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Sin tiempo

Ahora resulta que tomarse su tiempo y hacer las cosas esenciales de la vida con el debido disfrute de lo cotidiano no es lo que gusta a muchos. Sino, por el contrario, andar de prisa, sin tiempo para la rosa, la charla o el café.

Leo que el director del DNP se preocupa por esto y ordena una encuesta que
revela lo que ya sabíamos, que, a pesar de que nos exasperan los trámites
inútiles, no hemos podido eliminarlos.
Una periodista norteamericana descubrió hace unos años las cosas que éramos
capaces de hacer para ahorrar tiempo. O mejor, para no "perder el tiempo" en
aquello cotidiano.
Refería que había comprimidos de alimentos para no perder tiempo comiendo; o,
mejor, para no tener que hacer las cosas que hay que hacer para comer. Una
naranja, por ejemplo: pelarla.
Descubrió que a los niños norteamericanos les resulta dispendioso comer
manzanas, por el trabajo mandibular que ello entraña, y que los jóvenes
prefieren zamparse las cervezas de la botella para ahorrarse la servida.
Caroline Mayer encontró que la empresa Lipton les resolvió a los gringos el
problema de la difícil preparación del té helado facilitándoles uno que se
disuelve directamente en agua fría.
Pero de todos sus hallazgos fue el de la empresa de panes Smucker el que más
me conmovió, pues ellos se dieron la maña de quitarle la parte dura del pan,
que a los niños no les gusta morder, por cuestión de tiempo.
En la actual axiología del progreso, el tiempo es un valor curiosamente
consumible. Se considera que invertirlo haciendo lo cotidiano significa
perderlo: una fila, una conversación, una comida. Ello desvaloriza al sujeto.
Se compran filas, naranjas listas, porque se cree que en ello se gana tiempo
y, por lo tanto, se "progresa". "Haga plata, mientras más rápido, mejor" es
otro ejemplo, en un terreno más delicado.
El asunto es que progresar, poco a poco, fue connotando la habilidad que se
tiene para irse por los atajos. Para liquidar las cosas rápido sin invertir
esfuerzo en asuntos que se consideran transables. Pensemos en la educación, la
cultura, el arte. Hacer ciencia, construir una teoría, tiene menos "valor" que
lo funcional, y me temo que las universidades caen en la trampa, pues sus
clientes les demandan "salir rápido", desdeñando las elaboradas construcciones
de la formación académica.
Bauman hace un diagnóstico brutal: el consumismo de hoy ya no consiste en
comprar y acumular cosas, sino en tener la posibilidad de usarlas y
descartarlas: una naranja rápida, un amor "exprés", un cielo de plástico.
guzmanhennessey@yahoo.com.ar
HERJOS
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