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La prueba democrática de El Salvador

En sus tiempos radicales, Ken Livingstone, el ex alcalde de Londres, sarcásticamente dijo que si una votación cambiaba algo, la abolirían. Resulta ser que en América Latina las elecciones, en verdad, sacuden las cosas. La última prueba de ello: Mauricio Funes, el portador del estandarte del FMLN –hasta no hace mucho, un movimiento guerrillero marxista–, acaba de ganar las elecciones presidenciales de El Salvador.

Esto es destacable en un país que, hasta donde llega la memoria, ha sido
gobernado, cueste lo que cueste, por una oligarquía reaccionaria. Si la
estrecha victoria electoral de la izquierda salvadoreña es aceptada
pacíficamente –como ha sucedido hasta el momento–, ello significa que
América Latina, verdaderamente, ha recorrido un largo camino.
Que este cambio profundo sea visto o no como un momento clave en la
consolidación de la democracia en El Salvador, o como el inicio de una
pendiente hacia la inestabilidad, dependerá de la capacidad de Funes para
equilibrar dos imperativos complejos y contradictorios: llamar a la
moderación en todo el espectro político al tiempo que se implementan las
profundas transformaciones sociales que El Salvador tan penosamente
necesita.
Con casi la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza, las
profundas desigualdades del país residen en su tumultuosa historia política,
sus elevados índices de criminalidad y la masiva migración hacia el
exterior.
En todo respecto un hombre razonable, Funes enfrenta una batalla cuesta
arriba a la hora de predicar moderación. Presidirá un país profundamente
polarizado, donde las fuerzas conservadoras se encuentran fuera del palacio
presidencial por primera vez en la historia. Si el tono vicioso de la
campaña de su rival ofrece algún indicio, Funes no puede contar con la buena
voluntad de quienes todavía tienen que aprender a comportarse como una
oposición leal.
Más importante aún tal vez sea la relación del nuevo presidente con sus
propios aliados. Funes, un advenedizo político que no participó en la guerra
civil de El Salvador, junto con todos los candidatos parlamentarios del
FMLN, fue elegido a dedo como aspirante presidencial, a puertas cerradas,
por la comisión política del partido, donde cuadros marxistas reaccionarios
todavía deambulan sin obstáculos.
La lealtad de la comisión electoral parlamentaria reside, principalmente, en
la estructura tradicional del partido y solo accidentalmente en Funes.
Aún más problemáticas son las limitaciones que enfrenta este en materia de
propiciar una agenda de reforma social. Para empezar, el FMLN no cuenta con
una mayoría parlamentaria, que sigue en manos de sus oponentes de derecha,
Arena y sus aliados de larga data, el pequeño PCN. La administración de
Funes parece estar condenada a la parálisis política, una enfermedad crónica
de los regímenes presidenciales de América latina.
Es más, la actual crisis económica está creando problemas especialmente
serios para la economía salvadoreña. Los envíos de remesas desde Estados
Unidos representaron aproximadamente el 17 por ciento del PBI en el 2008,
más que las exportaciones totales del país. Esta fuente vital de capital
está cayendo a un ritmo alarmante –8,4 por ciento de enero de 2008 a enero
de 2009–. No sorprende que el pronóstico de crecimiento económico de El
Salvador para el 2009 haya sido recortado a apenas el 1 por ciento.
El verdadero problema, sin embargo, no tiene tanto que ver con la
contracción económica como con el espacio muy limitado de maniobra que tiene
el gobierno en un país que dolarizó su economía en el 2001. En vista de la
caída de las remesas desde el exterior y de la inversión extranjera, Funes
rápidamente descubrirá que la dolarización sin dólares no es algo divertido.
* * * *
Él es una voz moderada en un país donde estas no abundan. Necesita toda la
ayuda que pueda obtener. Estados Unidos, que todavía tiene una influencia
política significativa sobre lo que sucede en El Salvador, haría bien en
aceptar su elección y ofrecerle un apoyo tangible para las reformas sociales
esenciales.
La apuesta es elevada. Enfrentado a obstáculos atemorizantes y a una
oposición desleal, Funes bien puede decidir escuchar a la línea dura del
FMLN y perseguir su agenda de reforma sin ninguna paciencia por los
mecanismos de control democráticos, tal como han hecho otros líderes de
izquierda de América latina, como Rafael Correa, de Ecuador, y Evo Morales,
de Bolivia.
En el caso suyo, elegir ese camino sería un error histórico. Pondría en
peligro el único legado importante –aunque levemente irónico– de la lucha
armada del FMLN: la creación de una democracia liberal en El Salvador.
La democracia es una herencia que no tiene precio. Si en medio de la
indiferencia del mundo Funes eligiera ser inconstante y poco confiable, se
demostraría que Livingstone estaba equivocado: votar puede cambiar mucho, y
a veces para peor.
*Ex vicepresidente de Costa Rica y ex ministro de Planeación
KEVIN CASAS-ZAMORA *
El nuevo presidente, Mauricio Funes, enfrenta una batalla a la hora de
predicar moderación, pues presidirá un país hondamente polarizado.
ANDRUI
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