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EN LA RETAGUARDIA DE LAS VANGUARDIAS

Colombia es una casa de esquina en América , se ha dicho en un símil bastante gráfico (...) País en vías de desarrollo, trabajan en él unos cuatro mil artistas profesionales. Puede que no parezcan muchos para una población total de 33 millones de personas si la cifra se compara, aun en términos relativos, con la que ofrecen los países del primer mundo ; pero es bastante significativa en relación con la que el país presentaba hace pocos años y relativamente alta comparada con otras naciones iberoamericanas.

Colombia es receptora y adaptadora de culturas foráneas, cosa notoria a lo largo de su historia conocida. Salvo eminentes personalidades, sus artistas son recipiendarios fáciles y seguidores diestros de muy varias corrientes estéticas europeas y americanas; y no se suelen integrar en grupos que hagan imperar, aunque sea por poco tiempo, una sola de ellas.
El hecho de que se acojan, a menudo con efímero entusiasmo y escasa reflexión, las diversas tendencias occidentales, hace que el artista medio colombiano y en esto se diferencia de la mayor parte de los latinoamericanos convierta en señales lo que en el origen de la tendencia son signos, con lo que se resta drama a la producción artística a cambio de prestar cuidadosa atención a lo formal. Quizás por eso, el paso de las vanguardias artísticas por Colombia nunca ha sido arrasador pues el artista-medio (siempre hablando en términos generales) imbuido del ideal señalatorio, mantiene una cierta actitud conservadora, una especie de tranquila modernidad expectante que lo sitúa en la retaguardia de las vanguardias.
Esa exposición es una muestra representativa de lo que pinta y esculpe la clase media artística colombiana. Pienso que también representa correctamente el gusto medio de la mayor parte del público consumidor de arte en el país.
Presentar ese nivel promedio constituye, precisamente, el propósito de la muestra. No se ha tratado, pues, de ofrecer lo más eminente y avanzado del arte colombiano actual, internacionalmente conocido; tampoco, lo más comercial, vendido en almacenes de cuadros y marcos, apegado como en todo el mundo, a un fácil y hábil verismo académico.
De veintiséis compositores, 11 son mujeres. Creo que es una proporción digna de señalar, pues es así mismo representativa de una realidad: la notable y grata presencia de la mujer colombiana en el ámbito del arte y de la cultura, en el que ocupa muy destacado lugar, ya como productora, ya como organizadora y promotora. Tampoco sobra señalar, pues indica otra realidad, que casi la mitad de los concurrentes a la muestra viven y trabajan en ciudades distintas de la capital de la república: Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Santa Marta y Neiva.
Colombia es riqueza de paisaje variopinto: tropical y frío, costanero, de llanura y de selva. No es extraño, pues, que abunden quienes lo pintan y por eso hay ocho paisajistas proporción elevada en esta muestra: desde los que guardan fidelidad a las brumas del altiplano, como el meticuloso Jorge Cavalier, de limpia paleta, y Juan Bernal, naturalista de verdeazules, hasta los que hacen del cuadro una eclosión de festiva policromía, como Horacio Santamaría, o los que sienten el misterio de la selva, como Luz Cortés Caballos, pasando por quienes prefieren plasmar en transparentes y ágiles acuarelas el luminoso paisaje urbano y marino de la colonial y caribeña Cartagena, como Roberto Angulo. O quienes sienten más la presencia de las atmósferas desdibujadoras, como Jaime Pinto, hasta llegar al paisajismo fantástico, entre inquietante y sereno, de las escenografías inventadas por María Teresa Bretón, y quienes, presos de sugestiones orientales como Alfonso Ariza, hoy reciente y pintante en Japón, recuerdan con nostalgia los frailejones paramunos y las palmas tropicales.
Fauna, humanos y animales
Otro gran tema y no podría serlo menos es el humano. Y en él encontramos mayor variedad de concepciones y de procedimientos, pues acoge también a los escultores. Ahí están las obras en bronce de Emiro Garzón representando a esas sensuales écuyéres de exagerada anatomía, danzarinas sobre caballos cuyas ancas intentan competir con las de ellas; o las otras, modeladas por Roberto Gutiérrez, que juegan con nuestra percepción visual en actitudes inverosímiles. Sugerentes abstracciones y atrayentes superficies, también broncíneas, presenta Elma Pignalosa, también pintora. Las sintetizaciones de José Daniel Cuartas completan la presencia de lo humano en escultura. Entre los pintores, el tema se ha prestado para las dramáticas soledades acusadoras de la deshumanización que inquietan a José del Carmen Hernández, a la despersonalización que insinúa en sus cuadros Demetrio Jiménez, y a los ensueños de la persona que, en mundos imaginados, ilustra María Victoria Vélez colocando a sus figuras en espacios y tiempos fuera del presente.
La flora y la fauna, riquísimas en el país, no pueden ser indiferentes a los pintores colombianos por más que sean para ellos visiones cotidianas. Una y otra constituyen el temario de las acuarelas de Zarita Abello, tan gratas como ilustrativas, que traen a la memoria el trabajo de la Expedición Botánica que a finales del siglo XVIII dirigió el sabio naturalista Mutis. Las flores agigantadas que pinta Margarita Lega, solitarias y en primer gran plano, muestran una corporeidad que nada tiene que ver con las menudas, limpias, delicadas y decorativas que llenan los graciosos floreros de María Cristina Posada. Las aves de Angel Almendrales son parte importante de sus propósitos simbólicos mientras que las de Alejandro de Narváez son sobre todo pretexto para hacer vivas conjunciones de grafismo y policromía. Aun más intenciones gráficas, al punto de aproximarse a lo sígnico y gestual, se observan en los caballos pintados por Marta Guevara, vigorosa dibujante. Las carnosas frutas tropicales sirven a Angela Villegas para transfigurarlas, hacer abstracciones y sugerir sensaciones ambiguas del ámbito de lo ero-sexual, a base de un lenguaje alusivo.
Nos queda la referencia a quienes han huido de representar figurativamente las cosas. Son apenas dos en la muestra: Yairo Mejía, que hace dialogar en sus cuadros la geometría con el espacio y el gesto, y Pascuala Ramírez, constructora en plancha de hierro, que a su vez estudia seriamente las relaciones del plano y el espacio en otras equilibradas y serenas. Marta Hasbún es quizás la única del grupo que ha preferido asomarse a ciertos interrogantes de la actitud posmoderna, tratando de responderlos en sus pinturas donde los signos flotan en masas de colorido tropical. Por último, un aislado ceramista: Pablo Posada, que aporta su calidad técnica en un par de piezas, únicas en este arte de la exposición. Esta primera salida al exterior de la mayor parte de ellos será la piedra de contraste de la que todos han de sustraer consecuencias y lecciones, ojalá positivas.
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