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LUIS ENRIQUE FIGUEROA REY

En el tránsito de la Colombia aldeana a la del siglo XXI sobrevivieron notables ejemplares humanos en la provincia colombiana.

Redacción El Tiempo
Cómo no traer a cuento a Donaldo Bossa Erazo, a José Francisco Socarrás y a Luis Enrique Figueroa, El Tuerto , inolvidable?
Toda la historia de Cartagena, la auténtica y la de la leyenda, forma parte del repertorio de Donaldo Bossa Erazo. Cuando quiera que se me presenta una duda acerca de unos títulos coloniales o de un asunto tan trivial como el de por qué renunció don Rogelio Támara a la Gobernación de Bolívar con ocasión de la visita de Roosevelt, él está para darme la respuesta a vuelta de correo. De la misma estirpe era el profesor Socarrás. Sabía de memoria el origen de los apellidos franceses de Valledupar: los Pavajeau, Lafaurie, Lacouture, Dangond y otros tantos. Si para un escrito era necesario descifrar una alusión contenida en un antiguo infolio, ahí estaba el profesor para darnos la lección. Uno y otro, el doctor Socarrás y Donaldo Bossa, pertenecían a una generación anterior a la mía. Luis Enrique Figueroa, por el contrario, era bastante menor que yo, pero sabía tanto como ellos acerca de su terruño, el Santander clásico que había sido escenario de grandes episodios del siglo XIX.
Entre los forasteros todos recordamos nuestro primer encuentro con El Tuerto . Apenas dejábamos el aeropuerto, comenzaba a relatarnos la Batalla de Palonegro con el consabido apunte humorístico: Yo hago el relato, pero dígame quién le interesa que gane, los liberales o los conservadores?.
En adelante todo era una fiesta de lo santandereano y de humor del bueno. Era una gracia que no hería a nadie sino que despertaba una carcajada benévola. Me viene a la memoria el relato de su vida en París, cuando se desempeñó como consejero de nuestra embajada en la Ciudad Luz. Le encantaba exagerar la nota y pasearse, en la noche, por la Avenida de los Campos Elíseos ostentando una ruana de lana virgen que despertaba la curiosidad a su alrededor. Quienes entendían español se deleitaban con los apuntes del humorista, a quien le encantaba hacerse pasar por un rústico venido de los cañaduzales de Piedecuesta a la capital de Francia. Era parte de su comedia en la que mantenía en vilo a sus interlocutores, jugar con la ingenuidad de quienes ignoraban el calibre intelectual del hombre bueno, enamorado de su comarca, a quien le gustaba hacerse pasar por alguien distinto de lo que en realidad era.
Con motivo del homenaje que se le tributó en el Club del Comercio, pronunció unas palabras de agradecimiento que lo pintan de cuerpo entero. En el mismo tono de siempre, hizo el recuento de su vida, desde sus años mozos hasta poder afirmar con sorna: ...y, en cuanto a la libido, la tengo en operación tortuga , pero por su memoria desfilaban las figuras cimeras de nuestro tiempo, entre 1930 y 1980. Allí estaba el relato de la pacificación de Santander bajo la gobernación de Eduardo Santos, su iniciación en el periodismo al lado de Alejandro Galvis, si vida de cadete, cuando le correspondió presenciar el accidente aéreo de Santa Ana en el cual estuvo a punto de perder su vida el hoy ex presidente Misael Pastrana Borrero...
Es una pérdida irreparable el que vayan desapareciendo guías de nuestra sociedad, como a quienes acabo de mencionar. Quizá un computador pueda conservar con igual o mejor precisión la crónica de una comunidad como la santandereana en los años que le correspondió vivir a Luis Enrique; pero el sabor de su charla, su talante singular, difícilmente podrá reproducirse sin la contribución del lado humano, que ningún adelanto tecnológico puede devolvernos. Amigo de veras, nadie podrá reemplazarlo en la que fue su vocación más íntima: la de jefe de Relaciones Públicas del Departamento. Con uno u otro nombre, bajo las más diversas administraciones departamentales, él seguía siendo el fiel guardián de la comunidad, el tesorero de su recuerdo. Había visto desfilar a medio Colombia de su tiempo por los pasillos de la gobernación y había conocido por igual el lado amable de la vida y la cara oculto de la luna, cuando en el ocaso el dolor golpea a la puerta.
En esta hora en que se nos escapa para siempre el ser humano que nos arrebata el arcángel de la muerte, bien se justificaría una antología de sus escritos, en donde las nuevas generaciones puedan nutrirse de los conocimientos que él dispensaba a manos llenas sin ninguna pretensión, sin ninguna arrogancia, por ser, en la forma más natural, un crítico implacable de su propia obra a la cual él tomaba en broma, mientras el resto de los colombianos la estimábamos en su verdadero valor.
Redacción El Tiempo
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