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CLAVE 1980 NICOLASITO

Pese a que la velocidad promedio de esta carrera contra reloj no superó los 30 centímetros por hora, el vértigo se apoderó de los millones de testigos que, segundo a segundo, vivieron por la radio el espeluznante drama. Nicolás Gómez Rodríguez, de apenas 17 meses, fue el protagonista de esta historia de vida y muerte, cuando a las 9 y 20 minutos de la mañana del martes 28 de octubre, cayó a plomo por un estrecho abismo de 74 metros de profundidad y 35 centímetros de diámetro en la finca Andalucía, propiedad de su padre, el economista Oscar Gómez Iza, gerente de Davivienda en la ciudad de Pereira.

ARMANDO CAICEDO G.
Nicolasito ya caminaba. Esa mañana seguía los pasos de su mamá, a través del jardín, cuando sorpresivamente se lo tragó la tierra. El pozo que 6 meses antes se había perforado para extraer agua arrebató el cuerpo del pequeño. Por su gredosa superficie se fue resbalando incontenible y cuando el grito de angustia de su mamá fue respondido desde lo profundo de la tierra por el llanto del chiquillo, el caos y la confusión relevaron la bucólica serenidad de este paraje risaraldense, sembrado de cafetales.
Una hora más tarde, su padre estaba de regreso. Inmediatamente encabezó el grupo de sus familiares, empleados y vecinos que iniciaron el viacrucis de solidaridad que se extendería por 79 horas más. Sobre el mediodía se telefoneó a Tuluá, para pedir la ayuda del ingeniero Hugo Delgado, quien dirigiera la perforación del pozo y simultáneamente se colocaron ductos de oxígeno y extractores de aire para mantener con vida al niño.
En la tarde del jueves, la angustia fue la rectora de imaginativas soluciones. El bombero más flaco de Pereira quedó atascado en la boca del hueco. Alguien sugirió al negrito contorsionista de un circo de pueblo, de paso por Cartago, pero el artista fue incapaz de descender más de 3 metros. No fue más que alguien mencionara una guadua para que, milagrosamente, apareciera la más recta e impecable vara, como jamás se haya visto... pero luego, nadie supo cómo maniobrar con ella.
Cuando la tarde cayó y seguían lloviendo recursos y voluntarios, fue necesario organizar un comité de emergencia y nombrar un jefe operativo. El primer diagnóstico señalaba que el pequeño seguía resbalando por el hueco de 74 metros, pero que podría detenerse a 22 metros de profundidad en una saliente rocosa, material a través del cual no habían podido penetrar las brocas de perforación en la época de la construcción del pozo. Por otra parte el niño estaba con vida y reaccionaba a la luz, cuando se bajaba por el hueco un extenso cable del que colgaba un bombillo.
Esa misma noche se inició la excavación a mano de un primer pozo paralelo que, a los 22 metros, se conectaría con el que tenía aprisionado a Nicolás. Pero con las primeras luces del alba se apreció que la penosa obra apenas alcanzaba 3 metros de profundidad.
Pese al temor de que las vibraciones producidas por la operación de la maquinaria pesada podrían causar la continuación del deslizamiento del niño hacia las profundidades del abismo, ya en la mañana del jueves estaban comprometidos 6 bulldozers y 2 retroexcavadoras trabajando a todo diesel.
Al mediodía del miércoles, en la perforación del pozo paralelo se encontró una capa rocosa de tal dureza, que una tras otra fueron fundiéndose las brocas. A las 3 de la tarde, la desesperanza fue punzada por el llanto del pequeño que llamaba a su mamá.
Al terminar la mañana del jueves el balance era desalentador. En las últimas 7 horas solo se avanzaron 2 metros y a la 1 de la tarde, la rabiosa impotencia fue golpeada nuevamente. La gigantesca perforadora encontró lodo. Las brocas giraban en el vacío sin avanzar un milímetro.
Mientras tanto, los helicópteros iban y venían en caóticas misiones, una vez trayendo una extractora de lodo, otra los ingenieros mexicanos expertos en demolición rocosa, más tarde las lámparas de carburo, luego un repuesto de Cali, tres brocas nuevas de Medellín... Hasta los gringos expertos en rescate de la Zona del Canal de Panamá llegaron en los sucesivos vuelos.
El jueves en la noche, después de 36 horas de trabajo, la lucha en el túnel se perdió. Se dio la orden de perforar un nuevo hueco. Las siguientes 16 horas serían de un continuo flujo y reflujo de esperanza y desesperanza en el espíritu de los colombianos.
El viernes a las 3 de la tarde se llegó por fin al objetivo... millones de personas oían --en su imaginación-- el débil pulso del niño encarcelado en las mismas entrañas de la tierra.
Doce minutos más tarde, cuando uno de los topos salió a la superficie con el debilitado cuerpo... la emoción colectiva celebró con un incontenible grito el triunfo de la vida sobre la muerte... está vivo, está vivo ... Pero en el siguiente segundo la fe se vistió de luto... fue como si alguien apagara de un soplo la llama de esperanza en 28 millones de corazones.
Quedaron mudos, el equipo de cien ingenieros, las veintiún monjitas y los trece rudos bulldoceros, el contorsionista del circo, seis pediatras, el enano desnutrido que viajó desde Cali, el vecino de la guadua, los cuarenta volqueteros, seis pilotos de helicóptero, los ingenieros mexicanos y los gringos del Canal, tres topógrafos, dos calculistas, una gobernadora y un obispo, los guaqueros , los malabaristas, los vendedores de paletas, los milagreros , los traficantes de ilusiones y hasta los locutores de radio... Era la natural reacción de este equipo dirigido por la improvisación, empujado por la urgencia, unido por la solidaridad y pagado por 80 horas de destino común.
Nicolasito murió el día del Halloween.
Veinticuatro horas más tarde, en el cementerio Prados de Paz de Pereira, un aleteo de cien mil pañuelos blancos despidió el coraje de Nicolasito, mientras la emoción se apretaba en millones de gargantas.
ARMANDO CAICEDO G.
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