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EL MILAGRO DE LA NIÑA ANA MARÍA.

Doña Elvira tuvo que pedirle al sepulturero que cerrara las puertas del cementerio para que nadie le robara los huesos de su hija Ana María.

Una romería de fieles se había enterado que esa mañana del 11 de junio iban a sacar los restos de la Niña Milagrosa . Algunos se quedaron mirando por la reja, otros se subieron a las bóvedas, pero no los dejaron pisar el camposanto. Un fotógrafo que se asomó fue espantado con una pala por el sepulturero.
La exhumación se demoró. El obrero tuvo que retirar primero las 385 placas de agradecimiento por los favores recibidos para poder quebrar con el martillo la lápida de cemento y ladrillos.
Cuando abrieron la fosa, apareció el cajón resquebrajado. El esqueleto estaba completo, en medio de un charco de agua de lluvia, que se filtraba por las tumbas.
A doña Elvira le pareció que la niña conservaba la belleza con la que la despidió. Lo único que le preocupó fue que casi no le cabían los huesos de las piernas en el cajoncito que le había comprado. Apenas los pudieron acomodar, partieron a su nuevo altar, un pequeño mausoleo de 400 mil pesos, en el cementerio La Resurrección , en la afueras de la ciudad.
Paseo a la laguna
Ese día, doña Elvira la volvió a abrazar como lo había hecho el 19 de enero de 1975 cuando la joven se fue para un paseo. Esa mañana Ana María se fue con una familia vecina a la laguna del Miedo, en el caserío de Casabe, al otro lado del río Magdalena, en tierra antioqueña.
La joven, que iba a cumplir 15 años el 30 de abril siguiente, se metió al agua sin saber nadar. Su cuerpo se hundió a las 10:30 de la mañana. Nadie la vio pedir ayuda. El paseo terminó y comenzó una leyenda.
La buscaron toda la mañana, pero su cuerpo naufragó en las oscuras aguas. La noticia llegó a la casa de tablas de la familia de Ana María, en la calle de la relojera, cerca al muelle de Barrancabermeja. La niña llevaba una vida normal, iba a hacer tercero de bachillerato, había sido bautizada y ya había recibido el cuerpo de Cristo en la primera comunión.
Doña Elvira y su esposo Simón se subieron a una lancha, cruzaron el río y llegaron a la laguna para buscarla, pero cayó la noche sin que apareciera su cuerpo.
Pese a al dolor de haberla perdido, su madre sintió un alivio porque Dios la había escuchado. El 24 de diciembre anterior le había pedido que si Ana María iba a terminar viviendo con un marihuanero que la pretendía se la llevara a su reino.
A los pescadores les parecía raro que la niña no apareciera, pues un ahogado siempre flota al día siguiente. A la búsqueda se unieron buzos que bajaban hasta donde el aire de sus pulmones aguantaban pero no la hallaban en el fondo.
Al tercer día, cuando las esperanzas se hundían, un campesino les dijo a los padres de la niña que ella debía estar en una enramada de la laguna, de donde salía una luz de día y de noche. El hombre tenía razón. La niña flotaba en el sitio del resplandor.
Su cuerpo estaba intacto. Los pescados no la habían mordido y su vientre no se había hinchado por el agua. Eso los impresionó a todos. Sus ojos negros brillaban inmortales. Parecía que se acababa de bañar, pero su pecho no latía.
La llevaron al barrio, pero la velaron en una casa vecina pues en la sala de su casa no cabía el ataúd, ni la gente, ni los tintos, ni las lágrimas. Al otro día, la cargaron en hombros al cementerio central y la acomodaron en una bóveda de 400 pesos.
Tejidos en el cementerio
Doña Elvira se quedó tranquila porque se la había entregado virgen a Dios, pero se estaba volviendo loca. Se la pasaba frente a su tumba, tejiendo manteles y carpetas. Decía que hablaba con Ana María, pero nadie le creía.
Se mudó al Barrio Torcoroma, que le quedaba a cinco cuadras del cementerio. Allí fundó un almacén y le construyó un altar, en un cuarto al que se metió una luciérnaga en pleno mediodía. Su luz era la misma que la del sitio en donde encontraron el cuerpo de la niña..
La escuchaba en sueños, pero no la veía. A veces estaba en la casa tejiendo y Ana María la llamaba para pedirle que le apagara las veladoras que le ponían frente a su tumba.
Me decía cuando alguien había hecho una maldad en el cementerio recuerda Doña Elvira. Un día que me dijo que una señora que fumaba tabaco había enterrado algo y me indicó el sitio. Yo fui y encontré un maleficio .
A los tres años, comenzaron a aparecer cartas con peticiones de milagros entre las grietas de la bóveda. Doña Elvira no recuerda como se regó el cuento que la niña hacía favores, pero de un día para otro comenzó a ver gente que llegaba de rodillas a la tumba de su hija desde la puerta del camposanto.
Los estudiantes pedían un cinco en exámenes finales; las solteras, maridos, y los hombres, un puesto en Ecopetrol. Les llevaban flores y cartas. Luego, comenzaron a aparecer las placas de agradecimiento, en las que bautizaron a Ana María como la Niña Milagrosa .
Milagro en una tumba
Cuando expiraron los cinco años de arrendamiento de la bóveda y tocaba sacar sus restos, los devotos esperaron ver su rostro, como el de la fotografía que estaba en la lápida, pero su familia tomó la decisión de dejarla en la bóveda para evitar problemas.
Los cuentos de los milagros seguían. Fieles de otras regiones llegaban a buscar su tumba. Una señora cuenta que la niña se le apareció en sueños y le dijo que su hijo tenía gusanos en la pierna que le habían operado y por eso no se curaba. El joven volvió a donde el médico y lo sanó.
Así comenzó su canonización popular. No fue necesario que la iglesia comprobara sus milagros, para que la gente la convirtiera en santa. Con el tiempo se imprimió la estampita de Ana María, con una foto y una oración, como si fuera una virgen del vaticano.
Pese a que los testimonios de milagros iban creciendo su madre nunca la vio como una santa, siempre la consideró una hija. Todo es cuestión de fe, pues la gente cree que ella les cumple sus deseos y uno no puede hacer nada contra eso , dice la mujer, que no oculta que sus tres hijos no creen en los milagros de su hermana.
El año pasado tuvieron que sacar sus restos del cementerio central porque iba a ser demolido. Su madre pensó en llevarla a la casa pero, por la procesión que se formaría y el disgusto que ocasionaría cuando cerrara la puerta, prefirió trasladarla al cementerio La Resurrección, pese a que tendría que viajar 20 minutos en bus para apagarle las veladoras.
En su nueva tumba, rodeada de cruces de las víctimas de las masacres del puerto petrolero, no faltan las flores y los papelitos con milagros. Han pasado 24 años de su muerte y Doña Elvira, a sus 69 años, no para de tejer. Espera que nunca beatifiquen a su hija porque no quiere que se lleven sus huesos.
Una salida a la crisis
Para el obispo de Barrancabermeja, monseñor Jaime Prieto Amaya, estos fenómenos se presentan a fines de milenio, tiempos en que las personas tienden a espiritualizar todo y a ver poderes extraordinarios.
Hoy en día se ven santos, figuras de la virgen o Cristos crucificados y los relacionan con fenómenos de sanación , dijo Monseñor.
Según el prelado, esta situación se da por la misma situación social de las personas, que empobrecidas, excluidas, viviendo en la miseria, acentúan estas creencias. Tal vez materialmente no pueden solucionar sus problemas por vías naturales y recurren a estas creencias .
El obispo dijo que en estos casos, como la Niña Milagrosa , la iglesia es muy prudente y no puede admitir nada como verídico si no se hacen muchas investigaciones.
Sobre el caso de la niña, aunque es conocido en la ciudad, no se adelanta ningún proceso de la iglesia de canonización.
Para que se diera una elevación a beata, Monseñor dice que se necesita mucho tiempo y la comprobación de varios milagros. Esto demoraría más de 50 años. Hasta ahora el único colombiano que está más cerca a santo es el padre Marianito, de Antioquia.
La iglesia respeta la sensibilidad de las personas que creen en estas imágenes, pero hace un llamado para que no se engañe , dijo Monseñor, quien pidió no jugar con la fe de los creyentes, pues hay personas que gozan afectando a las demás.
Igualmente, el obispo asumió la responsabilidad de la iglesia de la falta de reafirmación de los santos y la desviación de los fieles hacia otras creencias.
PIEDEFOTO:
CON LA FOTO de su rostro y las placas de agradecimiento, los restos de Ana María fueron trasladados al cementerio La Resurrección, en las afueras de Barranca.
Carlos Julio Martínez
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