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EL TIEMPO

Proust, entre té y magdalenas, anotó que los días son iguales para un reloj, pero no para el hombre . El reloj no tiene clemencia. Cronos, su dios, es representado como un anciano que lleva en su mano izquierda una guadaña, con la cual va destazando.

José Luis Garcés Gonzálezmarzo 11 de 1998, 12:00 A.M.

La mayoría de la gente lo llama: El tiempo. Otros lo llamamos el inexorable. El que no perdona. El que corre por el fluido de la vida, o por los predios de la muerte. El tiempo. El que transcurre. El que frena la rebeldía. El que profundiza surcos en el rostro. El tiempo. El que dobla la palmera. El que calla al hablador. El que da y quita. El que nos lleva de la sombra a la luz, y de nuevo a la sombra. Porque sombra somos. Nada más que sombras. Borges, en Nueva refutación del tiempo, escribió: El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre... . Es decir, el tiempo, lo llevamos dentro. Somos autófagos. Al consumirlo, nos consumimos.

El tiempo se mira en los espejos. Opacos o brillantes, limpios o sucios, los espejos son la voz del tiempo. Asoma tu rostro y el azogue te devuelve lo que eres. Mírate al espejo. Mírate. Ahí está el rostro. Muriéndose. Deteriorándose. Inflamándose con los olores de la muerte. Es tu nuevo rostro. No el de diez años atrás. Has envejecido. Tu lucha ha sido inútil. La piel se ha agrietado. Los poros ya son cráteres. La tersura de ayer ahora es flacidez. Estas pálido, aunque no lo aceptes. Mira las bolsas de los ojos. Abotagados, hay algo de muerte en la pupila. Son bolsas grises, llenas de sustancia que tergiversa la visión de los objetos. Encima, las líneas de la frente. Horizontales y profundas hablan de los meses y los años. Quizá del despilfarro y de la mala vida. Y no puedes definir su esencia, sólo sentir sus estragos. Nítido, nos lo recuerda San Agustín: Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé y si me lo preguntan, lo ignoro .

Saul Bellow dice que él padece la aberración de los recuerdos. Y tu recuerdas. Y fuerzas la memoria. Y la memoria te juega sucio. Has envejecido. En los meandros del recuerdo ha pisado el tiempo. Ya no puedes hablar de la memoria. Debes hablar de la mala memoria. La que cuando tu quieres, ella no puede. Y algo ha muerto en tí. También han muerto paisajes y personas, animales, vegetales y enemigos. Algo está lleno de niebla entre los árboles. Alguien quiere erguirse desde la sumisión de la rodilla. No puedes. También estás muriendo por dentro. Oscura e íntima la fiesta de la memoria llega a su final. El espejo interior te devuelve figuras borrosas, cosas que no son, amores que se extinguieron entre las llamas y las lágrimas. También estás muriendo por dentro.

El inexorable cumple su trabajo. No carga fanfarria. No toca cornetas en las esquinas de las plazas. Llega lento, persistente y siembra veneno en las vísceras. Luego, se retira y con ojos pacientes espera la caída de los frutos. Secos, podridos y viejos, una mano inclemente los recoge del torpe suelo.

San Jerónimo de los Charcos.

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José Luis Garcés Gonzálezmarzo 11 de 1998, 12:00 A.M.