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REMOLINOS

Las vacaciones de fin de año permiten leer aquellos libros que se habían puesto en espera en la biblioteca con un después que a veces nunca llega. En esa lista estaba Remolinos , una novela del escritor (y además: médico, exitoso hombre de empresa, cazador, y animador de la cultura) Rafael Martínez Padilla. Un hombre que recalca que no es samario sino de Mamatoco. La novela no me dejó dormir y la leí de un tirón.

Por Ramón Illán Baccaenero 3 de 1997, 12:00 A.M.

Tal vez el conocer algunas anécdotas me hacia mas fácil su lectura pero es una de las mas bellas historias de amor que he leído. El autor no pudo evitar echar sus lucubraciones filosóficas al lado del río manzanares como tampoco dejar de contar la epopeya del abuelo en la guerra de los Mil Días. Los principios de la abuela marcan al personaje: Los hombres sólo deben oler a tabaco, pólvora, ron y sobaco de mujer .

Y este muchacho mamatoquero de veinte años es el que se va a estudiar medicina en la Argentina de Perón. Ahora que está de moda Evita es interesante ver cómo algunos testigos de esa época recuerden el lado negro del régimen como los días de San Perón en los que bandas peronistas apaleaban a los opositores. El peronismo como todo partido de extracción de derecha tenía un fuerte componente antisemita. Y ahí empieza el nudo de la historia. Este ser montaraz se topa con su opuesto: una muchacha judía, cosmopolita, rica y que va donde su psicoanalista. Se da el amor como un encuentro de dos mundos, de dos culturas, de dos formas de ver la vida.

La novela se va desenvolviendo en forma de recuerdos ya que el personaje acaba de volver a su país y en la carretera, mientras ve los manglares esqueléticos del parque de la isla de Salamanca, va recorriendo ese pasado. Todo se acabó porque ella era demasiada mujer le confiesa a su interlocutor. No es tan claro cuando el autor suelta su frase de que: la gente no se encuentra por casualidad: la angustia existencial los junta o los enfrenta, lo demás viene solo .

Como el protagonista cae en un medio social alto, de una burguesía culta, las conversaciones son muy inteligentes. A veces demasiado, y él como un alter ego del autor, siempre está contraponiendo su machismo ancestral y épico a la refinada sensibilidad de su amante y su medio.

La cachetada conque todo se termina restablece el orden. Si bien en la inmensa mayoría de las existencias humanas todo se reduce a un tránsito gris entre la cotidianidad doméstica y el olvido visto desde afuera, en realidad todos hemos tenido nuestro grande o pequeña epopeya. La ventaja de los que escriben ficción es que la cuentan. Martínez Padilla nos ha relatado esta historia en buen cuento titulado, Flores para decir adiós y ahora con más respiración en esta novela, Remolinos.

No pude evitar al leer esta novela -sin fecha de edición, ni noticia biográfica del autor- pensar si un psiquiatra amigo y poeta tendría la razón cuando me afirmaba: Uno solo tiene un gran amor en la vida. Después cuando se rompe con esa persona que desató ese amor, uno sigue con él y lo deposita en otras personas, pero él es el mismo amor, el único que ha existido, el único que cuenta.

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Por Ramón Illán Baccaenero 3 de 1997, 12:00 A.M.