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EN LERMA, VIDA DESPUÉS DE LA COCA

La noticia estalló en boca de los campesinos que bajaron espantados hasta las primeras calles del pueblo: mataron a monseñor!.

José Navia
Unos segundos antes sonó un disparo dentro de la iglesia. Esa mañana el pueblo estaba repleto de campesinos en traje dominguero. Llegaron muy temprano atraídos por la presencia del arzobispo, quien viajó unas cinco horas desde Popayán para confirmar a 50 niños de las 12 veredas de Lerma.
Dentro de la iglesia, en medio de un calor sofocante, los niños, con sus padres y padrinos de la mano, se apretujaban en una hilera, desde el presbiterio hasta el atrio de la capilla.
Dos hombres, enemigos por cosas de la coca, quedaron uno detrás del otro en medio del tumulto. El que estaba delante cayó con un balazo en la cabeza.
Hubo gritos, histeria y estampida. La noticia llegó clara al atrio de la iglesia: mataron a un señor!, Y bajó deformada a las calles pedregosas de Lerma.
Este episodio hace parte de la historia inverosímil que vivió ese corregimiento de Bolívar, Cauca, generada por la bonanza coquera. Ahora, la paz regresó mediante un proceso educativo y cultural que busca cambiar el pensamiento de jóvenes y niños.
El resultado comienza a verse. Unos cien alumnos del colegio local desfilan este jueves de mercado con pancartas contra el alcohol y el basuco. Lerma es, quizá, la única población de Colombia donde las tiendas y billares no venden ni siquiera cerveza. La última cantina cerró hace unos siete años.
Roberto Quiñones, un sesentón que se protege del sol bajo un almendro, en un costado de la plaza, tiene bien clara la situación: Esta culecada ya se engeró, no dejemos que se nos engere la próxima . El hace referencia a las nidadas de huevos que se pudren antes de nacer.
A los 16 años -dice un habitante- me salí de la escuela. Estaba en cuarto de primaria. Yo dije: aquí tengo plata, tengo mi moto. Andaba de grill en grill, jugando gallos que compraba en los criaderos de Cali. Me sacaba 15 mil pesos trabajando tres días a la semana. De eso hace unos 14 años . El todavía conserva su moto pero hoy no tiene dinero para la gasolina.
Durante la bonanza, que comenzó a finales de la década pasada, la población de Lerma pasó de 400 a 2.000 habitantes. Las veredas que no tenían energía eléctrica se llenaron de electrodomésticos. Los campesinos compraron neveras para guardar la ropa sucia y lujosos camperos que se pudrieron a la intemperie.
La cueva del humo
Pero la bonanza terminó hacia 1984. La policía antinarcóticos montó retenes por todas partes y destruyó grandes cultivos. Entonces se desató la violencia. Entre 1984 y 1989 fueron asesinadas 80 personas en las diez calles que tiene el pueblo.
Aparecieron las bandas que mataban por ver morir, los grupos de limpieza y diez hombres que dijeron ser guerrilleros. Estos fusilaron a varias personas en el centro del pueblo. A ellos también los mataron. Cuarenta y ocho familias abandonaron sus casas. La guerra fue de todos contra todos. Los padres le enseñaron a beber y a disparar a sus hijos de ocho o nueve años, para que sean verracos , les decían.
En medio de ese caos regresó a su pueblo Walter Gaviria, un lermeño que acababa de graduarse en la facultad de filosofía de la Universidad del Cauca. Les propuse -dice Gaviria- crear una cooperativa cuyo primer objetivo fuera montar un colegio . Los habitantes, cansados de la violencia, acogieron la propuesta.
Cuatro compañeros de Gaviria se aventuraron a trabajar, sin sueldo, en el proyecto. Comenzaron con treinta alumnos en una casa abandonada.
Golpearon muchas puertas, pero muy pocas se abrieron. Los dirigentes todavía recuerdan a un secretario de educación del Cauca que les contestó: ustedes se pusieron a jo... con el colegio, paguen ustedes .
La comunidad, con rifas, venta de empanadas y algunos aportes de entidades privadas y del Estado construyó una edificación de seis aulas.
Los estudiantes y profesores sueñan con un auditorio, una cancha y dos laboratorios. Hay 105 alumnos, cuatro grupos musicales, uno de baile, uno de teatro y dos equipos de fútbol. Los lermeñitos , el grupo infantil, ganó un concurso departamental de música y estuvo en el Festival Nacional del Bambuco.
El colegio organiza festivales deportivos y culturales. Existen canciones que hablan de las épocas pasadas y de los nuevos días. Ya no hay casas vacías. Los estudiantes, además, fueron elegidos en los principales cargos de la Junta comunal.
La cantina más famosa, La cueva del humo , se convirtió en una lechería. En sus paredes descoloridas todavía se ve la cara negra de un tigre y la silueta de un pistolero, delineadas con pintura fosforescente.
Didier Navia, uno de los jóvenes rescatados de aquel abismo, es concejal del municipio de Bolívar.
El proyecto educativo ganó el año pasado el premio Luis Carlos Galán que entrega la Corporación Promotora de las Comunidades Municipales, Procomún. Y estrena un pomposo nombre: Colegio Piloto Departamental Agrícola. La secretaría de educación del Cauca se hizo cargo de la nómina.
Por estos días Walter Gaviria y otros líderes comunales, con ayuda de la Corporación para la Reconstrucción del Cauca, CRC, trabajan en un proyecto productivo de caña panelera.
Este paso es fundamental para reemplazar los pequeños cocales que las familias tienen en sus huertas, sobre todo en las veredas. Allí las cosas no han cambiado. En toda la zona faltan acueductos, vías, atención médica y estímulos a los productos lícitos.
En la plaza de Lerma se escuchan dos tiros lejanos. Los vendedores de cachivaches recogen sus tenderetes y las cocineras enrollan las carpas desteñidas. Se oyen los ronquidos de la chiva colmada de campesinos. Un marrano chilla en el extremo de un lazo.
Es otro jueves de mercado, en dos años, que termina sin borrachos y sin muertos.
José Navia
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