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EDUARDO SANTOS, VOZ DE LIBERTAD

La austeridad civil, la nobleza intelectual, la vocación de servicio democrático del ex presidente Eduardo Santos, configuran una de las más atrayentes etapas de la evolución colombiana. Etapa que ha pervivido en el estilo espiritual, en el desempeño como gobernante, en la serena lucidez del escritor y del periodista. Deja Eduardo Santos una huella semejante a la del otro Hombre de las Leyes que él tanto admiró: Francisco de Paula Santander. Santos fue la conducta de acatamiento de la norma, de la convivencia patriótica, de la devoción por los derechos de la persona. Todo ello hecho mensaje cotidiano y pulcro ejercicio de estadista, en las horas del mando o en las edades de la reflexión y del aleccionamiento.

JAIME POSADA
Gobierno de convivencia
Dos características definieron el espíritu de la Administración Santos (1938-1942). Su rotunda fe en los sistemas, la actualidad y el destino de la democracia y la consolidación, dentro de un temperamento de sobriedad y sosiego, de la gran revolución jurídica y de las costumbres que inició el liberalismo con el advenimiento al poder.
El período presidencial se desarrolló íntegramente dentro del lapso de la Segunda Guerra Mundial. Fue etapa cruzada por angustiosos presagios e inquietudes sin cuento. Instituciones seculares de la especie amenazaban derrumbarse ante el empuje de las fuerzaan en la entraña popular. Durante el mandato del doctor Santos, dentro de su matiz de ponderada energía y su voluntad de concordia, se prosiguió el tránsito renovador. Dominó un recto nervio dinámico que aseguró la obra anterior, la perfeccionó, y abrió otros cauces de progreso en el derecho social, en la cultura, en la tranquilidad religiosa, en los índices de la economía.
Estado, capital y trabajo
La administración Santos puede ufanarse de haber instaurado en el país la moderna fórmula del derecho del trabajo sobre colaboración de las fuerzas vinculadas a la jornada laboral. En un clima de discreto y a la par ambicioso análisis de la cuestión social , se creó un espíritu de buena voluntad, de conciliación, de normalidad, que podría sintetizarse en la doctrina, limpiamente liberal, de la armónica cooperación entre el Estado, el capital y el trabajo.
Concepto de equidad que reguló con fortuna las relaciones de las fuerzas productoras en beneficio de la paz y el entendimiento colectivo.
El Presidente Santos escrutó con mirada vigilante el drama del campesino. Advirtió que en ese momento representaba la gran mayoría de la población, una cifra superior al ochenta por ciento de los habitantes. Sabía que su rendimiento era escaso, su higiene desastrosa, sus posibilidades de superación limitadas. Quiso reclamar para sí el calificativo de Presidente de los Campesinos . Ante la tragedia de la tierra y de su gente, el mandatario cobró rasgo de rebeldía. Un país cuyas raíces se hundían en los campos, tenía insatisfecha su deuda para con aquellos colonos de la riqueza patria. La redención del labriego fue uno de los postulados centrales de su programa. A él dedicó lo mejor de su atención, con esmero y diligencia que le granjearon la solidaridad de vastas zonas beneficiadas con sus empeños.
Un repaso completo de la obra del gobierno del Presidente Santos supera los requisitos de un discurso. Se requieren mayores espacio y consagración crítica. El autor de estas líneas prosigue en ese menester. El de un análisis de los resultados del cuatrenio 1938-1942 en las órbitas de la hacienda y las finanzas públicas, el comercio internacional, la vivienda, el fomento municipal, la educación, las obras públicas, las comunicaciones. En muchos de esos frentes aparecen el talento creador y la perseverancia estimulante.
Treinta años de amistad personal e intelectual como los que ligaron al responsable de este testimonio con el austero ex presidente, permiten evocar, ahora, algunos de sus conceptos sobre la historia, los seres, los episodios, las razones del carácter colombiano. Alguna vez decía, por ejemplo: puedo terminar mi existencia mostrando mis manos limpias de toda mancha de dinero, presentando a mi país la imagen sin sombra de un periodista y de un gobernante que no tiene ni un centavo que no haya adquirido con la más escrupulosa probidad, que no ha especulado nunca ni con la profesión ni con su puesto; que no tiene miedo de que haya nadie sobre la faz de la tierra que pueda decir que no es cierto cuanto está diciendo.
La huella de Murillo y Santiago Pérez
En otras ocasiones, serena y evocadoramente sostenía en la intimidad de su biblioteca: la vida ha sido muy generosa conmigo y me ha permitido realizar algunas de mis grandes ilusiones. Como la paz entre Colombia y el Perú, como la eliminación de las diferencias en su momento existentes con Venezuela y la consolidación de relaciones fraternales entre los dos países. Quise también fundar un gran periódico independiente, libre de todo compromiso económico, fuerte por su propia vitalidad, con un pasado y unos orígenes intachables que le permitan luchar por el país y por sus ideas, sin estar sujeto a imposiciones ningunas, sin depender de nadie. Nuestra prensa ha sido honrada y pura. Yo he seguido las huellas enaltecedoras de Murillo Toro y de Santiago Pérez, de Tomás Cuenca y de Carlos Martínez Silva y Carlos Arturo Torres, de Fidel Cano y de Carlos E. Restrepo, añadía.
Refiriéndose a su gobierno manifestaba: mi mayor satisfacción, cuando dejé el mando, fue pensar que muchas gentes modestas estaban mejor y vivían mejor que cuatro años antes. Que había más acueducto y nuevas escuelas y mayor bienestar para el común de las gentes. Los millonarios se defienden solos. A los humildes hay que ayudarlos sin cesar. La experiencia me ha afirmado también en una convicción: la factibilidad y la bondad de la democracia. Soy un demócrata convencido; pero tengo a la vez la certeza de que no es posible realizarla por el solo hecho de proclamarla. La democracia, para que cumpla su función, debe ser más sería de lo que es hoy, dejar de lado la politiquería y la perorata que impiden y perturban la acción rápida y fecunda.
Cuatro años de gobierno rememoraba en veladas amables dejaron en mí, al lado de un perenne agradecimiento por el pueblo que me confió sus destinos y me acompañó hasta el último momento con espléndida generosidad, una impresión de intensa confianza en la patria colombiana. En lo material y en lo espiritual ello justifica todas las esperanzas y complace contradecir a los profetas de desgracia. Una y otra vez se ha invitado a la violencia y una y otra vez, con gesto sencillo e inexorable, la ha rechazado y ha afirmado sus propósitos de vivir en paz y en libertad. Y en convivencia.
Esa misma opinión pública, renovada en las edades, que le acompañó hasta el último momento con espléndida generosidad volverá ahora a convocarse solidaria y espontáneamente, para acompañarle nuevamente hasta el panteón nacional donde, en amable solar de lozas blancas, está reunido con sus memorias entrañables y decisivas: la madre, la esposa, la hija.
Hombre del destino
El calificativo de Hombre del Destimo representa una categoría espiritual de excepción. Y recoge como concepto, un significado de primera magnitud. Atañe a la integridad del carácter, al ascendiente sobre la historia que se vive, a la fe en una causa, a la resolución para mantener una bandera sin abatimiento, por sobre todas las vicisitudes, interpretado en estado de alma colectiva, llevar la vocería de una patria, elevarse en razón de los atributos a la categoría inequívoca del conductor, del guía a quien todos rodean y acatan, porque saben que su conciencia no se doblega y que sus palabras aparecen gobernadas por un claro fervor intelectual, por una compenetración con los fundamentos de la nacionalidad y por una suerte de compromiso para con las generaciones del porvenir.
Hombre del Destino fue para la democracia colombiana el doctor Eduardo Santos. Héroe civil de las libertades, adalid de la tradición jurídica, personero de un pueblo y de unas ideas, espíritu integral de todos los instantes. En las vicisitudes y en las horas afortunadas.
Hay que hacer el reconocimiento de su colosal tarea de luchador democrático en un continente que le conoció y le acató como autorizado expositor de la moderna democracia.
Valores sustantivos durante una vida inspiraron e iluminaron la obra y la acción del doctor Santos. A saber:
El respeto a la dignidad humana, la defensa de la libertad responsable, el culto de los valores del espíritu, de los dictados de la ciencia y la cultura y de los postulados de la civilización cristiana. Toda una teoría del humanismo contemporáneo. Norte de conducta. Fuente de consolación. Ideario de consciente cumplimiento.
Magistrado ejemplar
Como palabras centrales hagamos resonar aquellas que, clausurado arbitrariamente el diario EL TIEMPO, dijera Alberto Lleras sobre la austeridad moral de Eduardo Santos:
Quienes estamos aquí no necesitamos de seguro que nadie trace vuestra estampa de patricio colombiano, de jefe de pueblos, de escritor, de magistrado ejemplar, de conductor de opinión pública. Lo único que faltaba a algunos era ver vuestro encuentro con la adversidad, para comprender el retrato de un buen ciudadano, y ya lo han visto.
Serenamente, sin vacilación, sin una sola queja habéis cerrado el más largo episodio de vuestra vida meritoria y uno de los más importantes de la historia colombiana, por lo que dure la patria sin leyes.
La voz de libertad que en vuestra garganta ha tenido acentos espléndidos, volverá a conmover a los colombianos. El homenaje que debemos rendir a hombres como vos, que sólo tienen explicación y sentido en una democracia, es comprometernos a su restauración (1)
Discurso del ex presidente Alberto Lleras en el homenaje al ex presidente y propietario de EL TIEMPO, clausurado. Hotel Tequendama. 1955.
Universo de sus preferencias
Las academias fueron universo de sus preferencias. No es exagerado reconocer que su biblioteca y su jardín de la calle 67 eran otra academia (A la manera del Sublime Arcano de la Filantropía de don Antonio Nariño). Allí y a su mesa convocaba espíritus de selección, figuras de la inteligencia, agradables eruditos, a reflexionar sobre la suerte de las culturas, de las literaturas, de las lenguas y de las historias del mundo, de Iberoamérica y de Colombia. El destino y la plenitud de los derechos humanos en distintas porciones del planeta, su razonada aversión a las dictaduras de cualquier naturaleza y el respeto a la dignidad de la persona, en tales reuniones y siempre, le mantenían alerta, militante, consagrado a la reivindicación de esos valores. Soñaba con una República de Tolerancia e Igualdad
Estuvo junto a la Academia Colombiana de la Lengua como antena y alma del Idioma. De la Academia de la Historia hizo su refugio de complacencias. La patrocinó, departió con los veteranos y estimuló a los novatos. Contribuyó para que tuviera tierra y muros propios. Luis Duque Gómez, que ahora nos preside, sabe, y muy bien, cuál fue su amor intelectual por la Institución y por los patrimonios que ella defiende. Coinciden las dos Academias en albergar su recuerdo. Hagámoslo generosamente. Convencidos de que nos ampara, desde los altos círculos de la eternidad, un espíritu grande y excepcional. Un alma impregnada del saber y de sus repercusiones.
No dejemos olvidar a las nuevas promociones de especialistas que acudan a la Academia de Historia y a la de la Lengua que el poder de la cultura que tanto nos seduce sin vanidades ha tenido sus glorias en seres y mentes como la de Eduardo Santos.
JAIME POSADA
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