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‘La casa en el aire’, ahora un libro

Escondido tras una pared del patio de su casa, el niño Rafael Escalona escuchaba las historias que el ‘viejo Pedro’ le contaba a su mamá.

“Él iba a donde mi mamá a visitarla, porque era la única que le guardaba los
secretos. Él le decía a mi mamá que la amarilla del cielo –como llamaba a la
luna– le contaba que se iba a caer un palo de caracolíes… y así pasaba; que
una niña bonita se iba a ir con un cachaco… y así pasaba", cuenta el hoy
octogenario compositor Rafael Escalona.
En ese tiempo Escalona tenía 7 años y el ‘viejo Pedro’ 77. Margarita María
Martínez, una mujer alta, de ojos verdes, y madre del que llegaría a ser uno
de los grandes compositores del vallenato, trataba de alejar a sus hijos de
esa conversación de mayores.
“Yo me sentaba entre las piernas del ‘viejo Pedro’ y él me torcía los dedos
sin hacerme daño. Mi mamá nos mandaba a mis hermanos y a mí a comprar
cocadas, pero yo me escondía detrás de la pared. Después, todo se sabía
porque frente a la casa vivía la ‘vieja Isabelita’, que me ponía entre los
pollerines y me decía: ‘ mijito, ¿qué tanto es lo que le dice a su mamá el
‘viejo Pedro’?”, recuerda Escalona.
Esas historias que rodaron de boca en boca en Patillal, en esa época, “un
pueblo muy pintoresco al norte del Cesar”, como lo describe el propio autor,
terminaron consignadas en La casa en el aire, un libro escrito con puño y
letra de Rafael Escalona y que será lanzado hoy a las 7:30 p.m. en la Feria
Internacional del Libro de Bogotá Telecom, empresa que, a propósito, apoya
la publicación.
Claro, en sus 450 páginas también contará las historias que el ‘viejo Pedro’
le contó cuando hablaba con él junto a las piedras de Patillal.
“Allá en mi pueblo hay unas piedras en las que los niños nos sentábamos a
echar cuentos, a hablar, a ver pasar el muerto para el cementerio, a jugar
trompo, escondidas o a volar cometas. Él iba y me preguntaba qué estaba
haciendo y como él decía que hablaba con la luna, y yo le creía, yo le decía
que hablaba con las piedras”.
Escalona escribió el libro hace años, cuando el ex presidente Alfonso López
lo nombró cónsul en Panamá. Acostumbrado a levantarse más temprano que
cualquiera, pues cuando era algodonero en el Cesar su día comenzaba antes de
las 4:00 a.m. , decidió ocupar esas madrugadas en recordar sus tiempos de
niñez. El libro tiene prólogo de Daniel Samper y Manuel Zapata Olivella
(q.e.p.d.).
Después de tantas canciones famosas como La patillalera, El bachiller o
Elegía a Jaime Molina, escribir no le quedó muy difícil.
“Mi padre, el Coronel Clemente Escalona me leía La Iliada y La Odisea. Un
día le dije que también podría escribirle a los reyes, entonces él, que
había peleado con el general Rafael Uribe Uribe en la Guerra de los Mil
Días, me jaló una oreja y me dijo: aquí el rey es el pueblo. Por eso yo
escribí canciones para el pueblo. Y cada canción es una historia, pero de
tres o cuatro minutos. Para mí es muy fácil escribir porque hablo, de mi
gente, de mí, de lo que sé”, asegura Escalona.
Eso sí, de canciones, no habrá una palabra, comenta, y dice que todo es
real. “Son historias de verdad porque habiendo tanto que contar, la
inventiva queda en segundo plano”.
HISTORIAS DE DOS AMIGOS
Es la amistad de un niño de 8 años y un hombre de 77. Él hablaba de
temblores y brujas, y el muchacho de mariposas y manantiales.”
Rafael Escalona, autor de ‘La casa en el aire’.
ASÍ COMIENZA ‘LA CASA EN EL AIRE’
“Él era así. Yo observaba que él no caminaba como la mayoría de la gente lo
hace. Era que él andaba distinto a todo el mundo. Su pasos eran seguros y
lentos. Sabía que su guerra, esa Guerra de los Mil Días, había pasado hacía
mucho tiempo. Solamente quedaban en los pueblos cicatrices que se veían en
los barrancos, en las piedras grandes de la serranía, en los caracolíes
centenarios, en los cementerios, en el alma y en el cuerpo de los hombres,
de los hombres como él que no se le escondieron al plomo y que sirvieron de
trinchera para que los otros pasaran y clavaran la bandera.
“Por eso él no temía que le estallara una mina, una granada o un franco
tirador le disparara por la espalda. Y por eso también los pasos sonaban
firmes y seguros. No le temía a nada. Ya la muerte había pasado sobre él
muchas veces, pero estaba vivo y no miraba para atrás”.
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