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Carta abierta a los que quieren proteger a los niños

REVISTA BOCAS
Bogotá, diciembre de 2016
El asesinato y la violación de Yuliana Samboní –una niña de siete años que, como cualquier otra niña de siete años, estaba jugando frente a su casa– y el posterior boom mediático que se desató –tal vez con más morbo que respeto–, nos llenan de dudas e indignación. Pero, sobre todo, nos obligan a preguntarnos: ¿cómo evitar que otros niños pasen por situaciones como esta?
Lo más triste es que este no es un caso aislado. La violencia sexual –sobre todo a niñas y mujeres– forma parte de una larguísima historia de machismo que está muy arraigada en nuestra cultura. La mayoría de las veces, los casos de abuso y de violencia sexual se enfrentan de manera silenciosa y se piensa que es una realidad lejana, que nunca nos va a tocar. ¿Por qué tiene que suceder algo tan horrible para que, como sociedad, reaccionemos ante la violencia sexual?
• Para empezar, hay que entender que el abuso sexual, y en específico a niños y niñas, no es algo exclusivo de una cultura, ni de una clase social. Por lo menos una de las personas que ustedes conocen ha tenido que enfrentar una experiencia de ese tipo. Según el Medicina Legal, el año pasado hubo casi 18.000 consultas por presuntos casos de abuso sexual a menores de edad. La Defensoría del Pueblo de Colombia sostiene que cada día hay 47 nuevos casos de este tipo.
• Es algo que sucede en todos los estratos, las culturas y las razas, y la mayoría de veces los victimarios son personas muy cercanas a las víctimas: recientemente, más de 20 jugadores de fútbol profesional en Inglaterra denunciaron haber sufrido abusos cuando estaban empezando sus carreras; y en Estados Unidos, uno de cada cinco menores de 14 años ha sufrido algún tipo de abuso sexual. Películas como Spotlight –que cuenta cómo unos periodistas desmantelaron una red de sacerdotes pederastas en Boston– nos ayudan a entender que esto ha permeado incluso a las instituciones de una manera muy profunda.
• Pero hay algo mucho más grave. Según informes de Medicina Legal, en Colombia solo el 30 porciento de estos casos se denuncian y se investigan.
• Como si eso fuera poco, no tenemos confianza en que el sistema judicial realmente sirva para evitar los crímenes. Las penas por abuso sexual a menores varían entre los 12 y los 20 años de cárcel –en casos tan horribles como el que le sucedió a Yuliana, se podría imponer una sentencia de hasta 50 años–, pero la pena empieza a rebajarse cuando hay colaboración con la Fiscalía y buen comportamiento en la cárcel. Es por esa razón que la pena de Luis Alfredo Garavito –que violó y mató a casi 200 niños– bajó de 40 a 24 años y hoy, 17 años después de haber sido capturado, tiene argumentos legales para pedir su libertad.
• Es entendible que en nuestro afán por proteger a los niños y evitar que estos hechos queden impunes, muchos quieran hacer justicia por su cuenta, pero hay que recordar que Colombia es un Estado de Derecho. Es mejor rescatar proyectos como los que proponía Gilma Jiménez para endurecer las penas a violadores o, por lo menos, negarles los beneficios jurídicos.
• Sin embargo, más que el castigo, debe primar la protección de los niños y las niñas. Es fácil pensar que todo el problema se puede resolver con penas más drásticas, pero lo verdaderamente importante es dar herramientas para que se denuncien todas y cada una de las violaciones que ocurran. Para lograrlo, primero hay que entender que la culpa del abuso jamás la tiene la víctima y que, por lo tanto una víctima de abuso no tiene por qué sentir ninguna vergüenza.
• Además, tenemos que dejar de juzgar a las víctimas de la violencia sexual –pues muchas veces se justifican inconscientemente esos crímenes, por ejemplo, por la manera en que la víctima estaba vestida– y el Estado debe darle un acompañamiento real y ofrecer seguridad a las víctimas que deciden dar el valiente paso de denunciar.
• ¿Y cuál es entonces la mejor manera de proteger a los niños? Hay que darles herramientas. Niños y niñas tienen sus propias preguntas sobre lo que le sucedió a Yuliana. Ante eso, no podemos ignorar o cambiar el tema de conversación. En cambio, hay que hablarles de educación sexual, enseñarles cómo es su cuerpo y explicarles que solo ellos son dueños de él y que nadie puede hacerles nada que ellos no quieran. Sobre todo, hay que exigir que el Estado garantice la educación sexual para todos los niños y las niñas del país.
• Todos tenemos que entender que no hay ningún sitio seguro. El abuso sexual puede ocurrir en cualquier parte: en la casa, en una finca, en el colegio o en un sitio público, y la persona que lo comete puede ser un completo desconocido o alguien en quien ellos confíen. Cuando los dejen solos, fíjense que sean al menos dos adultos distintos los que los están cuidando.
• También hay que decirles que nunca se queden en silencio, que lo mejor que pueden hacer es gritar, gritar muy fuerte y decir muy duro que no pueden obligarlos a hacer nada que ellos no quieran.
• Y aunque es totalmente comprensible que tengamos miedo, no podemos dejar que ese miedo les impida a los niños disfrutar su infancia. Protegerlos no significa encerrarlos: ellos tienen que seguir jugando a la lleva en los parques públicos, haciendo travesuras en los conjuntos y creyéndose estrellas de fútbol en una cancha improvisada con suéteres frente a sus casas. Sí, hay que protegerlos, pero ellos también tienen derecho a crecer con tranquilidad.
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 59 - DICIEMBRE 2016
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