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EL ABORTO, EN SERIO

I-Doble moral e injusticia social Otro secreto a voces, dicen. En Bogotá las niñas ricas que quieren abortar escogen entre un elegante consultorio del Chicó o algún centro de especialistas en el Lago. Algunas, sin embargo, optan por un viaje relámpago a los Estados Unidos. Las niñas pobres, en cambio, escogen entre una pieza infecta en la Caracas o algún sórdido inquilinato en Los Mártires. Otras, sin embargo, optan por un gancho de ropa, un alambre o un palo. Es más barato.

Por esta vía hemos desembocado en una escalofriante injusticia social, pues muchas de las segundas, mueren de aborto. Por lo menos diez diarias en Bogotá, según lo dijo el ex director del Bienestar Familiar, Jaime Benítez, ante la Asamblea Constituyente, que se abstuvo de consagrar una proscripción constitucional del aborto.
No obstante unas y otras, sin excepción, proceden dentro del marco insólito de otro escandaloso ejemplo de la doble moral colombiana.
En efecto, mientras las normas de todo género que prohíben y penalizan el aborto tienden a permanecer inalteradas, per sécula seculorum, de espaldas a la realidad, la sociedad se ha tapado los ojos frente a esta práctica generalizada.
No hace falta sino ver los avisos en los periódicos que se preguntan: retrasos?... angustiada?... está usted sola? o que anuncian absoluta reserva ... consulta gratis o tratamiento sin dolor .
Curiosa paradoja. En nuestro país el aborto tiene la doble condición de pecado y delito: Cárcel e infierno al tiempo, y sin embargo, una tercera parte de los embarazos terminan en abortos, desafiando la ley y las convicciones religiosas, en medio de un extraño juego de silencios, clandestinidad y complicidades.
El 30 por ciento de las mujeres que han estado embarazadas alguna vez se han practicado un aborto inducido.
Así lo probó la Universidad Externado de Colombia a través de su galardonado Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social en el estudio más riguroso y confiable que se ha hecho hasta la fecha a lo largo y ancho de nuestra geografía.
Este estudio, recientemente concluido, confirma todo lo anterior y precisa los rangos que habían indicado otras investigaciones sobre el tema. Valgan tres ejemplos para reafirmar la hipótesis:
-en 1992 el Ministro de Salud de la época, con fundamento en estadísticas del Ministerio dijo que después de la violencia, la segunda causa de mortalidad de las mujeres colombianas es el aborto.
-en 1993, una investigación de Alejandro Santos Rubino estimó que anualmente se producen en Colombia más de 300.000 abortos, es decir cerca de 1.000 diarios.
-en 1994, en reporte reseñado en EL TIEMPO, el Instituto Alan Guttmacher, especializado en estos temas había encontrado que por cada diez niños que nacen vivos en Colombia, cuatro han sido abortados.
No es, pues, ninguna novela. El aborto en Colombia tiene una connotación de clase y hace mucho tiempo que desbordó los recintos de las discusiones filosóficas para convertirse en un multitudinario fenómeno social y en un gravísimo problema de salud pública.
No podemos seguir engañándonos. Debemos abrir, en serio, este debate. Sin cortinas de humo y sin golpes de pecho. Lo debemos hacer en forma tolerante, respetando las distintas creencias religiosas de todos los colombianos así como sus convicciones íntimas, éticas y morales, pero sin ignorar, claro está, la realidad social y la envergadura del conflicto.
II- Rumbo a El Cairo, por mal camino
El reciente cruce de cartas entre el presidente Ernesto Samper y un grupo de prominentes colombianos encabezados por el ex presidente Julio César Turbay sobre este tema a propósito de la Conferencia de El Cairo es inquietante. Muy inquietante.
Todos obran de muy buena fe, sin duda, como lo han demostrado de sobra. Pero están a punto, otra vez, de condenar a la caverna la discusión sobre el aborto así como de reducir el espectro amplio y fascinante de una conferencia moderna sobre población y desarrollo al de un coloquio internacional sobre universalización del aborto.
Respetuoso como lo soy de los fueros del Presidente -que avanza con paso firme en su debut- y de los ilustres signatarios de la carta, creo sinceramente que la delegación que se integre bajo el mando del doctor De la Calle debe recoger la voz calificada de las distintas tendencias que sobre este particular se han venido pronunciando en Colombia hace muchos años.
La delegación no puede estar sometida al imperio del Opus Dei ni al de las organizaciones feministas. Las opiniones de unos y otras son muy respetables y deben ser escuchadas, evaluadas y ponderadas.
La posición de la delegación colombiana no puede ser preparada en recintos cerrados y a escondidas. No puede, tampoco, ser tan esquemática como hasta ahora se ha anunciado.
A pesar de que el tiempo apremia el país tiene derecho a participar en esta discusión y a deliberar sobre los documentos y sus contenidos. Hay mucho por decir y muchos que quieren decirlo.
Se debe hablar serenamente de educación sexual, planificación familiar y políticas demográficas.
Se deben establecer fronteras precisas entre la legalización indiscriminada del aborto como método de planificación familiar, inconveniente claro está, y las hipótesis de despenalización del aborto para salirles al quite a las injustas situaciones que se presentan hoy.
Acaso es delincuente una mujer que no quiere tener un hijo fruto de una violación tras la cual ella queda infectada de sida, que se transmite a su hijo si nace?
Acaso es delincuente una mujer que no quiere tener un hijo a sabiendas de que su propia vida está en peligro y que por complicaciones congénitas será deforme y estará condenado a sufrir y a morir pocos meses después?
Acaso es delincuente una mujer que no quiere tener un hijo fruto de uno de los miles de incestos que se suceden a diario en los tugurios de todas las ciudades de Colombia?
Yo, sinceramente, no lo creo. Me parece muy grave que se siga desconociendo el espíritu de la Constitución, y que se insista en patrocinar este desajuste entre las normas y las realidades nacionales e internacionales.
Ojalá este debate se enderece y no sigamos matando a las mujeres más pobres de Colombia,
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