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Errores y aciertos de Uribe

Cuando uno habla con seguidores furibundos del presidente Uribe, es imposible hacerle críticas porque enseguida empiezan a vociferar todos sus logros y sus virtudes. Y cuando uno está entre detractores acérrimos del mandatario, no hay ningún espacio para subrayar sus méritos y sus aciertos. Lo que siempre me ha parecido curioso es que, en este caso, esos grandes aciertos han sido al mismo tiempo errores estruendosos.

MARIO MENDOZA
Nadie puede negarle a Uribe que impuso una nueva forma de gobierno,
recorriendo el país, abriendo los consejos comunitarios desde muy temprano
en las regiones para enterarse de todos los problemas de la gente. Estábamos
acostumbrados a un tipo de gobernante que no se comprometía a fondo, con
vaso de whisky en la mano, al que le encantaban las relaciones diplomáticas,
la vida fácil, perezoso, negligente, clasista, que usaba su cargo por lo
general para diseñar un fortín político que le garantizara cierta
permanencia en el poder cuando tuviera que dejar la Casa de Nariño. Seguir
de cerca los consejos comunitarios es una experiencia aleccionadora porque
Uribe se conecta con los problemas de la gente directamente, pregunta por
las carreteras, por los puentes, por las heladas, por el precio del
transporte desde las fincas hasta los pueblos, por los insecticidas, por las
vacunas para el ganado, por el estado de los abrevaderos.
Nunca habíamos visto a un Presidente trabajando los fines de semana (ni
entre semana tampoco) desde las cuatro de la mañana, madrugando para
encontrarse con los campesinos y tomar notas de todos sus problemas.
Increíble. Además, se nota que a Uribe le gusta, que se siente cómodo entre
la gente del campo. La indumentaria que usa, con el sombrero ligeramente
inclinado hacia la izquierda, refuerza esa imagen de hombre popular, de
político alejado de las poses seudo-aristocráticas de las grandes ciudades.
Algo verdaderamente inusual, que no habíamos visto antes en los anteriores
mandatarios y que, sin duda, hacía mucha falta.
Y aquí es donde, misteriosamente, cruzamos una línea y los logros se vuelven
errores catastróficos. De un trabajador incansable que recorre las veredas
del país informándose y solucionando los problemas de la gente de su pueblo,
Uribe empieza a asumir el rol de un individuo campechano, provinciano,
acostumbrado a ser un capataz de finca que da órdenes a unos trabajadores
que no pueden rechistar. Su apología de la vida ruda del campo lo hace
olvidarse por lo general de una cierta sofisticación que trae la cultura y
que es indispensable en el ejercicio del poder, lo hace asumir roles
intolerantes y déspotas, cuando la democracia es precisamente todo lo
contrario, el respeto por las posiciones de los otros, y la defensa incluso
de esas posiciones aunque no sean las propias.
El año pasado, en el Congreso de la Lengua, con los Reyes de España en el
auditorio, Uribe leyó un discurso desordenado (parecía que se le hubieran
trastocado las páginas), localista, salpicado de lugares comunes y de citas
ininteligibles. Saludó como un plebeyo feliz a sus Reyes y afirmó que los
recibía en nombre de la Cruz (haciendo alusión, por supuesto, a su
catolicismo radical), un despropósito inverosímil en un gobernante que
representa los distintos credos y prácticas religiosas de una ciudadanía
diversa y múltiple. Dos escritores argentinos que estaban allí, judíos,
preguntaron qué diablos era eso y dijeron que se salían de la sala a manera
de protesta.
Las palabras del Rey, en cambio, fueron toda una lección de erudición y de
placer literarios. La mayoría de sus citas, hechas de autores
latinoamericanos que han sido y siguen siendo sus amigos personales,
demostraba un gran conocimiento de los escritores del boom, un conocimiento
de verdad, de él y no de la persona que le había escrito el discurso. Al
final, la sensación era la de un Presidente latinoamericano que era más
monárquico que el Rey y que parecía desconocer por completo a los grandes
escritores de su propio continente. Una situación embarazosa y triste.
Uribe también impuso un discurso a favor del país, de sus costumbres, de su
gente, de las ventajas de vivir y de trabajar aquí, en Colombia. Lo que
siempre ha primado en el país son las poses extranjerizantes, la sensación
de que estudiar y residir por fuera, en Estados Unidos o en Europa, es muy
superior a quedarse en Bogotá, en Cali o en Medellín. Un cierto complejo de
inferioridad muy generalizado generó un comportamiento que nos ha hecho
mucho daño: viajar a otros países con la creencia de que estamos saliendo de
la barbarie para, por fin, conquistar la civilización. Durante los mandatos
de Uribe ese complejo viene desapareciendo y empieza un nuevo discurso a
favor del país, de sus instituciones, de sus profesionales, de los
beneficios de trabajar aquí, de tributar aquí, de invertir aquí. Una
apología de Colombia que nos hacía falta, una demostración de afecto por el
país que es sana y conveniente.
Sin embargo, un paso más allá de lo debido, el amor por el país se ha vuelto
poco a poco un discurso nacionalista muy peligroso porque descalifica en
seguida y de manera irracional todo deseo por nutrirse de las tendencias y
de las culturas de otras latitudes. Estos nuevos fanáticos de la
colombianidad son los que ven en cualquier crítica una amenaza, son los que
tachan de traidores de la patria a los que viven fuera del país, son los que
insultan y escupen en el aeropuerto Eldorado a Piedad Córdoba, son los que
amenazan por Internet a cualquier columnista que se tome el trabajo de
subrayar los grandes errores de esta administración, son los que apoyan de
manera ciega todas las acciones de las Fuerzas Militares, incluso aquéllas
que están por fuera de la ley. Son, en suma, huestes iracundas que bordean
la criminalidad o que ya están en ella. Nada más peligroso para el país que
este amor mal entendido.
Con los paramilitares pasó exactamente lo mismo. Como gobernador de
Antioquia, Uribe patrocinó unas Convivir ajustadas a la ley que sirvieran
como apoyo para desmantelar el poder guerrillero (aunque ya en esos inicios
aparecen nombres inquietantes como el de Salvatore Mancuso), y esas
cooperativas de seguridad, aliadas con hacendados, multinacionales y
narcotraficantes, terminaron convertidas en unos ejércitos asesinos que
masacraron a su antojo y que ubicaron a nuestro país en la lista negra de
las naciones con mayor desplazamiento forzado en el planeta. Un descalabro
completo.
Igual sucede en el terreno de la lucha contra la guerrilla. Nadie puede
negarle a Uribe sus grandes logros en esta materia. Ha enfrentado a una
guerrilla que usa todavía el secuestro como método de financiación y de
presión política, una guerrilla con crímenes de lesa humanidad, una
guerrilla multimillonaria cuyos dineros del narcotráfico la corrompieron
hasta la médula. También ha desenmascarado esas posiciones intelectuales
peligrosas de apoyo a unos combatientes idealizados, cuando la realidad es
que se trata de mafias que se han aprovechado de la pobreza del campesinado
colombiano para nutrir sus arcas repletas de dineros provenientes del
tráfico de drogas. Incluso la izquierda ha tenido que distanciarse de la
guerrilla para poder legitimar su discurso, algo que en Colombia era desde
hace tiempo necesario, pues esa izquierda, durante décadas, se hundió de
mala manera apoyando las acciones guerrilleras.
Y de nuevo los aciertos son grandes errores. La lucha contra la subversión
derivó en una obsesión que ha llevado a agentes estatales a violar una y
otra vez los derechos humanos, a segregar y a amenazar a los líderes
indígenas, a los sindicalistas, a los políticos de izquierda democrática, a
perseguir a profesores y a estudiantes universitarios con ideas socialistas
o comunistas, a presionar a las Fuerzas Militares hasta el punto de
llevarlas a reclutar a jóvenes humildes para hacerlos pasar como falsos
positivos. Un desastre total.
Esas posiciones exageradas han llevado a Uribe a descalificar a ciertas ONG
y a decir que los informes internacionales de violación de derechos humanos
en Colombia son tendenciosos y mentirosos. Y es lo que lo ha llevado a
enemistarse con sus vecinos (Venezuela, Ecuador) y a no entender que hay una
línea en donde sus ideas positivas se transforman en bestias indómitas con
vida propia.
No le quedará fácil a Uribe meter en cintura a los monstruos que han nacido
durante su administración para volver a fundar líneas intermedias,
tolerantes, democráticas, reposadas. Una actitud fundamental en un mundo que
acaba de votar en Estados Unidos, justamente, en contra de esas posiciones
extremas y radicales.
HERJOS
MARIO MENDOZA
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