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El Bolívar del bicentenario

El cambio de gobierno, los aguaceros y las noticias de la corrupción rampante dejaron en veremos la cacareada celebración del bicentenario de la independencia. Otra oportunidad perdida para reconsiderar los acontecimientos que fundaron estas llamadas repúblicas bolivarianas más allá de los himnos y los discursos apologéticos, los eventos que a medida que uno profundiza y decanta parecen más un sainete triste que una gesta.

EDUARDO ESCOBAR
Por extraña coincidencia, sin embargo, cayó en las librerías bogotanas el
libro de Ducoudray Holstein, un caballero alemán que sirvió al lado de Simón
Bolívar y sus generales y que regresó a la vida civil desconcertado y
amargado, para escribir sus memorias en los Estados Unidos.
El libro es desolador, no deja títere con cabeza. Los generales españoles, lo
mismo que los americanos, quedan reducidos allí, con raras excepciones, a una
cáfila de ineptos sin carácter. Pero el castigo peor lo sufre el Libertador,
convertido en una figura lastimosa y risible. El escritor lo deja ver como un
cobarde que siempre tiene un caballo dispuesto para las fugas que
acostumbraba, como un hombre cruel, envidioso, lleno de vanidad, vengativo,
dado a las intrigas y las murmuraciones contra sus mejores aliados, dedicado a
expoliar a sus conciudadanos con impuestos empobrecedores para cebar con oro a
quienes lo adulaban, llevando la ruina a donde iba. Se le ve echado de día en
una hamaca en medio de sus cortesanos hablando tonterías, seduciendo señoras
por las noches con encantos de bailarín, y disparando a mansalva, escondido en
una chalupa, a un hombre que huye a nado en una escaramuza. Es la anécdota más
asquerosa del libro. Está en la página 233.
Ducoudray Holstein insiste en un tópico que refrenda lo que uno acaba por
pensar después de leer los libros mejor informados sobre la historia de
Colombia y de Simón Bolívar: que el zafarrancho de la guerra bolivariana nos
dejó una independencia relativa, pero lejos de los bienes de la auténtica
libertad que distingue a los pueblos civilizados, basada siempre en el
ejercicio de las virtudes.
Hay otra obra desmitificadora de Bolívar: la del pastuso José Rafael Sañudo.
Sin embargo, esta permite pensar que su autor venga los desmanes de sus
hombres (y el inmaculado Sucre) en la matanza infame de Pasto. El de Ducoudray
Holstein, por el contrario, aunque también escrito desde un resentimiento por
unos desdenes injustos recibidos del caraqueño, prueba con fechas y hechos
incontrovertibles que las grandes victorias de Bolívar fueron más bien las de
Páez y Mariño, por ejemplo, y lleva a la conclusión amarga y antigua de que
toda gloria está basada en un malentendido.
Quizás la historia de la Gran Colombia aún no ha sido bien contada a
doscientos años del grito de independencia, por el vicio tan bolivariano de la
retórica altisonante, precisamente.
La vida de Bolívar desde cuando traicionó a Miranda en Puerto Cabello hasta el
fusilamiento de Piar que lo llamó Napoleón de las retiradas, y la aventura
peruana dejan en el libro de Ducoudray Holstein un mal sabor. No queda más
remedio que acatar la sospecha infeliz de que muchos desórdenes y males en
estos países vertebrados por los Andes y desvertebrados por Bolívar vienen del
modo como los dejó construidos ese neurótico eminente, que nos separó de la
tradición de España para dejarnos en inmenso vacío después de un holocausto
inútil, que solo enriqueció a sus áulicos.
Al cerrar el libro el lector queda con la sensación de uno que veneró las
cualidades de un padre de apariencia virtuosa por años, para descubrir al fin
que era un proxeneta de nínfulas pobres, que saqueaba las carteras de sus
clientes mientras se divertían. Un bellaco, incapaz de respetar a sus propios
amigos.
HERJOS
EDUARDO ESCOBAR
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