¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE EL CARMEN

Es un pueblo pequeño y agreste que mira hacia las quebradas montañas, sembradas de cacao y café, de la región de Chucurí, en Santander. Delante de la pequeña iglesia de ladrillo, construida en 1957 por sus actuales moradores, se abre un parque con un quiosco en el medio. El clima es suave, el paisaje hermoso y la vida sería muy tranquila para los 16.000 habitantes que están bajo la jurisdicción, si El Carmen de Chucurí no fuera el punto de convergencia de seis frentes guerrilleros: tres de las FARC (el 46, el 12 y el 23) y tres del ELN. Todos le han declarado la guerra a este pueblo que se salió de sus manos. El Carmen es un pueblo sitiado. En realidad, la guerrilla siempre estuvo a sus puertas. Siempre, pues allí, en aquella región fértil y montañosa, parecida a un pesebre navideño, inició sus operaciones el ELN en 1964. Fue el centro militar de su fundador, Fabio Vásquez Castaño. A veinte minutos en automóvil, se encuentra el lugar donde cayó muerto, en febrero de 1966, Camilo Tor

De modo que El Carmen se resignó a vivir con la guerrilla. No tenía otro remedio. La guerrilla dictaba allí su ley. Primero por catequización, luego, con el correr del tiempo, por la fuerza, muchachos del pueblo se incorporaron al ELN. De allí es su segundo comandante: Nicolás Rodríguez Bautista, Gabino . El frente Capitán Parmenio, dirigido por Wilson Solano León, era particularmente activo en la zona. Sus hombres recorrían fincas y caminos. Expropiaban tierras para convertirlas en cooperativas o colectivos de producción, destinados a alimentar a la guerrilla. Los campesinos eran obligados a trabajar gratis en estos campos un día por semana y a asistir a los centros de adoctrinamiento.
Dos personas prominentes, según dirigentes cívicos de El Carmen, simpatizaban con el ELN en el casco de la población: el cura y el personero. Bernardo Marín Gómez, el cura, un hombre maduro y de escaso cabello, estaría impregnado hasta la médula de concepciones políticas de la teología de la liberación. Años atrás, según se asegura en el pueblo, convivió con el cura Manuel Pérez en Barranca, antes de que este se convirtiera en primer comandante del ELN. Sostienen en El Carmen que son viejos amigos. Desde muy joven, cuando prestó servicio militar, el padre Marín odia al Ejército. Los militares me repugnan , se le oyó decir muchas veces. Le molestaba dar la comunión al jefe de la tropa acantonada en El Carmen, capitán Germán Pataquiva, y a sus soldados, pues alegaba que no podía aceptar hombres uniformados y armados en la iglesia.
También sería simpatizante del ELN, el entonces personero Pedro Agustín Céspedes. Del río Cascajales para allá, es tierra de masetos ; del Cascajales para acá, tierra nuestra, de elenos , le decía al propio capitán Pataquiva. Por masetos designaba a las autodefensas surgidas hace algunos años, legalmente, al otro lado de las sierras que se divisan en el horizonte, en las veredas de San Juan Bosco y Laverde, por iniciativa de los propios campesinos. El Carmen, en cambio, nunca vio nacer organizaciones de este tipo. Era, según la expresión de la propia emisora del ELN Patria Libre, región liberada. Estaba en el bolsillo de la guerrilla. Lo sutil vence a lo fuerte En qué momento cambió? Por qué la población campesina, durante 25 años sometida a la subversión, le quitó su apoyo? Aparentemente, el punto de ruptura fue el asesinato de un hombre muy querido por el pueblo, el alcalde Alirio Beltrán, el 23 de abril de 1991. En realidad, esto no fue sino el hecho que desbordó una copa llena de sordos resentimientos populares contra las FARC y el ELN. En El Carmen se cumplió un proceso similar al de Puerto Boyacá y muchas otras regiones del país, solo que de manera muy espontánea, sin interferencia de los llamados paramilitares o narcotraficantes, perfectamente desconocidos en el pueblo.
Alguien tiene que ver con este cambio: un joven militar, el capitán Germán Pataquiva. Delgado, inteligente, de ojos vivos, el capitán Pataquiva llegó a El Carmen de Chucurí en abril de 1989 con un propósito muy definido: ganarse la población campesina antes de buscar enfrentamientos armados con la guerrilla. A este respecto, su experiencia en San Vicente de Chucurí había sido para él una buena enseñanza. Enviado a este municipio, sólido fortín de la guerilla, dos meses atrás, Pataquiva se encontró con sus hombres 240 reclutas con solo tres meses de entrenamiento en una situación desesperada. Soldado que saliera solo a la calle corría el riesgo de ser asesinado. Para ir a la oficina de Telecom a llamar por teléfono, era preciso llevar todo un pelotón.
El capitán decidió quebrar el miedo que esta situación infundía en su compañía. Hizo correr por el pueblo la falsa noticia de que se trataba de un cuerpo elite antiguerrilla. Le puso un nombre: Los Escorpiones . Camufló la cara de sus soldados, les colocó en la cabeza balacas de vivos colores para distinguirlos de los guerrilleros, les enseñó cantos y los sacó a las calles trotando. Cumplida esta tarea sicológica, el capitán tendió una trampa a la guerrilla: so pretexto de entrenamiento, dejaba siempre el pueblo solo a las 10 y media de la noche. La guerrilla, aprovechando esta ausencia, lo tomó por asalto, el 5 de febrero de 1989.
Era lo que esperaba Pataquiva. Regresó con su tropa y se enfrentó a los guerrilleros en el casco mismo de la población. Fue un caos de carreras y disparos. Sus reclutas no tenían mayor experiencia en el combate. Los guerrilleros, para crear confusión, lanzaban granadas a los techos de las casas. Empezaron a aparecer habitantes heridos. Desbordado por la situación, Pataquiva no sabía qué hacer, si proseguir el combate o llevar a los heridos al hospital. Fue para él un bautismo de fuego. Le sirvió.
Enviado a El Carmen, decidió modificar su estrategia. Lo esencial no era el enfrentamiento, sino ganarse la población campesina. Lo hizo de manera hábil y gradual. Se dio a la tarea de visitar rancho por rancho, parcela por parcela, llevando a los campesinos el mismo mensaje. Ustedes no pueden ayudar al Ejército, porque la guerrilla nos mata. Yo lo comprendo. No les pido ayuda. Solo vengo a solicitarles que no colaboren con la subversión. Díganle que ustedes no quieren problemas, que los dejen trabajar en paz. Eso es todo .
Era un mensaje que caía sobre tierra abonada. Los campesinos empezaban a exasperarse con la guerrilla, que invadía sus vidas obligándolos a cumplir labores de vigilancia, a asistir a los colectivos de producción y, cosa aún más grave, a entregar algunos hijos, y especialmente hijas, para convertirlos en guerrilleros.
Aficionado a la filosofía oriental, el capitán Pataquiva había hecho suya esta divisa: lo sutil vence lo fuerte. A sabiendas de que tenían familiares en la guerrilla y de que le pagaban a esta constantes tributos, se hizo muchos amigos en el pueblo. Dictó clases de cívica en el colegio local, el San Luis Gonzaga. Puso a sus soldados a construir un parque. Organizó un Día del campesino con toda suerte de concursos y espectáculos. Como la guerrilla se oponía a que los campesinos participaran en cualquier acto organizado por el Ejército, hizo saber que el día del festejo él y sus hombres se retiraban del pueblo. Los campesinos, sin embargo, sabían quién había sido el promotor de la fiesta. Cada domingo, cuando venían de las veredas, fraternizaban con los soldados a quienes encontraban trabajando con pico y pala en el parque. A pesar de las reticencias del cura párroco, el capitán se empeñó en comulgar con sus soldados, dejando sus armas en el atrio de la iglesia. El cura les daba la hostia con miradas de odio.
Los resultados de esta labor no se hicieron esperar. Cuatro mil campesinos acabaron reuniéndose en la vereda de Honduras, dirigidos por jefes de acción comunal, para notificarle al comandante del frente Capitán Parmenio , Wilson Solano, que deseaban mantenerse al margen de cualquier contienda de la guerilla con el Ejército. Solo querían la paz. El ELN tomó muy mal aquella notificación. Dentro de su visión fundamentalista de la lucha, veinte años de adoctrinamiento y presencia no podían saldarse con una para ellos equívoca neutralidad. El comandante Solano, luego de reunirse con sus superiores, hizo saber que quien negara su ayuda a aquella lucha de liberación sería sancionado con la muerte. Y aquel fue el comienzo de una era sangrienta. Aquí sí me tocó Lo sutil vence lo fuerte: la divisa oriental del capitán Pataquiva fue cumpliéndose. Amenazados por la guerrilla, los campesinos de El Carmen empezaron a acercarse al Ejército pidiendo protección. No era fácil darla. Apenas salían del casco urbano, muchos de ellos eran asesinados: 235 a lo largo de esta etapa. Pero esta sangrienta represalia, en vez de lograr su efecto intimidatorio, provocaba la reacción contraria. Es el espíritu del campesino santandereano. La brecha entre guerrilla y campesinado de las veredas empezó a ahondarse.
En estas circunstancias, se efectuaron las elecciones para alcalde, en 1990. Siempre, desde su lejana implantación en el lugar, la guerilla había influido en la elección de concejales. Designaba funcionarios. El candidato para alcalde, señalado por ella, resultó ser Alirio Beltrán, un nieto de los fundadores del pueblo, Pedro José Beltrán y María Antonia Luque, y miembro de una respetada familia conservadora compuesta por 22 hermanos. Casado con una bonita muchacha rubia, de ojos azules, que había sido reina de belleza de El Carmen, padre de dos hijos muy hermosos, Alirio era admirado en el pueblo por sus aptitudes como domador de caballos. Era un espectáculo verlo en la calle principal, algún domingo, mostrando su destreza. El capitán, fiel a su estrategia, se hizo muy amigo de él. Acabó convirtiéndose en su confidente. Tengo que colaborar con ellos le decía Beltrán refiriéndose a los guerrilleros. Mi finca queda en una región que ellos dominan por completo .
Obligado también a tomar en cuenta el sentimiento de los campesinos, que sentían el poder de la guerrilla como un yugo, Alirio Beltrán intentó en la alcaldía manejar con sumo cuidado una situación hirviente. No era fácil. Su propio carácter franco y altivo, propio de su tierra, lo llevaban a negarse a muchas peticiones de la guerrilla. Era capaz de decirle a esta no, cuando le parecía. Así fue colocándose en la mira de sus retaliaciones. Ganó su desconfianza, luego su cólera. Por último, una sentencia de muerte.
Nunca se supo qué compromiso le había puesto la guerrilla a Beltrán por su respaldo, si es que alcanzó a haber alguno explícitamente convenido. Fue un secreto que se llevó a la tumba. Quizás se negó a limitar los auxilios a la zona controlada por la guerrilla. Lo cierto es que, en un momento dado, no acató más sus órdenes. Antes de morir, según el testimonio de una campesina, alcanzó a decirle a los guerrilleros que lo habían secuestrado: Mátenme, pero yo no les marcho más a ustedes .
Fue el 22 de abril de 1991. Un lunes. A las 7 de la mañana. Beltrán se disponía a dirigirse a su despacho (un cuarto pequeño, con paredes pintadas de azul, un escritorio y una poltrona de cuero negro con alto espaldar), en la casa de la alcaldía. En aquel momento, un concejal amigo suyo llegó con un recado de la guerrilla. Quería verlo. Lo esperaban a orillas de la carretera, en la vereda El 27. Muchas veces había recibido recados similares, pero esta vez Beltrán debió abordar su vehículo con una oscura aprehensión.
Su conductor recuerda hoy: Llegamos poco antes de las 8 de la mañana al lugar donde nos estaban esperando. Apenas se bajó, lo tomaron por el brazo. Le indicaron que debía devolver la camioneta al pueblo. Don Alirio se sentó en un barranco. Estaba muy pálido . Tome le dijo al conductor entregándole las llaves del vehículo, pues él había venido conduciendo. Aquí sí me tocó... .
El conductor regresó a las 9 y media de la mañana a la alcaldía con la noticia de que el alcalde había sido secuestrado por la guerrilla.
Al día siguiente, a muchos kilómetros de allí, fue encontrado el cadáver. Tenía las ropas que eran siempre impecables llenas de barro y un tiro en el ojo. Antes de matarlo, los guerrilleros le habían levantado las uñas de las maños y de los pies con agujas, y las piernas y otras partes del cuerpo aparecían quemadas con ácido.
El pueblo entero vibró de indignación en torno al féretro. Muera la guerrilla , se oía gritar. Aquella muerte selló su ruptura definitiva con la subversión y con los pocos que todavía, en el pueblo, le brindaban algún apoyo. Nadie volvió a la iglesia. El padre Bernardo Marín debió abandonar el pueblo. El hermano del alcalde muerto, Jairo Beltrán, fue empujado por aquella onda de furor colectivo, y contra el querer de su propia madre, para que se presentara como candidato a la alcaldía. Jairo aceptó el reto. Debía sentir en torno suyo un sentimiento parecido al de los Comuneros, en la Colonia, alimentado por años de sometimiento a un poder despótico e intolerable. El Carmen necesitaba un líder y él asumió este compromiso. No al secuestro, no a la extorsión, sí a la vida , fue su lema. Ganó. Abrumadoramente. Por 895 votos contra unos pocos por otro candidato. Primer alcalde elegido contra la voluntad de la guerrilla, como un abierto desafío a su poder, Jairo Beltrán hizo causa común con el Ejército. Detrás de él estaba todo el pueblo. La respuesta de la guerrilla no se hizo esperar. Fue terrible. Más eficaz que las bombas Nadie volvió a dar una cotización en los campos ni a participar en los colectivos de producción ni en los centros de adoctrinamiento. Primero muertos , decían. Y los más desafortunados, los que no alcanzaban a ser protegidos por las patrullas del Ejército, caían asesinados. Los autobuses que circulaban por la carretera hacia San Vicente de Chucurí, centro de actividad comercial de la región, eran detenidos por retenes guerrilleros. Se solicitaban las cédulas. A los pasajeros oriundos de El Carmen se les hacía descender del vehículo y se les fusilaba a orillas de la carretera. Los camiones que venían del pueblo llevando bultos de cacao eran quemados. Todo lo que proviniera de El Carmen parecía maldito.
Se trataba de un sitio a la manera medieval. El 31 de diciembre, cuando los tocadiscos del pueblo dejaban oír los clásicos vallenatos que se escuchan en todos los pueblos de Colombia ( En vísperas de año nuevo, estando la noche serena ...), cargas explosivas destruyeron el acueducto de El Carmen y los puentes del Oponcito, La Negra, y La Segura, en la vía que comunica esta región con Barranca. Todas las fincas cacaoteras de la región fueron sembradas, a favor de la oscuridad, con minas explosivas llamadas quiebrapatas , que tienen el poder de arrancarle un pie o una pierna a quien las pisa. Médicos militares y helicópteros estuvieron muy atareados llevando campesinos sangrantes, mujeres y niños, en la región de El Carmen y San Vicente, a los hospitales de Bucaramanga. Muchas piernas fueron amputadas. Hoy, por las calles del pueblo, se ven niños con muletas, víctimas de aquellos atentados.
Se trataba de bloquear al pueblo y obligarlo a que se arrodillara para no morir de hambre.
El pueblo no se arrodilló. Convoyes del Ejército, enviados desde Bucaramanga por el general Harold Bedoya y el general Ricardo Cifuentes Ordóñez de la Quinta Brigada, escoltaron los camiones que debían llevar el cacao a los centros de distribución y consumo. Equipos importados de Inglaterra, los MD2000, permitieron al Ejército detectar y desactivar en los campos una gran cantidad de minas quiebrapatas y sombrillas chinas , artefactos cóncavos cargados con 10 kilos de dinamita, capaces de hacer saltar un camión.
Cuando la guerrilla comprendió que por estos medios no lograba doblegar el pueblo, decidió utilizar la más sofisticada y tal vez la más efectiva y paradójica de sus armas: la guerra jurídica. En qué consiste? En utilizar a fondo todo tipo de recursos legales, que como el decreto número 10 de 1989, suprimiendo el fuero militar, permiten fiscalizar muy de cerca cualquier acción de las Fuerzas Armadas.
Para ello, cuenta con un andamiaje de organizaciones, inclusive religiosas, que dicen actuar en nombre de los derechos humanos, aunque jamás se hayan ocupado por denunciar las atrocidades de la guerrilla, los niños o mujeres con las piernas amputadas y los campesinos torturados. Su objetivo es otro: empapelar a los oficiales del Ejército que inician cualquier acción, a fin de crear en ellos un reflejo inhibitorio, paralizante. Es el famoso síndrome de la Procuraduría , del que hablan los oficiales.
Dichas organizaciones, que asisten a los sospechosos detenidos o se apresuran a enviar denuncias a la Procuraduría si estos no son entregados a un juez en el término de la distancia , se apoyan por una parte en el partido comunista y por otara en algunos sacerdotes de la teología de la liberación, que tienen obviamente mayor simpatía por el cura Manuel Pérez que por el Ejército, pues siguen viendo a la guerrilla como expresión de insurgencia popular.
Su más notable astucia es ponerles a sus denuncias, conseguidas gracias a testimonios de campesinos intimidados por la guerrilla o de militantes suyos, con protección de identidad, una fachada respetable. Esta puede ser la de organismos nacionales o internacionales de derechos humanos.
En el caso concreto de El Carmen y de San Vicente, existe un informe sobre actividades paramilitares, con gran acopio de nombres y de fechas, elaborado por la Comision Intercongregacional de Justicia y Paz, que es a su turno tributaria de las denuncias de organismos como el Cinep, la Comisión de Derechos Humanos, el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos y las asociaciones de personas detenidas y desaparecidas. Hay quienes sostienen, que detrás de estas tres últimas entidades, vestidas con tan nobles propósitos, está la mano de organizaciones simpatizantes de la guerrilla. En todo caso, es un hecho que solo tramitan denuncias contra entidades estatales y nunca contra la violación de los derechos humanos por parte de los grupos subversivos.
Para el mando militar, en la región del Chucurí, los dos más activos informantes han sido Angel Alvarez, director de un comité de derechos humanos en San Vicente, y el propio padre Bernardo Marín. Alvarez pasa su vida recogiendo entre campesinos, intimidados por la guerrilla, peticiones para que el Ejército sea retirado del lugar.
Con todos los informes suministrados por ellos, la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz elaboró un copioso documento sobre la supuesta acción de grupos paramilitares en San Vicente y El Carmen, que fue remitida a Carlos Eduardo Mejía Escobar, director Nacional de Instrucción Criminal, el 21 de marzo de 1991. Allí se habla de grupos tales como Los Tiznados , Los Pájaros , Los Grillos , Los Caracuchos , es decir, bandas de sicarios de Medellín que, según habitantes de la población, no han tenido protagonismo alguno en El Carmen. Allí, agregan, no hay ni sombra de un narcotraficante. La población las desconoce por completo: los únicos grillos que conocen son los que vibran de noche.
Dos ejemplos, entre muchos que podrían citarse. El informe habla de la destrucción de veinte hectáreas de cultivos comunitarios en la vereda de La Honduras por orden del capitán Pataquiva, hecho que habría provocado la protesta de campesinos. La realidad: los propietarios de esta tierra expropiada y los campesinos obligados por la guerrilla a trabajar en ella (los famosos Centros Colectivos de Producción) habían solicitado la intervención de las autoridades. El capitán tiene sus declaraciones.
Igualmente se acusó al capitán Pataquiva de la tortura y desaparición del campesino José Manuel Camacho por ser colaborador del ELN. Pataquiva debió comparecer ante un juez, que tenía gran cantidad de testimonios y declaraciones en su contra. El capitán pudo demostrar que Camacho estaba vivo y disfrutando de muy buena salud. Era un desertor del ELN. Se había entregado al Ejército y, protegido por este, acabó prestando en el Batallón su servicio militar.
Pese a su flagrante parcialidad, el informe cumplió su cometido. La denuncia formulada ante un juez de orden público, radicado en Cúcuta, por el padre jesuita Javier Giraldo Moreno, ante el Director de Instrucción Criminal, contra el alcalde Jairo Beltrán y varios dirigentes de El Carmen, acusados de alentar organizaciones paramilitares o de participar en ellas, tuvo como soporte principal lo dicho en el informe de la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz. La funcionaria instructora 5358 jamás se tomó el trabajo de desplazarse hacia El Carmen para verificar hasta qué punto tenían o no fundamento las incriminaciones hechas por informantes de la guerrilla. Jamás se recibió indagatoria del alcalde. De modo que con base en testimonios amañados se dictó contra él y una veintena de habitantes del pueblo un auto de detención. Guías enmascarados El pueblo, entre tanto, nada sospechaba. El domingo 29 de marzo a las 11 de la mañana, cuando centenares de campesinos de las veredas inundaban las calles por ser día de mercado, el aire se llenó de un furioso zumbido de aspas: cinco helicópteros se aproximaban al pueblo volando a baja altura. El lugar donde suelen aterrizar es una cancha de fútbol frente a la base militar, cercana a las calle principales. Todos los habitantes de El Carmen pensaron que se trataba de las brigadas de salud enviadas por la Quinta Brigada desde Bucaramanga. La multitud se agolpó alegremente en torno a la pista. Cuando los aparatos se posaron en el suelo, su asombro fue muy grande.
Del interior brotó un enjambre de hombres armados (DAS, cuerpo de la Policía Judicial, Policía Elite), que avanzaban apuntando con sus armas. Entre ellos, vestidos con uniformes de policías, había seis hombres encapuchados o con la cara tiznada, y provistos de grandes anteojos oscuros con montura azul celeste, que servían de guías. Parecía una fuerza de ocupación. Rápidamente se dirigían a ciertas casas, que parecían conocer de antemano, abrían las puertas a patadas o a culatazos y del interior iban sacando hombres muy conocidos en el pueblo con las manos esposadas.
El alcalde Jairo Beltrán se sorprendió al ver irrumpir en su despacho a un agente vestido de civil y un uniformado que le pusieron una pistola en la nuca, lo esposaron y lo metieron como un vulgar reo en la camioneta del municipio estacionada en la puerta para llevárselo a la pista donde esperaban los helicópteros.
El pueblo congregado en las calles reaccionó de inmediato. Había reconocido, según múltiples testimonios, entre los encapuchados, al padre Bernardo Marín y a los guerrilleros Orlando Rueda Argello y Arsenio Solano, que de tiempo atrás operaban en la región. Fueron identificados por más de cinco personas, entre ellos el actual personero. Aunque llevaba uniforme de policía y gafas oscuras, al padre se le reconoció por el cuerpo, la voz y la cabeza, cuando se quitó la gorra. En la Personería Municipal, en la Justicia Penal Militar, en la Procuraduría y en la propia Presidencia de la República, están las declaraciones que señalan la presencia, en medio de los policías, del sacerdote y de los dos guerrilleros atrás mencionados. Habrían sido ellos los más activos a la hora de hacer las detenciones.
El obispo de Barranca afirma que el padre Marín se hallaba en licencia en el exterior. Por su parte, las autoridades policiales y el juez de instrucción criminal, radicado en Cúcuta, sostiene que solo había en los helicópteros un informante, apodado El cura , por haber sido sacristán del pueblo; los restantes enmascarados serían, según estas fuentes, un juez y miembros de la policía judicial. Los habitantes del pueblo recuerdan que el guerrillero Orlando Rueda Argello había sido sacristán antes de entrar en la guerrilla. Un condiscípulo y antiguo amigo suyo, líder de acción comunal, dice haberlo reconocido entre los uniformados con la cara tiznada.
La certeza de que en la operación participaban guerrilleros fue lo que movió a cerca de dos mil personas, congregadas aquel domingo, en el casco de la población, a impedir que los agentes y los seis enmascarados se llevaran a su alcalde y a los otros detenidos, con excepción de uno que se encontraba ya dentro del helicóptero. Se los arrebataron de las manos a los agentes, que no se atrevieron a usar sus armas. Tampoco los enmascarados, que, al contrario, debieron llenarse de temor al ver la furia de la multitud.
Los helicópteros despegaron sin que los autos de detención se hubieran hecho efectivos. Cuando intentaron regresar al lugar, no pudieron aterrizar: la multitud de campesinos llenaba la pista. La tropa acantonada en El Carmen, a ordenes de un capitán, no intervino: está allí para proteger al pueblo de la guerrilla y no para ponerse a órdenes de esta última, a través de guerrilleros enmascarados.
El alcalde Jairo Beltrán, disipada la confusión producida por la intervención de la Policía aquel domingo y, sobre todo, por la presencia de guías guerrilleros, se presentó ante el juez de orden público, que ordenó su detención sin que jamás, previamente, se le hubiera recibido indagatoria ni se le escuchara descargo alguno. Bastó la simple incriminación. El alcalde, a la hora de escribir estas líneas, sigue detenido en Cúcuta.
Quien vaya a El Carmen recibe profusamente el mismo testimonio: allí no hay el menor rastro de las organizaciones paramilitares relacionadas en el informe recibido por el juez de orden público. Nadie sabe quiénes son Los Grillos , ni los Caracuchos , ni Los Tiznados . La explicación es simple: toda la defensa de la población corre por cuenta del Ejército que sostiene que, salvo macocas (escopetas de un solo tiro), no hay armas en las fincas. El Ejército tiene todo el respaldo del pueblo. Es él quien garantiza sus vidas y el transporte del cacao a los centros de distribución y consumo. El pueblo sigue sin acueducto: los puentes volados en la vía a Barranca no han sido reparados aún.
El general Harold Bedoya, comandante de la Segunda División acantonada en Bucaramanga, conoce muy bien la situación de El Carmen. Nunca, a lo largo de su brillante carrera, se ha apoyado él en grupos paramilitares. Los combatió abiertamente en el Guaviare, cuando era el comandante de la Séptima Brigada con sede en Villavicencio. Su estrategia en Santander, en Medellín, en el Llano, donde quiera que vaya es la misma: poner de su lado a la población civil. El sabe que es su mejor ayuda. En Barranca, el batallón que trabaja bajo sus órdenes, ha pavimentado más de tres mil metros de calles en los barrios deprimidos, donde hierven las milicias populares, mediante un trabajo conjunto de la tropa y la población. Sin el apoyo del pueblo, la guerrilla no puede prosperar. Por eso, cuando le es imposible ganar su simpatía, utiliza la intimidación.
El general Bedoya se ha dirigido a la Procuraduría solicitando que agentes especiales de ese ministerio público comprueben, en un tiempo más o menos prolongado, si es cierto o no que existen grupos paramilitares en El Carmen. No los hay. Solo queda allí un pueblo asediado y martirizado por la guerrilla, que no le perdona que se haya salido de sus manos. Defensor de quién? Triste epílogo de esta historia. Poco después de los acontecimientos de marzo, se anunció la llegada de esa nueva figura de la actual Constitución llamada El Defensor del Pueblo . El título de este personaje llenó de esperanzas a los habitantes de El Carmen. Al fin alguien se ocupaba de su suerte! Desde las más remotas veredas llegaron los campesinos. La madre del alcalde preso, doña Josefina de Beltrán, y la esposa de este, prepararon un almuerzo con todos los jefes de acción comunal. Tenían muchas cosas que decirle. Estaban allí los niños a quienes la guerrilla les había volado una pierna.
Llegó en un helicóptero el defensor del pueblo. Pero Jaime Córdoba Triviño tenía otra misión: llevarse a la familia del guerrillero Orlando Rueda Argello. Había recibido el informe de que estaba seriamente amenazada. En El Carmen, en medio de una muchedumbre de gentes del lugar, EL TIEMPO obtuvo la unánime declaración de que ello no era cierto. La propia familia, según los testigos, manifestó su deseo de quedarse en el pueblo. Su situación era comprendida por los habitantes de El Carmen: muchos campesinos tienen hijos en la guerrilla. Nunca, por ello, han sido hostilizados. Es algo que se deplora, pero se entiende y se respeta. Los dos miembros más viejos de la familia de Rueda Argello, dos abuelitas, se quedaron en El Carmen, y son sostenidas por todos. La nobleza es un rasgo del pueblo santandereano.
Quizás Córdoba Triviño pueda volver un día a El Carmen y enterarse mejor de la situación. Haría honor a su cargo. Si hay un pueblo que necesita ser defendido es El Carmen
Por qué algunos jueces, que nunca intervinieron cuando las autoridades obedecían órdenes de la guerrilla, se apresuran a actuar, sin las debidas verificaciones, sin oírlos contra quienes, dentro de la ley, defienden a el pueblo?
Acaso los derechos humanos son propiedad de la guerrilla? Quién los ha violado? Por qué la Policía aparece guiada por los propios guerrilleros para llevarse al alcalde de El Carmen? Quienes violan todos los días la ley son los más aptos para utilizar en su favor el arma jurídica?
Tránsito Mejía, la secretaria encargada de la alcaldía tras la detención de Jairo Beltrán, lanza estas preguntas en medio de la plaza rodeada de centenares de campesinos. Es una mujer joven y enérgica, cuyo discurso parece traducir el sentimiento de todos. Su perplejidad.
El Carmen merece una respuesta.
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO