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FLORO TUNUBALÁ

Más de dos mil indígenas guambianos se reunieron esa noche frente a la alambrada que marca el lindero de la hacienda Las Mercedes, en el municipio de Silvia (Cauca). Antes de las 9, los indígenas cruzaron los portales de madera y los hilos de alambre de púas. Iban vestidos con faldas azules de paño, sombreros de fieltro, ruanas de lana y botas de obrero. Al otro lado estaban las edificaciones y los toros de lidia de un empresario caleño, y también la tierra que los guambianos reclaman como suya.

JOSE R. NAVIA
Esa noche los indígenas durmieron alrededor de fogones, protegidos con plásticos, bajo una llovizna delgada. Al amanecer picaron la tierra y levantaron algunos ranchos de paja. En los días siguientes la zona fue militarizada, los indígenas desalojados y los ranchos y cultivos destruidos. Cuando el Ejército se marchó, los invasores cruzaron de nuevo la alambrada. La historia se repitió muchas veces, durante cinco años, hasta que el gobierno adquirió las tierras para entregarlas al cabildo mayor de Guambía.
Hoy la antigua hacienda Las Mercedes se denomina Santiago. Las alambradas desaparecieron y los guambianos utilizan la tierra para cultivar maíz, cebolla y papa. Uno de los dirigentes de esa toma, aquella noche de julio de 1980, era un hombre de 23 años, robusto, con buen dominio del español y de su lengua materna: Floro Tunubalá Paja.
Tunubalá acababa de llegar de México, donde una beca de la OEA le permitió estudiar, durante un año, ciencia agrícola en la Universidad de Chapingo. Antes en la secundaria fue alumno de tres colegios de Popayán. La primaria la hizo en una escuela de Guambía, a hora y media a pie desde su casa paterna. En este tiempo andaba descalzo, usaba ruana, pantalón corto y se levantaba a las 5 de la mañana a ordeñar y enjalmar las bestias.
Ahora, el líder indígena está sentado en una silla de madera, en el segundo piso de la casa donde tiene su sede el movimiento Autoridades Indígenas del Suroccidente, en el barrio El Recuerdo de Bogotá. Tunubalá es uno de los dos senadores indígenas elegidos por circunscripción electoral, junto con el ingano Gabriel Muyuy, de la Organización Nacional Indígena, ONIC.
En la sede de las Autoridades Indígenas se mezcla la tecnología occidental y los elementos de la cultura aborigen. Sobre las paredes de la oficina principal y en un pequeño mueble de madera, lleno de libros, están las mochilas, cerbatanas, tambores, collares y plumas. En un costado está el escritorio, un telefax, una silla reclinomatic y un teléfono digital. Además, varios asientos de madera y cuero. Ese es el sitio de las reuniones.
La otra oficina, con piso de madera y un amplio ventanal, es para citas más privadas. Hay una biblioteca, una pintura de Nabusímake, el pueblo sagrado de los arhuacos y un escritorio de madera recubierto con vidrio.
El constituyente Lorenzo Muelas entra en la pequeña oficina y se sienta junto a la ventana a leer el periódico. El taita lleva puesta la falda, el sombrero y la ruana tradicional de los guambianos. Al lado de Muelas, el joven dirigente recorrió medio país durante la campaña para el Congreso.
El senador indígena tiene un yin, camisa azul clara de dacrón, zapatos cafés de material y una chaqueta negra de cuero sintético. Para él, tanto el vestido de sus ancestros como el de la otra cultura le son familiares por los años que pasó fuera de su comunidad.
Tunubalá piensa que lo más importante en la vida es el pensamiento. Y considera que su pensamiento indio continúa igual que cuando acompañaba a su padre, el dirigente Ricardo Tunubalá, a las reuniones indígenas, a las mingas (trabajo comunitario) y a otras actividades que desarrolla el pueblo guambiano.
El es el segundo hijo de una familia de nueve hermanos nacidos y criados en la vereda El Cacique. Los ocho restantes trabajan en el resguardo de Guambía como agricultores y profesores. El nuevo senador es casado hace 14 años y tiene cuatro hijos, entre los 7 y 13 años, que viven en Silvia, a unos 10 kilómetros de Guambía.
Allí Floro Tunubalá tiene un casa amplia, con muchas matas y un huerto donde cultiva hortalizas. A veces se pierde muchos días, visitando las 24 veredas de Guambía o se la pasa leyendo sobre problemática indígena y social del país, o estudiando a distancia zootecnia.
En Silvia, a unos sesenta kilómetros de Popayán, los guambianos desarrollaron algunas luchas cuando Floro Tunubalá era apenas un niño. Reclamaban porque las autoridades del pueblo fijaban precios miserables para sus productos agrícolas, y la Policía retenía a quienes no se acogían a la medida . También peleaban por el terraje (impuesto) que les cobraban los terratenientes.
Tunubalá tenía 15 años cuando, en 1972, los guambianos y paeces comenzaron a impulsar la toma de tierras a traves del recién creado Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC.
Muchas cosas han cambiado en Guambía desde aquella época. Hay carreteras a todas las veredas, la mayoría construidas por la propia comunidad, el setenta por ciento del resguardo tiene luz eléctrica, existen 18 escuelas y un comité indígena que desarrolla un proyecto de educación bilingue desde 1975. Los guambianos también tienen una red de mercadeo de sus productos.
Tunubalá dirigió el programa educativo durante seis años. Ahora se alista para defender en el Senado los derechos de los 700 mil indígenas que habitan en Colombia y los de los no indígenas porque ellos también nos reconocieron y respaldaron con su voto .
JOSE R. NAVIA
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