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HUMEDALES DE BOGOTÁ SE EXTINGUEN

Es el mediodía en la avenida Jiménez con carrera séptima de un día cualquiera. Frente al elevado edificio de Avianca, cientos de peatones se cruzan ante la mirada eterna de Francisco de Paula Santander, a la vez que el ruido de los motores de los carros y los tonos de sus cornetas no interrumpen el movimiento del centro de la ciudad.

En ese mismo pedazo, como en todo lo que se conoce como la Sabana de Bogotá, hace miles de años los que caminaban eran los patos, la bulla corría por cuenta de los pájaros y los que se movían, con ayuda del viento, eran las cientos de especies de vegetación.
Era lo que se conoció como el lago Humbolt, que bañaba la actual Sabana de Bogotá hace 40 mil años, como lo cita el biólogo Germán Andrade en su escrito Los humedales del altiplano de Cundinamarca y Boyacá, ecosistemas en peligro de desaparecer.
Por su parte, el científico Jorge Hernández, explica que cuando Jiménez de Quesada llegó a la Sabana había grandes sectores pantanosos que se vieron todavía en épocas más recientes. Para ir de Santa Fe a Facatativá, a finales del siglo pasado, era necesario embarcarse en Soacha y navegar un largo rato , afirma Hernández.
Pero lo que quedó de la gigante extensión de agua se fue fraccionando con el paso del tiempo y de ahí quedaron algunas zonas con agua, que durante este siglo han sufrido un despiadado fraccionamiento.
El triste panorama lo dan las cifras. De 50 mil hectáreas de humedales que había en los años 50 se pasó a 800 hectáreas, y el peligro de que este número se reduzca es inminente.
Por qué tanta bulla?
Cuando se habla de lago, laguna, pantano o cualquier superficie cubierta de agua, dulce o marina, de profundidad inferior a seis metros, se está nombrando un humedal.
Basta con sentarse a contemplar algún humedal para entender lo que pierde la ciudad si los deja morir. La oportunidad de escuchar los pájaros, contemplar las flores o caminar en silencio por entre la vegetación a pocos metros de la congestionada ciudad es un placer que ya casi nadie disfruta.
Y es que un humedal no es una cloaca o un terreno baldío donde solo sobreviven las ratas y los mosquitos. Son ecosistemas en los que habitan cientos de especies de fauna y flora llamadas endémicas, es decir, exclusivas de ese lugar. Por eso, si el humedal se reduce, o se acaba, estas especies desaparecen de la faz de la Tierra.
En La Conejera, uno de los 12 humedales que quedan en Bogotá (ver mapa), el trabajo de su Fundación ha sido básico para recuperar y conservar lo que aún queda.
Hace pocas semanas, los observadores encontraron un grupo de loros que se cree pertenecen a una especie endémica regional. En marzo la gran noticia, fue el hallazgo de una planta, hasta ahora solo conocida en humedales de Bogotá, llamada Senecio carbonellii, descrita para la ciencia hace pocos años, según dice Hernández.
La planta había sido declarada extinta por la Unión Internacional para la Protección de la Naturaleza (UICN) y por el Instituto Alexánder Von Humbolt.
En humedales que aún quedan como La Conejera, La Florida, Tibanica, Jaboque y Juan Amarillo, sobreviven a la mano devastadora del hombre unas 150 especies de aves asociadas a este ecosistema.
En La Conejera hemos observado 85 especies de aves y unas 75 de plantas acuáticas , afirma Germán Galindo de la Fundación La Conejera.
En el de Córdoba también se ven algunas de estas especies y los vecinos que lo conservan lo consideran todavía un espectáculo natural. Hay unas 87 especies de aves y hemos visto patos canadienses , dice Klaus Mieth, un médico que trabaja activamente en su conservación.
Y es que los humedales además, son la casa de paso de cientos de aves migratorias que vienen del norte y del sur de América que huyen del invierno.
Como los humedales se han reducido tanto, muchas aves migratorias no alcanzan a llegar al hábitat que buscan y mueren en el viaje , agrega Galindo.
En cambio, las nativas como la tingua de Bogotá y el cucarachero de pantano, son aves únicas de los humedales de la Sabana y actualmente solo se están reproduciendo en La Conejera, antes de poblar otros humedales, donde ya no se pueden reproducir.
El peligro
Toneladas de tierra y basura, sumadas al vertimiento de aguas negras han sido los principales enemigos de los humedales. .
Carreteras y barrios enteros, muchos de invasión, los han ocupado, Barrios como Patio Bonito y otros de Tunjuelito padecen en cada invierno las causas de haber construido sobre terrenos que no eran aptos para ello, pues están en lugares donde el nivel del agua (nivel freático) está muy cerca a la superficie. Cuando llueve el agua no se absorbe y por ello hay inundaciones.
En otros lugares, las consecuencias se ven en calles que parecen toboganes. Se ha dicho que es porque están sobre suelos arcillosos que se mueven con los cambios de temperatura. Suelos que no absorben con facilidad el agua y también se inundan.
Planeación
Lo que se busca es lograr un equilibrio entre el desarrollo de la ciudad y la conservación.
Un ejemplo es la polémica por la construcción de la Avenida Longitudinal de Occidente que en uno de sus tramos pasaría por encima del humedal de La Conejera. Hemos pedido que el trazado se haga 500 metros más al oriente para no partir el humedal , explica Galindo.
A esto, el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) ha dicho que se construirá un puente para evitar que la avenida pase por encima. Al respecto, se han hecho dos audiencias públicas y el Departamento Administrativo del Medio Ambiente (DAMA), entidad encargada de dar la licencia ambiental para la construcción de ese tramo, aún no ha presentado su concepto.
Mientras tanto, a La Conejera, por ejemplo, le siguen llegando las aguas negras de cerca de 22 barrios e igual ocurre con los restantes humedales. Otros escasamente tienen delimitada su ronda.
Los vecinos de La Conejera, Córdoba, el Burro, Techo, Santa María del Lago y Jaboque están trabajando en la conservación de sus humedales.
Por su parte, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá y el DAMA tienen programas para su recuperación, pero los vecinos de los humedales han dicho que las acciones no se han visto. Por su parte, el Jardín Botánico viene dictando charlas en colegios y comunidades para fomentar la conciencia.
Y esto precisamente es lo que hay que tener, para evitar que las futuras generaciones tengan que recurrir a fotos o museos para imaginar el canto mañanero de la tinguas, los senderos marcados de los curíes, el movimiento de los juncales o las coquetas persecuciones aéreas de los colibríes.
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