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Comisión Ballenera y Bahía Málaga

Muchos colombianos hemos dado la bienvenida a la decisión del Gobierno de hacer parte de la Comisión Internacional de Ballenas, tratado mediante el cual se intenta protegerlas frente a diversas amenazas, siendo una de las mayores su cacería comercial. Para Colombia y el mundo tiene un interés particular la ballena jorobada, pues muchas de estas nacidas en aguas colombianas (en sitios como la ensenada de Utría, Bahía Málaga y Gorgona, entre otros) son eventualmente cazadas en aguas internacionales.

Cada año, las ballenas hacen un largo viaje desde el extremo sur del
continente americano hasta las aguas del Pacífico ecuatorial para permanecer
allí desde agosto hasta octubre. Precisamente, en el área de Bahía Málaga y
alrededores se reúne una población considerable de estos mamíferos (una
tercera a una cuarta parte del total del Pacífico suroriental). El biólogo
Juan Capella y sus colaboradores han evidenciado cómo en las someras y
cálidas aguas de las costas de la bahía las ballenas llevan a cabo
“actividades fundamentales en su ciclo de vida: apareamiento, parto,
lactancia y crianza, reposo y socialización. Todas ellas requieren ambientes
sin o con mínima perturbación, especialmente en lo referente a emisiones
sonoras, pues la comunicación por este medio es primordial en esta especie.
Entre estas conductas está el canto, uno de los comportamientos más
complejos del mundo animal y uno de los mecanismos de cortejo esenciales en
las jorobadas”.
Este refugio de las ballenas jorobadas y sus ballenatos, uno de los lugares
del mundo con una de las tasas anuales de alumbramiento más altas para la
especie, está hoy amenazado con la construcción de un puerto comercial. Sin
duda, los impactos de las grandes obras marítimas y terrestres
–instalaciones portuarias, vías de acceso, asentamientos humanos– y de la
operación del puerto, no solamente pondrían en riesgo la suerte de las
ballenas jorobadas sino también la protección de otros valores ambientales y
culturales de especial significado.
Porque Bahía Málaga es el hábitat de una gran diversidad de flora y fauna
terrestre y marina, que incluye los únicos arrecifes de coral del Valle del
Cauca, las amplias llanuras aluviales con extensos cinturones de manglar,
que ocupan un total de tres mil hectáreas y un rico bosque que circunda la
zona costera. Y porque en la región de la bahía habitan poblaciones negras e
indígenas cuya identidad cultural y sus derechos constitucionales al
territorio también se verían afectados.
No es entonces extraño que Bahía Málaga hubiese sido preseleccionada como
área marina protegida por la Dirección de Parques Nacionales, ni que los
estudios adelantados en la última década a instancias de diferentes
gobiernos sobre la posible ubicación de puertos en el Pacífico siempre
descartaran a la bahía ante sus claras restricciones ambientales. Por todo
ello, resulta incomprensible que mediante el Conpes de expansión portuaria,
aprobado durante el primer mandato del presidente Uribe, se haya dado inicio
al proceso de establecimiento de un puerto de aguas profundas en Málaga.
Tenemos ahora la esperanza de que el Miambiente no apruebe la licencia
ambiental para su construcción. Sería la única posición coherente con las
enfáticas declaraciones que el ministro Juan Lozano hizo sobre las
implicaciones de la adhesión de Colombia a la Comisión Ballenera y la
consecuente decisión del Ministerio de adelantar todas las medidas
necesarias para proteger no solo las ballenas sino también otras especies
marinas.
Pero si este puerto llegara a realizarse, Colombia estaría sacrificando un
lugar de singular valor ambiental y cultural en aras de objetivos
empresariales de corto plazo, y seguramente pasaría a acompañar a los
cazadores comerciales de ballenas en la patética galería de los depredadores
de este formidable y único mamífero.
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