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Para ver y aprender

Los museos que probablemente se asocian más con la Universidad Nacional son el de Arte y el de arquitectura Leopoldo Rother. Sin embargo, su patrimonio museográfico asciende a 25, desperdigados por Bogotá, Arauca, Medellín, Manizales, Palmira, Leticia y San Andrés.

Hace tres años, las directivas de la universidad decidieron crear un espacio
administrativo que, respetando las individualidades, trazara políticas y
lineamientos generales, con el fin de fundir museos y patrimonio en una
unidad poderosa, con presencia nacional. El puesto de coordinador del
Sistema de Patrimonio y Museos, SPM, fue otorgado por méritos, después de
analizar varias hojas de vida. El elegido: un catalán, Edmon Castell, quien
se presenta como el director del museo más grande y diverso de Colombia. El
sistema depende de Fernando Montenegro, vicerrector de sede.
Se presumía que el SPM reuniría unos 10 museos. La primera sorpresa fue
inventariarlos; luego, constatar que algunos se encontraban en grave peligro
de no intervenirse y, finalmente, identificar su heterogeneidad: desde
ciencias naturales, entomología, minería, agua, hasta el Observatorio
Astronómico, que nació hace dos siglos.
Castell, geógrafo y museógrafo, comenzó, entre otras cosas, a construir la
identidad de cada uno de los museos y del conjunto en general. No fue fácil,
porque las directivas consideraban que era mejor invertir en otros rubros
los pocos recursos que tenían. Después de agitados debates, Castell ganó.
“El argumento de que vivimos en el mundo de lo virtual y que el papel
desaparecerá, fue el más repetido. Sostuve, en primer lugar, que casi nada
de lo bueno que hace y produce la universidad se conoce fuera, por lo que
estos materiales eran fundamentales. De otro lado, que los museos deben
tener un componente tangible: a los visitantes se les debe entregar siempre
algo, máxime si se tiene en cuenta su naturaleza fetichista, lugares en
donde se hace culto a los objetos. Quienes los disfrutan aspiran a llevarse
un pedazo de ese sitio a su casa; que lo voten o no, no lo sé, pero es mi
deber, como institución, entregarles ese algo. Trabajo un concepto de
museografía, museología pobre, teorizada con corrientes utilizadas en Italia
en los setenta y ochenta. De manera paralela construimos virtualidad a
través de una página web, que nos reúne a todos, pero que muestra el
potencial y horizonte de cada uno de los museos”.
El resultado no podría ser mejor. Los catálogos de cada uno de los museos y
el plegable que los contiene a todos son piezas para coleccionar por su buen
diseño, además de manejar muy buena información en forma didáctica.
Como en cualquier parte del mundo, los museos universitarios nacen y crecen
por la actividad académica de un profesor o grupo de profesores, que
conforma una colección para prácticas o como herramienta de enseñanza.
Muchas veces, estos operadores no son conscientes de la criatura a la que le
han dado vida y no forman equipo para que los reemplace en caso de
desvinculación o por desaparición. El museo de ciencias forenses José María
Garavito Baraya, para Castell “un museo fundamental”, es un buen ejemplo de
esta modalidad. Murió cuando su creador se jubiló. Volvió a conformarse,
hace año y medio, gracias a la existencia del SPM. “Recuperamos el
inventario de piezas, fotografías, revólveres, huesos, muestras de tatuajes,
iniciado en 1959. Ubicamos la colección en una bodega de trastos viejos, en
el (edificio)Uriel Gutiérrez, que es adonde va a parar todo lo que se da de
baja”.
Otra modalidad son los museos que el estado entrega a la universidad, como
La Casa Gaitán, que le fue heredada en el 2006 y aún cuando por ahora se
dedica tiempo y esfuerzo a un contencioso que interpuso la familia de
Gaitán, el museo está abierto al público, se hacen visitas comentadas,
muestras e incluso pequeñas pero significativas inversiones, como la de 8
millones de pesos para recuperar el traje que llevaba Gaitán el día de su
asesinato, al que se lo estaban comiendo las polillas.
En esta tarea de recuperar obejetos, lugares e historias significativas y
representativas para la historia del país, ha estado involucrado Castell
desde que comenzó a trabajar con la Universidad Nacional.
Otro museo recibido fue el Claustro de San Agustín, que el Ministerio de
Cultura les canjeó por el museo Santa Clara, donde se creó la universidad,
hace 141 años. “Cuando recibimos el Claustro, estaba en muy malas
condiciones. Lo estamos remodelando y de manera simultánea hacemos operación
museológica: montamos una exposición sobre la expedición botánica, gratuita.
Se está reparando toda la cubierta y volviendo las salas a su estado
original. Recién comencé a despachar, los vecinos, seguridad de la Casa de
Nariño, estuvieron muy intrigados porque ese edificio que durante 20 años
cerró sus puertas a las seis de la tarde, ahora lo hacía a las 10 de la
noche. No fue fácil explicar que el Claustro pertenecía a la Universidad
Nacional y que su director es extranjero. Ahora, todas las actividades se
las comunicó a mis vecinos, dentro del marco de colaboración institucional”.
Castell considera que más allá de los fines científicos, los museos son
espacios para la construcción permanente de memoria y que este hermoso y
retador proyecto, en últimas, es eso lo que busca.
- El viento que llega
Edmon Castell nació en un hogar de artesanos, en un pueblo de Cataluña tan
pequeño que su nombre, La Aldea, lo dice todo. Allí el viento sopla muy
fuerte. Recién egresado creó el Museo del Viento, proyecto concebido con
otras muchas manos.
La idea era hablar del viento como hecho físico, como fenómeno meteorológico
y como producto cultural.
Lo primero fue buscar referentes en canciones, poemas y libros. Ahí surgió
la figura de los migrantes, personas que no tienen referentes espaciales, a
quienes les han arrebatado su territorio.
Se presentó la contradicción: la mayoría de los museos tratan de dar raíces
a la gente, ofrecer ataduras y su idea planteaba lo contrario. Castell
sostuvo, entonces, que puede haber un museo sin territorio, igual que esos
migrantes que salen de su terruño y se instalan en tierras extrañas, como es
el caso de Castell, que se casó con una colombiana y aquí vive.
El Museo del Viento se inauguró con una muestra de fotografías de
desarraigados de la guerra civil española, tema que les dio legitimidad.
Hubo, también, dibujos hechos por niños: la captación del paisaje del
exilio. El Museo del Viento fue entendido, entonces, como museo memorial.
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