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EL SUEÑO DE UN SEGUNDO ANCÓN

Con lluvia y barro, como hace 34 años, empezó el Festival Ancón 2005. Un encuentro de jóvenes y veteranos, tanto en el escenario como en el público, que acudieron a la segunda parte de un certamen que recordaba un mito de rock y sexo que marcó un momento en la vida de una generación.

Con lluvia y barro, como hace 34 años, empezó el Festival Ancón 2005. Un encuentro de jóvenes y veteranos, tanto en el escenario como en el público, que acudieron a la segunda parte de un certamen que recordaba un mito de rock y sexo que marcó un momento en la vida de una generación.
Pero el asunto ha sido diferente. Para empezar, el terreno actual está ubicado a unos kilómetros más al sur que el legendario sitio donde el humo de la marihuana ascendió a los cielos y donde se dice que fueron engendrados no pocos antioqueños.
El camino a la tarima, donde durante tres días han cantado casi 30 agrupaciones, hay que andarlo en medio de decenas de carpas bien organizadas con letreros de marcas de licores y cervezas y en donde se vende todo tipo de comidas.
Nada comparado con esa "cosa armada con más buena voluntad que conocimientos", como recuerda que fue la primera versión Germán Castro Caicedo, que lo cubrió para EL TIEMPO.
El escenario de esta versión tiene un perfecto juego de luces y un retumbante sonido.
Junto a él decenas de mesas y sillas plásticas conformaban el espacio VIP Platino y VIP y, al fondo, varias carpas sirven para que jóvenes llamados por el eco del Woodstock criollo se recuesten a escuchar las bandas. Al lado, otros menos jóvenes también buscan revivir su época de veinteañeros.
A ese panorama se agrega un espacio con decenas de coloridas carpas cuyos propietarios pagaron 120 mil pesos por un espacio para estar el fin de semana.
Ahora tampoco está el riachuelo que hace 30 años sirvió para que la gente hiciera lo que tenía que hacer. En su lugar hay organizados conjuntos de baños móviles.
Distintos pero parecidos
Hoy ya no existen hippies pero si jóvenes trajeados con negros atuendos roqueros y los pelos largos de unos se combinan con otros que llevan cabellos canos y estómagos que evidencian el paso del tiempo.
Con todo para el popular Gonzalo Caro, Carolo , organizador del certamen, no han faltado los problemas. Cinco grupos debieron cancelar debido a que interpretaban temas cuyos derechos de autor son protegidos por Sayco-Acimpro.
Según Carolo , si ellos hubieran tocado esa asociación haría efectivos 52 millones de pesos que exigieron en consignación para permitir el espectáculo.
"Es un atropello contra el artista colombiano", dijo indignado el representante de la Rockola, Gonzalo Martínez, cuyo grupo tuvo que cancelar.
Alvaro Torres vino, a sus 53 años, con una barra de amigos para sacar a flote la juventud que lleva por dentro. Ahora sus entradas en el pelo han reemplazado el afro frondoso de hace tres décadas y las gafas oscuras que lleva tienen un leve aumento recetado.
"Aquí se fumó marihuana y había una especie de ácido que le regalaban a uno los amigos, también se hizo el amor al aire libre", dice mientras sonríe y recuerda sin dar muchos datos a una argentina que también pasó por aquí.
Sentado sobre un plástico y bajo una carpa de una cervecera, este docente asegura que certámenes como éste son apenas entendibles y hasta deseables como un espacio para la juventud.
"El Ancón del 70 fue un buen momento y representó algo bueno para mí. Ahora veo esto y siento mi historia representada en lo que estos muchachos están viviendo. Es como ver el muchacho que fui hace 30 años. Los jóvenes serán los mismos en 1900 o en el año 3000", asegura Torres.
En eso no se equivoca. A tres metros de él Andrés Gonzalo Saldarriaga, de 18 años, espera ver, por fin, los grupos de los que tanto se habla en su familia y, por qué no, probar en carne propia lo que muchos dicen que hicieron hace 31 años.
"A mi familia le encanta el rock y creo que muchos fueron hechos en Ancón. Yo vine a ver a Los Yetis y espero que haya mucha cerveza y una buena niña.
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