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TATUAJES LENGUAJE SOBRE PIEL

La rebeldía propia de la juventud, el afán de sobresalir como líder de su barrio, y llamar la atención de las chicas del colegio, condujeron a Giovanny a tatuarse una cobra en el hombro izquierdo. Su vestuario, en su mayoría, eran camisetas esqueleto, para evitar que éste quedara oculto, y conducía el carro de su padre con el brazo afuera para dar la sensación de ser un héroe criollo.

Con el correr del tiempo Giovanny maduró, y lo que antes era motivo de orgullo, se había convertido en un descrédito por ser una práctica exclusiva de hampones, presidiarios y malandrines.
El tatuaje por punción, que le hicieron con agujas y tinta, era indeleble, y lo llevaría como una marca por el resto de sus días. Los amigos le aconsejaron colocarse sobre la cobra, hígado crudo para que le desapareciera.
A los cuatro días, una infección le ulceró la piel y fue necesario intervenirlo quirúrgicamente. Con cirugía desapareció el tatuaje, y pudo darse cuenta de las connotaciones que trae consigo, principalmente para los sectores de clase alta como la suya.
Para Reynaldo la situación era diferente. Esa noche lloró su desgracia. Un olvido fue el culpable de que la policía frustara el asalto a la sucursal bancaria que tenían en la mira, y de que fuera el único capturado, mientras sus compinches desaparecían entre la multitud que deambulaba por la calle 13.
No hubo tiroteo, y eso lo hizo rabiar. Prefería la muerte antes que la cárcel, y por ello todas las mañanas se encomendaba a San Dimas, el santo patrono de los delincuentes, y rezaba colocando su mano sobre el tatuaje de su pecho, donde figuran un corazón, una cruz y la palabra Dios y madre . Ese día no se encomendó a Dios, ni abrazó el tatuaje.
Y según sus creencias, fue su gran error. Olvido que lo condujo a la cárcel de Villahermosa, y lo privó de seguir azotando las calles de Cali, donde era temido, respetado y apodado, el defensor del barrio El Rodeo. En prisión pudo constatar que la mayoría de sus compañeros de infortunio estaban tatuados, y dedujo que no a todos se les pudo haber olvidado rezar a su figura, y que su protección no era más que un aguero.
Ambos habían caído en la cultura del tatuaje, una modalidad tan antigua como la misma humanidad, pues se remonta a la era terciaria, cuando la necesidad de alimento obligó a los cazadores a camuflarse utilizando tintes naturales, que fijaban con espinas de pescado y astillas de hueso de animal.
Los nómadas convertidos en marineros, lo trajeron al continente americano. Se tatuaban por rango. El ancla, el timón, la cadena, la bandera y la calavera, eran exclusivos de los lobos marinos que habían recorrido los siete mares.
La hombría se valoraba de acuerdo con el sitio donde recibían los puyazos de las agujas, de allí que era frecuente encontrar motivos en los genitales, lo que garantizaba tener un amor en cada puerto.
Su uso se fue degenerando hasta los años 60, cuando llegó a Cali el hippismo, y con él, la rebeldía manifestada con dragones, panteras y serpientes sobre la piel.
Los grupos de muchachos, o galladas que azotaban la ciudad, adoptaron figuras como símbolo de su territorio.La mano negra, una tarántula; el trincho, una sirena; la canta rana, un dinosaurio; el triángulo, un tigre; la goldfinger, un dragón; el limoncho, una serpiente; y la chagra tenía el unicornio.
En ese entonces la técnica era más sofisticada, y quienes se tatuaban lo hacían por moda, vanidad o por ocultar defectos físicos. Aparecieron los electro-vibradores para tatuar con moldes y variadas tonalidades de colores. Llegó la modalidad de maquillaje permanente, donde la delineación de ojos, labios y coloración de mejillas fue acogida por las mujeres que querían lucir arregladas al levantarse, en la piscina, o en cualquier lugar.
Las cicatrices se ocultaron, y hasta el vitiligo fue disimulado con pigmentaciones de color piel. Se desarrolló tanto la técnica del tatuaje en la ciudad, que fue acogido por la ciencia, gracias a que fue aquí donde se hizo por primera vez en Latinoamérica, el tatuaje de córnea.
Se aplicó en la señora Ana Mercedes Pardo, quien padecía de glaucoma en su ojo izquierdo, por lo que éste daba una apariencia totalmente blanquecina. Entre Leo y Luza Ríos, y el médico oftalmólogo Aldemar Arboleda, se pigmentó el ojo, dándole un colorido natural que cambió radicalmente su estética.
Gracias a ellos, el tatuaje adquirió valor artístico y clínico, siendo Cali en la actualidad, la única ciudad en Colombia que cuenta con un centro para pintar la piel de manera profesional, con licencia sanitaria y avanzada tecnología.
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