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Fijación oral

Traté de resistir, pero no pude. Como lo hizo el Internet conmigo, el teléfono celular me ganó. Y sí, hoy tengo un teléfono celular. Mis hijos insistieron: “Madre, usted viaja mucho en Colombia. Es por su seguridad”. Las amigas insistieron: “Florence, así podemos encontrarte rápido”. Y los periodistas me decían: “Doctora, no lo puedo creer, ¿usted no tiene celular?”.

FLORENCE THOMAS*
Bueno, sí, tengo celular y utilizo el Internet. Pero no me han podido
convencer de su inmensa eficacia. Pues creo que estamos perdiendo algunas
migas de humanidad que serán difíciles de reencontrar. Pienso, entre otras
cosas, en el silencio y en una cierta idea de soledad. Y hablo de estar sola
sin sentirse sola; hablo de la riqueza de la soledad, de esta inevitable
soledad que es el meollo de la humanidad y que tratamos de ocultar,
disfrazar, evitar. Porque este pequeño aparato cada día más sofisticado ya
no nos permite esta confrontación esencial de la vida.
Estamos olvidando el silencio, la espera, la duda, pues hoy todo tiene que
resolverse ya. Todo tiene que responderse ya. La lógica de la velocidad,
sumada a la eficacia y a la rentabilidad comercial, está ordenando nuestras
vidas y nos está devorando. Ya no hay contemplación posible, todo tiene que
ser consumo inmediato.
Por supuesto, sé que el teléfono celular resuelve también problemas de
seguridad, una seguridad cada día más escasa en la mundialización de las
violencias urbanas, pero en lugar de atacar el problema nos inventamos
aparatos que nos permiten sobrevivir a medias en esta jungla. Y que conste
que no soy una nostálgica de los viejos tiempos, ni de los viejos valores.
En cuanto mujer, no podría serlo. Solo añoro el silencio. La espera de una
carta que llegaba en un sobre adornado con unas estampillas que mis hermanos
coleccionaban. Abrir una carta esperada representaba un momento único. Una
carta que una había esperado días, semanas y, a veces, meses. Reconocer la
escritura, la tinta, a veces el olor, y saber que teníamos que responder,
mañana, no, tal vez pasado mañana o en algunos días, pero había tiempo para
pensarlo.
Las cartas desaparecieron casi del todo. Y me pregunto por qué no nos
quedamos con ese viejo teléfono negro de discado. Para mí era absolutamente
suficiente. Por lo menos no timbraba tan insolente e insoportablemente
durante un concierto, una conferencia magistral, una representación teatral
o en el mejor momento de una película.
En Francia, fue necesario legislar sobre los celulares en los colegios, pues
todo niño o niña, desde los 11 años, tiene su “portable”, o sea, su teléfono
celular, y las clases se estaban convirtiendo en un verdadero martirio de
timbres polifónicos. Y hoy acabo de recibir mi cuenta de celular. Cuenta
reducida al mínimo pues controlo los minutos, no sé escuchar mensajes y
mucho menos mandar mensajes de textos, y no aprenderé. En la publicidad que
la acompaña, me dicen que Shakira descarga lo mejor en mi celular. Y me
pregunto: ¿qué será lo que me descarga Shakira en mi celular? Debe ser su
fijación oral, porque de esto se trata verdaderamente con los celulares. Una
fijación oral que se está generalizando peligrosamente.
En la calle, en los aeropuertos, en los supermercados, todos y todas caminan
con la mano derecha pegada a la oreja; parecemos una manada de locos en fase
regresiva buscando el seno materno que no nos permita salir de la infancia.
Pero pronostico que pronto alguien astuto inventará una máquina
distribuidora de silencios. O tal vez más sencillamente y como ya me repetía
mi madre (quien, por supuesto, no conoció ni los celulares ni los
computadores): “Existirá siempre soledad para los que la merecen”. Y sí,
seguro, tenía razón.
* Grupo Mujer y Sociedad
FLORENCE THOMAS*
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