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UN CASTILLO QUE ENCANTA

Hace un siglo exactamente se inició la construcción del Castillo de Marroquín, que finalizó en 1903.

Lleva su nombre en honor al primer propietario: José Manuel Marroquín Ricaurte, ex presidente de la República y escritor de novelas, quien lo recibió como obsequio de sus hijos.
Las paredes de este castillo con casi cuatro metros de altura encierran múltiples y turbulentas historias, algunas confirmadas y otras no, tal vez por la cantidad de propietarios que han adaptado la construcción para ejercer cómodamente sus propias actividades.
Es importante recordar que los primeros habitantes de estos terrenos fueron los indios muiscas, quienes adoraban allí a la diosa Chía.
En sus inicios, el Castillo de Marroquín era fuente de inspiración para las novelas y demás escritos del ex presidente, quien en esa época pasaba de los 70 años. Corre el rumor de que allí se concretó la venta de Panamá.
Cuenta una de las leyendas que en los tiempos en que se rezaba el rosario a las 5 de la tarde, doña Trinidad Ricaurte y Nariño salió en busca de una ruana para protegerse del frío, pero jamás se volvió a saber de ella: ni viva, ni muerta.
Cuando la familia Marroquín decidió poner la construcción en venta, los nuevos compradores no pudieron habitarla pues los espantos hacían de las suyas con los nuevos ocupantes.
Por ello, cada nuevo dueño le dio un uso diferente. Instalaron un casino, posteriormente un cabaré y finalmente un restaurante que al parecer tampoco dio los resultados esperados.
El último destino social que tuvo la edificación fue un sanatorio mental, que fue desarticulado cuando dos pacientes se ahorcaron.
En 1970, el señor Guillermo Villasmil compró la propiedad y decidió remodelarla y decorarla como esta se merecía. Hizo un recorrido por los anticuarios, desde Puerto Rico hasta Argentina buscando cada mueble y accesorio que combinara con su hermoso castillo. Y lo logró con lujo de detalles. Pero el día de la inauguración, mientras volaba de regreso, su avioneta se estrelló y él perdió la vida sin poder disfrutar de su obra.
Casi de inmediato hubo un nuevo comprador de origen paisa y nombre desconocido.
Los muebles franceses que allí se encuentran son más antiguos que el mismo castillo: lámparas colgantes con mil y una lágrimas de cristal, consolas y cómodas en madera exquisitamente talladas y algunas paredes tapizadas en seda son ejemplos de la belleza que se le adicionó a la construcción.
También se conserva una armadura completa con lanza y espada, que perteneció al Rey Fernando IV y data de 1816.
El piso, originalmente en piedra semipulida, se cubrió con alfombras. Aún se guarda una alcoba con mosquitero en pana labrada y su armario en madera trabajada delicadamente, digna de la realeza.
Ni qué decir de los grifos y accesorios de los baños...
Villasmil, aprovechando los 79.000 metros cuadrados del predio, levantó un criadero de caballos del cual salió, entre otros, el famoso Tupac Amarú que perteneció a Gonzalo Rodríguez Gacha. Se llegaron a completar 230 yeguas y 52 machos.
Igualmente, en esta extensión de terreno se siembran alegres jardines con pensamientos y casanias. Claro está, no podía faltar el pozo de los deseos fabricado en piedra.
Hoy, al igual que hace 100 años, continúa siendo propiedad privada y no se permite el paso al público; aunque está en venta y el precio se ha fijado en 60 millones de dólares.
Y... los espantos?
Dicen quienes han intentado habitarlo o trabajar en el Castillo que entre las 7:30 y las 9 de la noche ni antes ni después, un hombre de unos dos metros de altura, cubierto con sobretodo y sombrero de copa negros, atraviesa el patio de la fuente y se dirige al bosque, perdiéndose en él. Hay quienes creen que es el espíritu de Marroquín que no ha podido vencer sus apegos terrenales.
También hay quien cuenta que si pasa al lado de un humano vivo, este queda sin ninguna energía porque al parecer el espíritu se la roba completamente. Su frialdad es tal que quema la piel de quien está cerca.
Así mismo, quienes tienen alguna percepción esotérica logran ver duendes y simpáticos gnomos elegantemente vestidos, que atraviesan las paredes sin ninguna dificultad...
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