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BENJAMN GARCA, DE TEMIBLE VAMPIRO A INOFENSIVO PAYASO

A los nueve años de edad Benjamín García Galindo tuvo el primer contacto con el personaje que cambiaría su destino. De la mano de su padre, Zacarías García, llegó una tarde al teatro La Bamba de Barranquilla a ver en vespertina el filme Drácula, que protagonizaba Cristopher Lee.

De ese día recuerda los pantalones cortos que estrenaba, las rosetas de maíz que compró en la entrada, y los rostros de angustia de sus compañeros de silla cuando el célebre hombre-vampiro salía en escena enseñando sus colmillos afilados recién sacados de la yugular de una adolescente.
Y mientras los demás muchachos contenían la respiración y se aferraban presas de terror a los brazos de sus acompañantes, Benjamín desorbitaba sus ojos extasiado contemplando a quien desde entonces se convertiría en su personaje favorito, el conde Drácula.
En la penumbra de aquella noche de 1946, este niño comenzó a idealizar en su mente a la figura del celuloide que calificaría años más tarde como un hombre elegante, fino, meticuloso, de trajes perfectos, y sobre todo enamorado .
Su curiosidad infantil lo llevó a devorar cuanto libro, artículo de revista, comentario de periódico, etc, relacionado con el misterioso noble de Pensilvania. Se convirtió en una obsesión que de alguna manera deseaba imitar , recuerda ahora.
Fue quizá la fantasía del Drácula sediento de sangre virginal, la que lo empujó al mundo del esoterismo. Benjamín García cuenta que durante su pubertad y adolescencia se sumió en la lectura profunda de libros de parasicología y de temas de lo sobrenatural.
Llegué a dominar la mente al punto que me convertí en hipnotizador, lo cual en aquella época de juventud me sirvió para ganarme la vida como mago, ya que además aprendí a realizar trucos con los que animaba fiestas y reuniones de amigos , dice en su residencia del barrio El Hipódromo de Soledad.
Pero sería en 1959, tras haberse casado con Regina Visbal, cuando Benjamín García decide representar a la figura que siempre había deseado encarnar: el Conde Drácula. La oportunidad no podía ser la mejor, el carnaval de Barranquilla.
Tres factores incidieron en esta decisión, mi admiración por el personaje, mi pasión por el Carnaval que me obligaba a disfrazarme cada año, (antes lo hacía de mujer) y el aliento de algunos amigos que me decían, ese disfraz te queda bien por tu pinta , manifiesta.
García es un hombre alto, de 1,90 centímetros, frente amplia, cabello engominado y una flexibilidad en los musculos del rostro suficiente para asumir caracterizaciones terroríficas.
Recuerda que su primer Drácula fue muy pobre, su vestimenta no era lujosa, pero si llamó la atención porque era original. No había otro Drácula en los carnavales, sino yo. Además, los gestos que memorizó en todas las películas que vio del célebre vampiro, y que los utilizó en el disfraz, le dieron identidad propia a su caracterización.
A partir de entonces fueron 33 años ininterrumpidos enfundándose la capa negra y escarlata de cuello alto, vestimenta con la que en realidad se sentía el conde Drácula.
La verdad-verdad, cuando me colocaba el disfraz ya no era Benjamín García el padre de seis hijos, el esposo de una mujer buena; era el conde Drácula , subraya.
El disfraz de Drácula alcanzó muy pronto notoriedad en el Carnaval de Barranquilla, al lado de otras representaciones como la de Cantinflas, La Enfermera, El Chino Chu En Lai, el payaso Carasucia, Los enanos payasos y El bebé.
Su fama trascendió tanto que lo contrataban para que participara en festividades como las del 11 de noviembre en Cartagena, el reinado del mar en Santa Marta, el 20 de enero en Sincelejo, el Festival Vallenato en Valledupar, y en cuanta fiesta de pueblos y villorios de la Costa había. Su closet llegó a tener hasta 12 capas de chiffón con sus respectivos pantalones y camisas para el disfraz.
Reconozco que llevé una vida disipada durante todos esos años, pero también reconozco que con los patrocinios que me daban grandes empresas para que exhibiera su logotipo en el disfraz, sostuve durante mucho tiempo mi hogar , señala.
No obstante, no sólo del disfraz de Drácula vivió Benjamín García. La popularidad que alcanzó lo hizo granjearse la amistad de algunos políticos que lo ubicaron en varias empresas del Estado, como el desaparecido Idema, por ejemplo, donde laboró varios años.
Fue en ese transcurrir de rumba y Carnaval, en el que García comienza a presentar problemas de personalidad, y a confundir su personaje con su propio yo.
La cosa comenzó con un inofensivo murciélago de caucho que colgó en su cuarto, luego fueron más, y después el asunto se fue empeorando con comportamientos como el de querer dormir en un ataúd. Aunque tengo que aclarar que no era un loco de atar , señala su hija Regina, quien interviene en la conversación con EL TIEMPO.
La joven señala que fueron dos años en estas circunstancias, en las que su padre entró en una profunda depresión, al punto que él mismo decidió no disfrazarse más porque sentía pánico de su mismo personaje.
Entonces lo llevamos a un siquiatra, se puso en tratamiento y la orden perentoria fue la de abandonar para siempre el disfraz de Drácula , agrega Regina.
Benjamín se deshizo de su personaje hace ocho años, tiempo en el que se dedicó a trabajar en la empresa de teléfonos del Distrito de Barranquilla en su condición de tecnólogo en administración pública, título con obtuvo con estudios a distancia. En este lapso alcanzó su pensión estatal.
Un día de esos fue cuando el periodista Ernesto McCausland se lo encontró en la calle, y al preguntarle por qué no lo había visto más en la Batalla de Flores del Carnaval, Benjamín le contó llorando cual había sido su situación.
De esa historia salió un programa de Mundo Costeño, en Telecaribe, y que luego serviría de argumento para la cinta El último Carnaval.
Aunque Benjamín García no volverá jamás a ser Drácula, su afición por el espectáculo, por los disfraces, no fue vencida en el diván de su siquiatra. Ahora, a sus 62 años, es Kalimán , un payaso que hace reír a niños y adultos en fiestas infantiles en los barrios populares de Barranquilla.
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