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50 AÑOS DEL CANTO DE ESCALONA

Según su brillante biógrafa Consuelo Araújonoguera, Escalona compuso los primeros cantos (y algunos de sus mejores) antes de 1950, cuando el artista le sacaba el jugo a su rumbera juventud y, para conseguir unos fines no propiamente académicos: Como yo no tengo diploma de bachiller / en el Valle dicen que no puedo enamorar... , pugnaba por coronar sus estudios de secundaria; pero en la parte andina de Colombia, que los aclamó fervorosamente y desde donde se proyectaron al resto del mundo, dichos cantos solo empezaron a escucharse del 50 al 60. Ya se conocían, por supuesto, desde hacía poco, las canciones -propias y ajenas- de Buitrago La víspera de año nuevo, Las mujeres a mí no me quieren, El huerfanito, La hija de mi comadre, El ron de vinola, Compae Heliodoro, en fin, la explícita y pegajosa Dame tu mujer, José, contra la cual tronaban desde los púlpitos, y en el estilo y el tono del músico cienaguero, la primera versión memorable de La gota fría, con el impropio nombre de Qué cr

Según su brillante biógrafa Consuelo Araújonoguera, Escalona compuso los primeros cantos (y algunos de sus mejores) antes de 1950, cuando el artista le sacaba el jugo a su rumbera juventud y, para conseguir unos fines no propiamente académicos: Como yo no tengo diploma de bachiller / en el Valle dicen que no puedo enamorar... , pugnaba por coronar sus estudios de secundaria; pero en la parte andina de Colombia, que los aclamó fervorosamente y desde donde se proyectaron al resto del mundo, dichos cantos solo empezaron a escucharse del 50 al 60.
Ya se conocían, por supuesto, desde hacía poco, las canciones -propias y ajenas- de Buitrago La víspera de año nuevo, Las mujeres a mí no me quieren, El huerfanito, La hija de mi comadre, El ron de vinola, Compae Heliodoro, en fin, la explícita y pegajosa Dame tu mujer, José, contra la cual tronaban desde los púlpitos, y en el estilo y el tono del músico cienaguero, la primera versión memorable de La gota fría, con el impropio nombre de Qué criterio
Días acerbos. Luto. Desolación. La violencia, esa bestia apocalíptica, dejaba su ominosa huella en los campos y en las ciudades. En el Caldas todavía intacto (entonces nadie hablaba deEje Cafetero , cognomento atribuible al ruinoso monocultivo y que, en rigor, englobaría una mayor porción geográfica), continuábamos trillando el mismo grano melódico de nuestros padres antioqueños, caucanos y tolimenses, esto es, el mestizo bambuco, con sus características esenciales, la síncopa y el rasgueo del tiple, y el aculturado pasillo. Sus notas recogían el natural melancólico de la raza (infiltrada para siempre de la trágica solemnidad del monte), y a última hora también, la indignación que nos causaban el crimen y el oprobio cotidianos, todo lo cual gemía en los diapasones con amargos temblores, con clamorosas lágrimas.
Un día sonó en la radio, y se multiplicó en los bailaderos y las cantinas y su oleaje melódico y rítmico llegó hasta la penumbra de los clubes sociales, cierta cancioncilla, alada y ligera:
yo vengo a darte mi despedida
con este merengue sentimental,
para que sepas Maye querida
que yo me voy de Valledupar...
Era La Maye, ofrenda y notificación; su encanto, como el de la flor -flor que volaba con el viento-, nacía no sólo de su belleza, sino de su sencillez, de su perfecta elaboración. Letra sin piruetas prosódicas, sin filigranas culturales; logro genuino e inimitable de sobriedad expresiva, con las fórmulas naturales y consuetudinarias del hombre; música viva, a borbollones, como agua de surtidor, o en abanicos de cristal, con un exacto timbre en sus notas, con una cadencia y un ritmo envolventes.
Ponte mi Maye ese trajecito
que tú te ponías cuando me esperabas,
ese que tiene flores pintadas,
dos mariposas y un pajarito.
Apoteosis de la ternura. Ella y su traje inocente. Cielo que vibra entre los dardos y las ráfagas del verano. La avidez, su acuciante ardor. Nostalgia que se anticipa en miel de frutas tropicales. Meses más tarde oiríamos El testamento, otra página primorosa, de rara originalidad. Los expertos, al escucharla con mejor percepción crítica, coincidieron en afirmar que estábamos asistiendo a un nuevo amanecer de la lírica popular:
Oye, morenita, te vas a quedar muy sola
porque anoche dijo el radio
que abrieron el Liceo.
Como es estudiante, ya se va Escalona,
pero de recuerdo te deja un paseo...
En medio de la zozobra reinante, estas hermosas canciones, dotadas de una desbordante fuerza poética, abrieron una brecha de alegría. Fueron cual lluvia de rocío sobre las almas marchitas por la cal negra de la muerte. Tras ellas, todos adivinamos no otro espíritu trémulo, indeciso como el nuestro, estupefacto ante el dolor de la patria martirizada, sino un espíritu en hiesto, vivaz, lleno de esplendor y tenuemente rizado, como el agua de los lagos, por ondas luminosas de elegante melancolía.
Después de La Maye y El testamento siguieron afluyendo al país andino otras muchas composiciones que se identificaban entre sí por una misma línea de inspiración, por un mismo colorido y una misma intención afectuosa o de crítica social. Las difundían las radiodifusoras, las repetían en los establecimientos públicos, las ejecutaban las orquestas en los centros más exclusivos, las silbaban los transeúntes, y en menos que canta un gallo, terminaron por integrarse, con su alegre desenfado y la tersa geometría de sus tiempos y compases, al monótono repertorio musical de nuestras gentes. Tales fueron, entre otras: Miguel Canales, El gavilán cebado, La custodia de Badillo ( ... Se la llevaron, se la llevaron / se la llevaron, / ya se perdió. Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado, / lo que ocurre es que un honrado se la llevó...); El playonero ( ... Yo dejé una playonera / ay, llorándome en el Playón, / pero me traje su huella / hombe, pintada en el corazón... ), y la suntuosa Casa en el aire, el primero de dos cantos (el otro es Rosamaría, también llamado El manantial), en los que crepita el encendimiento de la entrega paternal; Casa en el aire, decía, de insuperable arquitectura, hecha con materiales de ilusión, y con la ayuda de Dios y de sus ángeles, con un contenido espiritual y una coruscante gracia, difícilmente repetibles:
Te voy a hacer una casa en el aire
y solamente pai que vivas tú;
después le pongo un letrero bien grande
con nubes blancas que diga Ada Luz.
****
El que no vuela no sube
a ver a Ada Luz en las nubes;
el que no vuela no llega allá
a ver a Ada Luz en la inmensidad...
Entonces sí, la curiosidad general -que se había empeñado en lograrlo- pudo identificar al compositor: se llamaba Rafael (Rafael Calixto) Escalona Martínez y era un hidalgo y joven hombre oriundo de Patillal y residente en Valledupar. Cuyos versos y cuya música traían especialmente nítido un mensaje geográfico todavía incomprensible para los nativos del interior. El Valle de Upar! Allá, en las delirantes extensiones del Magdalena. Tierras de fábula, de ensueño, de ardiente voluptuosidad. Vastas praderas lujuriosas. Fértiles campos de labranza, aureolados hasta el crepúsculo por horizontes de fuego. Tierras de prodigio y de magia, muchos años después abiertas a la curiosidad del mundo por una de las más grandes epopeyas literarias del siglo XX. Tierras de cuya luz deslumbradora y de cuyos ríos opulentos emergía, como un vaho incesante, el tropel de los bellos mitos, alma y materia de su folclor. (No se si a otros les ocurra, pero a mí suele acontecerme que, aun después de haber conocido su ubicación planetaria, de saber de sus riquezas y sobre el noble abolengo del grupo humano que la habita, o acaso por esto mismo, que ya es una enormidad en términos sociológicos, cuando pienso en el Cesar, y en toda la Costa Caribe, me domina la fantasía. Una neblina alucinante cubre mi imaginación, y no la veo cual es, con sus fallas y sus ventajas, como cualquiera otra región del territorio nacional, o en su trágica realidad de provincia maltratada por los poderes centrales, sino en su transfiguración de comarca de leyendas nimbada por los resplandores de una portentosa novela y por el embrujo enervante de su arte musical).
Además de haber plantado la bandera de su música en todos los puntos del país (incluso en el Valle del Cauca y, especialmente en su capital, la salsa ha cedido terreno ante el empuje del vallenato), Escalona es el creador de una lírica popular que sorprende por sus hallazgos, su precisión, su graficidad:
...Lo mismo que la del toro
cuando pisa en el playón,
deja su huella en el lodo
en forma de corazón...
O bien:
... Solamente me queda el recuerdo de tu voz,
como el ave que canta en la selva y no se ve...
Una lírica cristalina, dúctil, pictórica, fulgente; lírica que adopta el paisaje como espejo y proyección de los sentimientos humanos, sin agrandar ni disminuir el tamaño de las imágenes que encarnan o simbolizan sus fijaciones sicológicas:
... En las aguas del Orinoco,
en las aguas del Orinoco
y en las aguas del Amazonas,
te dirán que andaba Escalona
más desesperado que un loco,
pues mi amor es más tormentoso
que las aguas del Amazonas...
Su idea fundamental es la exaltación de lo común, de lo habitual, de lo cotidiano, al mismo rango expresivo de lo erudito y aristocrático. Para esta lírica singular, no hay voces nobles y voces plebeyas, vocablosricos y vocablospobres ; en la sociedad de su léxico no impera un régimen de clases y categorías eufónicas: las palabras todas son iguales en su valor y en su eficiencia, y todas, o casi todas, resultan insustituibles en la armoniosa organización que es cada una de las canciones en que se expresa y eterniza. Esta lírica tiene el sonido, y jamás excede el color -que es el color de la tierra, de la proximidad, de las emociones sanguíneas, según el discurrir de Spengler-, de las palabras usuales y sustanciales de la existencia: hombre, mujer, deseo, amor, dolor, trabajo, animal, agua, fuego, viento, alegría, nostalgia, cuya acuñación poemática le confiere el habla común una inusitada prestancia. El gran orfebre -el taumaturgo- que es Escalona, no desdeña ningún vocablo en su estupenda joyería lírica; aun el término más prosaico, o el burdo neologismo, tienen para él un valor único, una carga conceptual que no posee ningún otro:
...Qué animal, qué animal tan bronquinoso,
qué animal, qué animal tan buscapleito.
Seguro si fuera otro,
los seis tiros se los meto...
Escalona tampoco encubre su condición de ser humano en su vida particular, ante ninguna exigencia familiar, social o artística. La realidad es el hombre mismo, opina con el filósofo. De ahí que su romanticismo, en relación con la mujer, lo haya vivido y padecido terrenal e impetuosamente. A lo largo de los años, su amor estuvo signado por el fátum de la brevedad. Sin embargo, no ha sido un don Juan, el individuo obsesionado por afirmarse vitalmente sobre las ruinas del amor o los apremios del instinto. Las mujeres le fueron llegando, y fueron pasando por su vida, y en cada una encontró un fragmento de ese amor rutilante y único que él buscaba agónicamente, no como valor abstracto o categoría filosófica, sino real, palpitante, personificado en la hembra, en la mujer de carne y hueso; convencido hasta el desengaño de que no hay un solo amor, ni existe el amor eterno: hay uno y otros amores, fugaces y sucesivos, cambiantes, alternativos, a los que arrastran en cada caso las aguas tristes del olvido o las aguas pálidas de la muerte.
Bien. Aunque no es el inventor del género musical que hoy se llamavallenato y que, según los especialistas, involucra cuatro ritmos: paseo, son, merengue y puya, los cuatro con el mismo clima, aunque con diferente pulsación, sí es, y nadie lo discute, el más inspirado cultor, el más eximio de los creadores que hayan sido o que lo sean, de este arte mágico, incomparable; el gran cronista musical de su tierra maravillosa, cuyas figuras y cuyos hechos ha trasladado a sus canciones. Canciones que, aunque dibujan un ámbito determinado y unas historias ocurridas en dos o tres puntos geográficos del gran espacio nacional, son luz y música de toda Colombia, porque en todas ellas resuena el alma sencilla de la nación; y porque en todas nuestras latitudes, aquel ámbito circunscrito se asimila al ámbito propio y aquellas gratas historias se consideran como ocurridas en cada localidad. El único de nuestrosaires con audiencia internacional, es el grandioso vallenato, en primer lugar el de Escalona. García Márquez escuchó las notas de Miguel Canales, en una estación de tren checa; Carranza fue sorprendido, en un café de Lisboa, con las notas de La brasileña; Alfonso Bonilla Aragón, en Buenos Aires, alcanzó a oír, con música y letra, el doliente merengue Honda herida.
... Ay, ay, ay, ay, me estoy muriendo,
ay, ay, ay, ay, tengo un dolor,
como tú sabes que te quiero,
por eso te ves de ocasión...
Y el escritor de esta nota y Eu, su mujer, escucharon emocionados, a principios del reciente junio, en un cenadero de Amsterdam, en un español empedrado pero con música suavísima, la Elegía a Jaime Molina:
Recuerdo que Jaime Molina
cuando estaba borracho,
ponía esta condición:
que si yo moría primero él me hacía un retrato,
o si él se moría primero yo le sacaba un son.
El Maestro Escalona, por su sentimiento poético -por su hermosa alma desbordada-, por la fuerza de su carácter, por la fe emersoniana en sus propios ideales y por su amor a la libertad, es una fuerza concentrada, vehemente de la raza. Y, como se ha dicho de otros, acaso con menos razón, una egregia culminación del espíritu nacional, de la que brota una luz intensa que ha alcanzado a iluminar todos los paisajes de la patria.
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