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La máquina de la muerte de Elías Heim

La luz de las lámparas de neón se refleja en destellos en medio centenar de jarras y copas de vidrio sobre tres estantes grises, metálicos y sin gracia. En lo que fue un salón de clase, ahora con paredes tan blancas que casi molestan la vista y un piso gris lúgubre, se juntan algunas personas que llegan solas o de a dos.

Redacción El Tiempo
No importa si vienen hablando animadamente por el pasillo lleno de puertas
que antecede a la entrada, al llegar a la habitación, la gente se calla.
En una esquina hay un reloj redondo, de manecillas negras y fondo blanco,
pero lo único que parece causar un disturbio en tanta quietud son los restos
de vidrios junto a los estantes, señal de que algunas vasijas han caído.
Es un poco la imagen que podría tener un manicomio en una película de
suspenso, salvo por un video que corre en un televisor de pantalla plana
colgado en una pared y porque todo hace parte del 41 Salón Nacional de
Artistas, que se desarrolla en Cali.
La gente apenas respira y se mira, camina un poco o mira el video que
muestra las manos de una mujer que repara, de manera amorosa, una copa rota.
En este punto, tal vez muchos se pregunten qué hacen viendo un juego de
copas y envases sobre tres estantes que tienen la ‘elegancia’ de los que
habría en un regimiento, o por qué esa obra del caleño Elías Heim es una de
las más llamativas del salón.
La respuesta llega en un instante, traída por un inesperado sonido como de
metal contra metal, al que le sigue el golpe seco de una copa que estalla en
el piso. Una explosión de vidrio y nada más. Luego, la conversación
recurrente de la gente:
–¿Viste? ¡Se cayó una!
Y la pregunta crucial:
–¿Dónde va caer la otra?
No debería repetirse
Heim llamó a esta obra Mujeres de los escombros, como referencia a las
viudas y huérfanas que, luego de la Segunda Guerra Mundial, hacían largas
filas para pasarse, una a otra, ladrillos y escombros con los cuales
levantaron nuevas casas.
“Ellas construyeron nuevamente a Europa y a muchos dicen que son las
responsables de lo que hay hoy”, dice Heim, que además de colombiano es
judío.
Por eso, más allá del nombre, la obra se presenta como un señalamiento a lo
frágil de la vida y a lo fácil que es acabar con ella cuando el ser humano
se convierte en un objeto.
“En la tradición judeo-cristiana, Dios creó al hombre al insuflarle aliento.
Una botella, una vasija o una copa necesitan ser sopladas para adquirir la
forma", explica el artista.
El problema de estas copas es que debajo de los estantes grises hay un
mecanismo que las empuja al vacío –las envía a su muerte– de manera
aleatoria.
La obra tuvo su inspiración en la manera sistemática en que los nazis
intentaron acabar con los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, Esa
estrategia empezaba por deshumanizar a las personas para volverlas
finalmente un objeto.
“Yo solo enciendo la máquina y no sé qué pasará. Nadie sabe qué pasará –dice
Heim–. Así eran los campos de exterminio. No había reglas. El ser humano se
volvía un objeto que podía morir por cometer un error o porque a un soldado
que se tomó tres tragos se le ocurrió dispararle”.
El artista afirma esto y otra copa cae, mientras un par de visitantes se
enfocan en un estante cada uno, con la esperanza de ver el momento en que el
envase realice su vuelo mortal.
Heim señala cómo, paradójicamente, esos seres vueltos objetos no existían
para los demás hasta que morían: “Cuando se desplomaban, entonces la gente
decía: ‘ahí había un ser vivo’”.
Algo parecido pasa con las copas. El que las mira solo las ve cuando se
convierten en fragmentos. A lo mejor, por eso muchos las quieren ver aun
siendo copas individuales, no en el estante, un milisegundo antes de que se
revienten contra el piso.
Aquí tambien
Para Heim no se trata de un asunto del pasado, sino algo que también sucede
en Colombia. “Los judíos asumieron el Holocausto como una oportunidad para
gritar que eso no volviera a suceder –dice–. Que no pasara nuevamente, que
el hombre nunca volviera a ser un objeto, pero uno, colombiano y judío, ve
que se repite.
“Estamos en una situación en la que la dignidad humana puede borrarse y el
hombre ser menos que un animal –agrega–. No se puede coger a unas personas,
meterlas en la selva en una jaula de púas y dejarlas años eternos ahí, como
objetos de intercambio. Uno ve como una persona le corta la mano a otro, le
dan una plata y todos contentos", señala el artista.
En el salón, el tiempo pasa y su paso lo acentúa el reloj de la pared. A
veces, alguna pareja se sienta con la esperanza de ver caer un recipiente.
Para muchos, ver el momento, aun sin saber lo que significa, parece ser
atractivo. En promedio, mientras la máquina esté encendida, caerá una copa
cada 14 minutos, aunque realmente no se sabe cuándo. En ese tiempo, según
estudios consultados por Heim, habrá muerto de manera violenta una persona
en Colombia.
‘ ‘ Solo enciendo la máquina y no sé qué pasará. Nadie sabe qué pasará. Así eran
los campos de exterminio. El ser humano se volvía un objeto”.
- El juego de lo impredecible
La máquina de la que se valió Elías Heim consiste en un sistema que empuja
al vacío de manera aleatoria las copas que están en tres estantes. Por ello
es imposible predecir cuál copa o vasija caerá y en qué momento. Pueden
pasar pocos minutos entre una y otra caída. También puede pasar un largo
rato sin que algo suceda. La máquina está construida para que, al final del
día, haya lanzado un promedio de un recipiente cada 14 minutos.
helgon
Redacción El Tiempo
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