¡Pues todavía! Una de las cosas que estoy trabajando en Colombia es completar el sistema de Parques Nacionales. Existe un montón de vacíos que hay que llenar, sobre todo en la Orinoquía. Es la zona a la que más le estamos metiendo la mano, porque solo hay un parque en toda la Orinoquía, que es El Tuparro. Es una zona con casi ningún área de conservación en este momento, y es la zona que se está transformando a una velocidad impresionante: en Casanare solo hay arroz, y eso se lleva por delante al ambiente. Toca coger los sitios que todavía quedan y conservarlos. Por eso hemos estado trabajando con Parques Nacionales. Apoyándolos con las consultas, haciendo inventarios, haciendo expediciones. Ya estamos casi listos. Le vamos a presentar el proyecto al presidente Santos y él está comprometido con esto, con sacar los parques antes del 7 de agosto. Es un bonito legado.
¿No le parece que la administración del presidente Santos ha sido algo contradictoria con el medioambiente? Por un lado tiene una fuerte apuesta con el tema, con proyectos como Parques Nacionales y las expediciones Bío para redescubrir la biodiversidad de Colombia, pero a la vez ha presionado en actividades polémicas como el fracking.
Yo no estoy en contra de que se haga minería, siempre y cuando se haga en el sitio que es, como debe ser y con medidas de compensación. Ya en el tema de áreas protegidas, Santos ha hecho más que casi cualquier otro presidente. No tengo ninguna duda en que está comprometido con este tema. Incluso los ambientalistas más críticos del presidente, como el profesor Manuel Rodríguez Becerra, le conceden que ha hecho una labor importante. Lo que pasa es que todavía muchas de las áreas designadas son protegidas solo en papel. Se declaran parques como Chiribiquete. Cheverísimo tener todo eso protegido. Pero allá no hay casi funcionarios [cuidando el parque]. No es que haya demasiadas presiones ahorita, pero ahora con el posconflicto, Colombia tiene que realmente gestionar estos espacios.
Usted lo decía el año pasado: con el posconflicto, muchas áreas quedan vulnerables...
Creo que sí. El proceso de paz es un arma de doble filo para el tema ambiental, sin duda, y lo estamos viendo con la tasa de deforestación de la Amazonía. Básicamente tiene que haber una capacidad de gestión del Estado. Con el sistema de Parques Nacionales, por ejemplo, declararlos es lo fácil. Pero preservarlos…, eso va a requerir más esfuerzo. Una de las maneras en las que se podría hacer es ligándolo al proceso de paz: se puede ofrecer a los excombatientes que se vinculen al sistema, de manera voluntaria, y eso es algo que ayuda al proceso de paz y al proceso de conservación. Esa propuesta se la hice al presidente Santos el año pasado y sigo pensando que es una de las ideas que puede funcionar.
“Si usted va a África, verá que la pobreza que hay allá es aterradora, la gente se está muriendo. Tiene haber un balance entre esas necesidades y la conservación...”.

“Si usted va a África, verá que la pobreza que hay allá es aterradora, la gente se está muriendo. Tiene haber un balance entre esas necesidades y la conservación...”.

Foto:123rf

¿Y en qué otros proyectos está trabajando la WCS ahora en Colombia?
La ventaja que tenemos como entidad global es que podemos compartir experiencias de todo el mundo. Le doy un ejemplo muy concreto: nosotros desarrollamos en Asia una herramienta que se llama SMART, una herramienta tecnológica que se les da a los guardaparques para poder documentar y monitorear la forma en la que se están patrullando los parques. El problema de que no hay suficiente gente es algo de todos los parques. La pregunta es, si usted tiene diez guardaparques en un área muy grande, ¿cómo los usa? Y si usted cuenta con buena información, con mapas, con cartografías, con herramientas de GPS que le permitan mirar eso, es algo que puede tener un impacto mucho más efectivo a nivel de vigilancia. Esa herramienta, que la diseñamos para usar en países como Tailandia, la trajimos y se la dimos al sistema de Parques Nacionales, que están empezando a usarla para control y vigilancia. Hay otro proyecto muy bonito de especies amenazadas, que hacemos con el apoyo de Ecopetrol, trabajando con diez especies y diez socios locales para el tema de la conservación. Entonces tenemos, por ejemplo, al caimán del Orinoco, una especie que fue muy abundante y por la cacería su población quedó por debajo de los 500 individuos. Afortunadamente, gracias a programas de cría como el de la Universidad Nacional, ya hemos reintroducido más de 200 caimanes en sitios como El Tuparro y haciendo telemetría para seguirlos, vigilarlos y restaurar esta especie.
En medio de estos proyectos, ¿qué tan frecuente es que se enfrente a los intereses de gobiernos o corporaciones como director de la WCS?
Todo el tiempo, en todas partes del mundo. Al final son los gobiernos y las comunidades las que van a manejar estos sitios. Nosotros estamos ahí es para apoyarlos, para informarlos. El gran reto que tenemos consiste en buscar un modelo de desarrollo que permita satisfacer las necesidades básicas de un país, que son legítimas. Por ejemplo, si usted va a África, verá que la pobreza que hay allá es aterradora, la gente se está muriendo. Tiene que haber un balance entre esas necesidades y la conservación, no tiene que ser el uno o el otro; es preservar el patrimonio natural mientras hacemos uso adecuado del capital natural.
Ahora que menciona África, este año han salido muchas noticias sobre asesinatos de personas que llevan a cabo tareas de conservación en África: Esmond Bradley (líder ambientalista), por ejemplo, que fue asesinado en Kenia, o guardaparques asesinados por gente en la ilegalidad...
Hace poco tuve a dos personas secuestradas en el Congo. Es una zona con muchos problemas de orden público, una zona difícil. Una de las expediciones nuestras que estaba haciendo inventarios allá (eran veinticinco personas, junto al sistema de parques nacionales del Congo) fue secuestrada por grupos armados. Estuvimos negociando por más de diez días para que los soltaran, pendientes de una entrega a la Cruz Roja. A veces nos pasan esas cosas. Nosotros trabajamos en muchos sitios difíciles, porque muchos de los sitios interesantes en temas de conservación están allá. De hecho, por cosas como esta la experiencia de Colombia me sirve mucho. Lo que aprendí acá [con el conflicto] lo podemos usar en otros lados. Hace meses en Camboya nos mataron a dos personas en uno de los parques nacionales, Keo Seima. Ellos habían encontrado un cargamento de maderas preciosas y les habían confiscado las motosierras y todo eso a los leñadores ilegales. Lamentablemente los encontraron después y los mataron. Eran dos personas nuestras y un policía local. Para que vea que sí hay héroes en la conservación.
Acá en Colombia ha habido muchos líderes sociales que han muerto por temas medioambientales, como la minería ilegal. ¿Diría que es algo similar?
Sin duda. Se trata de esa gente que está luchando por esos cambios a nivel local, y cuando hay intereses económicos de por medio, se generan estos problemas. En este mundo hay mucha inequidad.
¿Cuáles son las actividades ilícitas más lucrativas en el mundo, que llevan a casos como estos?
Mucho de lo que hacemos en este momento está ligado al tráfico ilegal de fauna. Las amenazas principales tienden a ser la deforestación (que también se da en Colombia), y ahí la estrategia consiste en establecer áreas protegidas y manejar la restauración de algunos sitios; está también la sobreexplotación, como la sobrepesca en los océanos. Pero el tráfico de fauna es la más preocupante y especialmente en África hemos trabajado mucho el tema de los elefantes y el marfil. Hemos estado perdiendo 35.000 elefantes al año, todo por marfil. En este caso, usamos con nuestra estrategia de tres frentes: proteger a los elefantes en el sitio, con patrullaje; combatir el tráfico, lo cual tiene que ver con labores de inteligencia –cosas como seguir los flujos de dinero de redes criminales o la investigación en redes sociales– en compañía de las autoridades; y al fondo está la educación, porque lo que tenemos que hacer es reducir su demanda. En este caso, casi el 90 % del marfil va a la China.
En el caso del marfil, la gente que lo compra no es gente que sea particularmente inconsciente sobre los problemas que conlleva. Son gente educada, gente con dinero. ¿Cómo entra a jugar la pedagogía cuando se trata de llegarle a gente que puede que entienda, pero que no le importa?
Creo que eso es más un asunto de relevo generacional. Lo que vemos es que los jóvenes de hoy día tienen conciencia del tema ambiental, incluso en países como la China. Si miras la voluntad de compra de marfil allá, la gente entre 20 y 30 años no quiere comprarlo. Hay mucha más conciencia hoy día. Sin embargo, estoy convencido de que lo que haga nuestra generación, las elecciones que tomemos, van a determinar lo que va a quedar para nuestros hijos, para nuestros nietos. Por eso es un momento muy crítico para la humanidad.
Hoy es el actual director de la Wildlife Conservation Society -la sociedad zoológica de Nueva York que vela por más de dos millones de millas cuadradas de lugares salvajes en todo el mundo-.

Hoy es el actual director de la Wildlife Conservation Society -la sociedad zoológica de Nueva York que vela por más de dos millones de millas cuadradas de lugares salvajes en todo el mundo-.

Foto:Sebastián Jaramillo

¿Y usted de verdad cree que las pequeñas acciones de las personas, de los individuos, importan a la hora de cuidar el medioambiente?
Totalmente. Creo que si todo el mundo hace una pequeña acción, eso suma mucho. El consumidor tiene un gran impacto con cada acción que hace. Por ejemplo, en mi familia no usamos bolsas de plástico ni compramos envases de plástico. También redujimos el consumo de carne vacuna. Mientras más leemos al respecto, más sabemos que problemas como la deforestación y el de los gases de efecto invernadero tienen raíces en los ganados y la carne. Mi hija, Carolina, me escucha todo el cuento de lo que pasa en Asia y de las plantaciones de palma africana que han llevado a la deforestación de grandes extensiones de bosque en países como Malasia. A ella también le encantaba comer la Nutella, el producto de chocolate que está hecho, entre otras cosas, con aceite de palma. Y ella conectó en su cabeza las dos cosas y no solo decidió hace dos años no volver a tocar la Nutella, sino que emprendió una campaña en su colegio para que todas sus amigas dejaran de comerla. ¡Era básicamente un proceso social que impulsaba una niña de diez años! Para los desafíos de la conservación, creo que la educación y la conciencia son la solución a largo plazo.
Leía últimamente sobre cierto debate alrededor de la idea de conservación, principalmente que muchos científicos se han inclinado hacia una noción más “aterrizada” de esta, una posición que admite que no vamos a poder salvar a todas las especies. ¿Cree que esta posición es, quizá, un poco derrotista?
Yo creo que es pragmática. No podemos salvarlo todo, entonces hay que poner prioridades. Estamos evolucionando hacia la conservación de sitios, de lugares; de especies a espacios, áreas en las que podamos salvar a muchas especies. Mire, no vamos a poder salvar toda la Orinoquía, por ejemplo. Va a haber sitios que se van a perder por la palma, la ganadería. Pero creo que vamos a tener una responsabilidad como colombianos de decidir que, para el futuro, para dentro de cincuenta o cien años, va a haber muestras representativas y sitios donde se conserve esa biodiversidad de los distintos ecosistemas de esa región.
¿Hay alguna especie en peligro crítico en Colombia que usted tema que no volverá a ver?
Sí, de hecho tengo fotos de algunas especies de ranas en La Planada (Nariño) que no se han vuelto a ver en al menos veinte años. Una de las grandes crisis de extinción que estamos viendo en Colombia, y que la gente no se da cuenta, es la de varios anfibios. El motivo principal consiste en que hay un hongo quitridio que los infecta en su piel y no permite que las ranas puedan respirar bien. Es un hongo invasor, del África, que coge una población de esas y lo que hace es diezmarla. Lamentablemente no hay una cura como tal. Lo único que podemos hacer por estas especies altamente amenazadas es cogerlas, traerlas a un zoológico, desinfectarlas con antibióticos, y mantenerlas fuera del entorno natural mientras buscamos una solución.
Es decir, la supervivencia de estas especies solo será posible en cautiverio.
A corto plazo, sí, se trata de una medida extrema de conservación. Pero si hay una lección que hemos aprendido es que, a pesar del impacto tan grande que hemos tenido los humanos sobre la vida silvestre, esta se puede recuperar. Lo vemos con los elefantes en África, con los jaguares en Bolivia. Si las condiciones están bien, las poblaciones se recuperan. Lo que nosotros tenemos que hacer es garantizar esas condiciones. 
POR RODRIGO RODRÍGUEZ
FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN JARAMILLO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 76 - JULIO 2018
Lección de conservación.

Lección de conservación.

Foto:Revista BOCAS

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