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CAMBIAR EL ESCUDO NACIONAL

Cursa en el Congreso un proyecto de ley que pretende cambiar uno de los símbolos históricos de la Nación, su Escudo de Armas. El sustituto sería un guerrero aborigen sobre campo tricolor. El afán de innovarlo todo suele arremeter contra el pasado, como si la historia no fuese el más poderoso de los vínculos que forjan la nacionalidad. Lengua, territorio, religión, raza, son elementos de una patria, pero no su sustancia. Debe fusionarlos una herencia de glorias y grandezas. Aun de tragedias y sufrimientos compartidos. El territorio vale porque la historia lo hizo propio. En él habitan gentes hasta construir una nación. Para nosotros, en gesta formidable cuyos reflejos iluminan el presente y marcan el derrotero del futuro.

Razas surgen, se forman, se mezclan, se desvanecen. Religiones conviven dentro de un país. Lo propio ocurre con las lenguas y cuanto forma un patrimonio tangible. La historia, en cambio, supera todos los avatares para formar con los años el alma nacional. Aun episodios dolorosos el cercenamiento de Panamá es uno de ellos aglutinan sentimientos y pasiones con un vigor y una fuerza que son esencia de la palabra patria.
El Escudo de Armas no envejece. Lo ennoblece la pátina del tiempo, así sus figuras parezcan perder actualidad. El arte en su evolución suele retornar al ayer en busca de inspiración. Si no, qué fue el Renacimiento? Hay cosas que el tiempo no desdibuja, mucho menos atropella con afanes innovadores . Entre ellas los símbolos patrios, consagrados por generaciones que ven allí el trasunto inmutable del ser nacional.
Nuestro Escudo fue creado para la Nueva Granada el 26 de enero de 1834 según ley sancionada por el general Francisco de Paula Santander, fundador civil de la república. Experimentó modificaciones de sabor heráldico, pero siguió presente con la Confederación Granadina, los Estados Unidos de Colombia y nuestra actual república, modelada por la Constitución de 1886. Con el cóndor andino, la corona de laurel, la cinta con las palabras libertad y orden, las cornucopias, el gorro frigio, el istmo perdido en hora penumbrosa que sigue lacerando nuestro presente, enmarcado el conjunto en las banderas majestuosas.
La granada no es tan solo memoria de la ciudad de Jiménez de Quesada. Evoca el nombre de la patria desde tiempos coloniales y el que asumió cuando la Colombia del Libertador se deshizo entre borrascas. La Nueva Granada existió desde 1830 hasta 1863 y se hace presente en ese fruto encarnado de doble significación.
Habla el proyecto de ley de superar un pasado y de expresar estas aspiraciones en una forma que no tenga la rigidez de lo superado y caduco . Como si el Escudo de Armas no abarcase las dos ideas. Cambiaría el suyo Inglaterra, con su emblema en francés evocador de la conquista normanda? Lo harían naciones muchas veces centenarias porque los acentos medioevales de sus escudos no hallen eco en el siglo de la cibernética y la energía nuclear?
El Escudo es evocación de un pretérito, pero también mandato idealista hacia el porvenir. Los dos vocablos de su emblema son a la vez síntesis y meta de nuestro ideal republicano, así el orden se vea eclipsado por turbulencias violentas. Basta, pues, una interpretación actualizada de su contenido para enseñarlo a nuestros niños y jóvenes de hoy.
El cóndor, equivalente para nosotros al león heráldico que campea en escudos de la vieja Europa, es hermoso símbolo de una naturaleza que es preciso conservar. La corona de laurel es desde la antigedad clásica signo de victoria, que en Colombia coronó la epopeya gigantesca de la libertad. Los cuernos de la abundancia tienen rasgos renacentistas porque así era la época en que se gestó nuestro Escudo y el sentido de lo que nos ofrece la tierra pródiga y no hemos sabido pero sí podríamos poseer.
Y el istmo? Nos recuerda en vívida lección lo que no podremos repetir: la inconciencia sobre la heredad histórica que lo arrancó, al igual que otras parcelas, del patrimonio nacional. Es la intangibilidad de la patria en su suelo, sus aguas y sus cielos. Sin embargo, si para muchos podría guardar un contenido de afrenta, cabría en su reemplazo la efigie del cacique como presencia de nuestro pasado aborigen. Lo demás, que nos lo dejen quieto los honorables congresistas y empleen su tiempo en evacuar las urgentes materias que aguardan su diligencia legislativa.
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