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¿Ha podido entender y perdonar lo que pasó entre su esposo e Ingrid en la selva?

Yo a usted no la conocía, pero cuando leí el recién aparecido libro de los gringos en el que ventilan algunos episodios ocurridos en su secuestro, sentí el impulso, en nombre de otras muchas mujeres, de enviarle un mensaje de solidaridad.

Así lo recibí. Me recordó que la vida real de Luis Eladio no es la que vivió
en la selva sino que es esta, la de ahora, la que ha recuperado al lado de
su familia.
¿Cree que el libro no ha debido revivir capítulos que habría sido mejor
dejar en la selva?
Le confieso que ese libro de los norteamericanos me obligó a dar un paso
atrás, cuando yo venía caminando firmemente hacia delante. Pero lo retomé
inmediatamente. No me molesta que Keith haya contado lo que contó. Él lo
quería decir. Y si eso le sirve para su recuperación, pues que lo haga.
Pero Keith revela un gran fastidio hacia Íngrid Betancourt.
El ser humano tiende a odiar a las personas que considera que nacen con
privilegios y que viven por cuenta de ellos.
Las relaciones entre los secuestrados ya se sabían. Pero venirlas a
ventilar en público...
Le cuento que los gringos llamaron el 24 de diciembre a mi casa. Yo
contesté, y era Marc. Fue muy cariñoso conmigo, me dio las gracias por los
mensajes y por las gestiones de la liberación de los secuestrados. Dijo que
quería mucho a Luis y que en ese día tan especial, los tres querían
confesarle ese mensaje de amistad y de compañerismo. Por eso, esas menciones
del libro sí me causaron sorpresa y ahí mismo me pregunté: ¿Qué pasó aquí?
De pronto ellos también necesitaban contar su realidad, y en ese proceso era
inevitable que hicieran esas revelaciones.
Cuando dice que con el libro retrocedió un paso, ¿significa que echó para
atrás en el proceso de entender y perdonar lo que pasó en la selva?
Yo estaba preparada para un proceso muy largo. Así lo entendí apenas
secuestraron a Luis, cuando fui a hablar con la guerrilla en el Caguán y me
informaron que lo de él iba a ser un canje. Así mismo, todos estos años me
fui preparando para el momento de su libertad, pero uno nunca está
completamente preparado. Lo único que puedo decir es que durante todo este
tiempo ese amor de familia, ese amor de pareja, crece en la adversidad. Y el
mío creció.
¿Creció idealizándolo?
No. Siempre traté de que fuera dentro de la realidad. Y lo mismo les pedía a
mis hijos: reclamen a su papá, extrañen a su papá, añoren el regreso de su
papá, pero ámenlo con los defectos y virtudes que tiene. Yo estaba segura de
que iba a regresar y que iba a ser difícil. El día del reencuentro se inicia
la vivencia completa del secuestro. Es el día de la verdad. Hay que
prepararse para ese momento en el que hay que volver a empatar dos historias
que venían transcurriendo separadas. Para conjugar las dos realidades de
esas vidas en un minuto.
Sé que usted supo, mucho antes de la libertad de su esposo, acerca de lo
que estaba ocurriendo en la selva...
Oí ese rumor en una reunión en mi apartamento con familiares de
secuestrados. Decían que entre ellos se habían conformado unas parejas. Yo
reaccioné muy tranquila, tratando de asumir que era un simple rumor. Pero
ahí mismo les dije a los demás familiares de secuestrados: ¿Si este rumor es
cierto, quién podrá juzgarlos? Yo no podré jamás juzgar a Luis Eladio por
cuenta del infierno en el que le tocó vivir. Para el ser humano, cuando
tiene que pasar unas pruebas semejantes, una mano calurosa, una sonrisa, se
convierten en cosas imprescindibles para sobrevivir. Así he intentado
entender lo que pasó con mi esposo.
¿Sintió la tentación de abandonar la batalla por su liberación, quizás
decepcionada por ese comportamiento?
No. Estaba rodeada del gran afecto de mis hijos, de mis amigos. Jamás pensé
en rendirme. A mí no me pasó. Pero a una amiga mía sí, a la esposa de uno de
los secuestrados, y los medios la convirtieron en la Magdalena que había que
apedrear. Hasta hicieron encuestas sobre su conducta, si había actuado bien
o mal, si había que entenderla o no, por haber optado por seguir su vida.
Sufrí mucho por ella. Fue una infamia en medio de tantas infamias que
pasamos aquellos a quienes en un segundo se nos interrumpe, y de qué forma,
la relación de familia que teníamos.
O sea que usted jamás permitió que los rumores se interpusieran en la lucha
por la libertad de su esposo…
Nunca. Antes que nada están los sentimientos y los compromisos emocionales
con esa persona.
¿Cómo hace uno para sacar tanta generosidad, en una circunstancia en la que
todo parece ser tan injusto?
Porque grande es el amor y el compromiso con la familia.
¿Llegó a temer que cuando se resolviera el secuestro de su esposo, él
tuviera otros planes afectivos para su futuro, que no la incluyeran a usted?
Sí, claro. Lo pensé mucho y con cabeza fría. Pero jamás les expresé mis
temores a mis hijos. Sí les conté que existía el rumor, e incluso mi hija,
en su amor de hija, llegó a manifestarme que consideraba insuperable ese
episodio. Por eso los invité a la comprensión. Pero manejando mis temores
más profundos, yo me propuse esperar a que Luis regresara a la libertad para
que pudiera expresarme personalmente qué quería y qué no. Cuando supe la
noticia de la libertad de Luis, más allá de la alegría de que se había
vuelto realidad, entré en pánico. Los pies se me pusieron helados. Y me
dije: aquí lo que toca es actuar con cordura, esperar su reacción cuando
llegue y hablar con sinceridad los dos. Pero me preparé para que cualquier
manifestación que diera, cualquier expresión de un sentimiento que perdurara
en el tiempo y que trascendiera las circunstancias, tenía que entenderlo y
respetarlo.
Producida la libertad de su esposo, ¿cómo llegan a tocar el tema?
En los primeros días no pudimos, era muy poco el tiempo. Los periodistas se
colaban por las puertas, por las ventanas, allá en Caracas, y no nos dejaban
hablar en la intimidad.
Pero como comenzaban a aflorar todas las heridas que produjo el secuestro,
era el momento de sentarnos para hablar. ¿En qué estábamos? ¿Qué había
pasado atrás? ¿Qué venía adelante? Luego Darío Arismendi inició las
entrevistas con Luis para publicar su libro y para él fueron como una
terapia para expresar todas esas angustias que traía. Darío quiso que yo
mirara los borradores, y todas las noches me los hacía leer. Lo que tiene
ese libro de Luis de bueno es que huele a selva. Un libro sobre esa tragedia
no se puede escribir un año y medio después, montando previamente
estrategias que lo favorezcan a uno para contarlo. El libro tiene que ser
veraz. Por eso en ese libro empecé a descubrir cuál era la dimensión de la
solidaridad de Luis hacia Íngrid. La comencé a palpar. Pero también me
empecé a cuestionar si ahí había algo más que solidaridad, y deseaba que
Luis me lo aclarara. Porque para reconstruir nuevamente nuestra relación
tenía que haber una posición de franqueza, de sinceridad, para saber cada
uno en qué estaba.
Y finalmente hablaron…
Sí. Empecé a hablarle a Luis como estamos ahora hablando las dos. Nunca
censurándolo, nunca cuestionándolo. Solo pidiéndole que me aclarara qué
había ocurrido con sus sentimientos hacia mí después de ese paréntesis de
vida tan aterrador que tuvimos, en el que yo no sabía si estaba vivo o no.
Le pedí que habláramos todo primero como amigos, y después sí tomáramos
cualquier decisión. Él me pidió que lo entendiera. Que esa relación fue
básicamente producto de una solidaridad muy grande con una mujer que pasó
por el mismo infierno que él, y en el que contra ella se podían además
cometer los peores atropellos en su condición de mujer.
Es apenas lógico que entre los secuestrados se creen unos lazos enormes de
solidaridad…
Sí. Esos quedarán de por vida. ¿Pero, dónde terminaba el lazo afectivo y de
solidaridad por el secuestro y se transformaba en un sentimiento mucho más
profundo?
Usted se lo planteó así.
Sí. Que si en su corazón había algo más, que si él pensaba que había algo
más, me lo dijera sinceramente y que yo lo iba a comprender. Él me abrazaba
y lloraba. Me decía: “Entiéndame. Compréndame. Es mi amiga. La persona que
me dio la mano y a la que yo también se la di”. Lo que pasa es que ese
límite en el libro nunca se aclara. En él Luis exalta esa amistad con
Íngrid, reconoce todos los valores de ella, pero él se minimiza.
¿Se refiere a que el libro de su esposo con Darío Arismendi parece ser más
sobre Íngrid que sobre él?
Sí. Así es, cuando él es un hombre que ha asumido tantos retos, porque la
vida nunca ha sido fácil para nosotros. Él los ha enfrentado, los ha
encarado y los ha resuelto. Él se me aferraba, me lloraba, y me decía no, no
es eso. Y yo le preguntaba: Gordo, es que usted perdió la autoestima? Porque
es fácil perderla con gente que todo el día le está diciendo porquerías, que
lo está responsabilizando de los males del país, que lo tiene encadenado.
Pero él se aferraba a mí llorándome y diciéndome que no.
Con cada página del relato del libro usted intentaba entender qué había
ocurrido…
Sí, y resolví darle tiempo al tiempo. Darle tiempo a Luis en su regreso a su
libertad sicológica, emocional y física. Pienso que ni siquiera ha regresado
todavía completamente a esa la libertad. Pero tampoco lo hemos hecho su
esposa y sus hijos. Por eso quiero aprovechar esta entrevista para decirles
a los colombianos, a la sociedad, que con respeto a nuestra intimidad pero
nunca con lástima, sigan tratando nuestra libertad con comprensión,
generosidad y solidaridad. Y a quienes ya han recibido a los suyos o siguen
esperándolos, que cada uno pise su realidad con mucha comprensión y con un
amor excesivo. Él regreso a la libertad está muy lejos de completarse en el
momento en el que uno se da el abrazo del reencuentro. Es apenas el
comienzo.
¿Este episodio le ha dejado algún odio o resentimiento?
No siento absolutamente ningún odio. Así como mi esposo padeció el
secuestro, lo padecieron sus compañeros. Mi esposo necesitaba una persona
con quien hablar, con quien interactuar, porque esa era su salvación
emocional. Así debió suceder con la otra persona.
¿Siente celos?
No. Lo que siento es no haber podido estar yo allá, dándole mi mano. La mía
se la tuve que dar a la distancia.
¿El suyo con Luis Eladio es hoy un matrimonio que se mantiene sólido?
Sí. Es un matrimonio que está luchando mucho por salir adelante. Es un
matrimonio que pidió ayuda profesional porque entendemos que la necesitamos.
Vamos todas las semanas, las terapias están sirviendo muchísimo y le
aconsejo a todos que lo hagan. Si las dos personas, en este caso mi esposo y
yo, no nos desprendemos de lo que ocurrió allá, en el secuestro, nunca vamos
a recuperar la realidad de acá. Lo mío es el ahora, el así y el hoy.
¿Enamorarse de su libertad?
Sí. Esto se los comenté a las demás señoras. Nosotros también estábamos
corriendo un riesgo. Para nosotros tampoco iba a volver a ser fácil
compartir nuestros espacios, compartir hasta el control de nuestra
televisión. Volver a ser la pareja, a decir nos vamos, a hacer consensos, a
negociar. Durante el secuestro éramos autónomas absolutamente en todo.
Quiero valorar el trabajo de cada una de esas esposas. Sacamos nuestros
hogares adelante, sacamos a nuestros hijos adelante, les dimos el colegio,
la carrera, hicimos lo mejor que podíamos hacer. Pero también nos podemos
enamorar de esa libertad que da la soledad. Aprendimos a manejarla y a
hacerla nuestra amiga.
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