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LUIS MACÍA GONZÁLEZ

El mismo sábado 13 de mayo y coincidencialmente casi a la misma hora, dos personalidades de la música nos dejaban: En París, el gran flautista Jean-Pierre Rampal; en Bogotá, el profesor Luis Macía González, maestro de maestros, a quien la música y particularmente el canto colombianos le deben mucho. No en vano fue profesor de algunas de nuestras más importantes figuras. Basta citar, entre muchos, a las sopranos Carmiña Gallo y Marina Tafur, a la mezzosoprano Martha Senn, al tenor Alejandro Ramírez, y a la joven soprano Juanita Lascarro que hoy adelanta una carrera importante en Europa.

Columnista invitada: María Teresa Del Castillo
Dueño de una voz hermosa de tenor lírico, cuando llegó de Europa tras adelantar durante más de ocho años estudios de canto y pedagogía musical en Bruselas, y recibir un premio por su voz, talento y capacidades, se vinculó con el Conservatorio Nacional en la época del maestro Guillermo Uribe Holguín, y empezó su carrera de concertista y recitalista. No tenía el país en aquella época la infraestructura teatral que tiene hoy, por lo que la música se divulgaba en nuestro teatro Colón de Bogotá, en iglesias, y sobre todo, en la radio. De sus incursiones a través de este medio queda por fortuna una grabación discográfica lograda por Hernán Restrepo Duque, que testimonia su magnífica voz y su arte.
Habría hecho el maestro Macía, sin la menor duda, una muy brillante carrera en los escenarios, pero el destino le arrebató esa posibilidad al quedar ciego y tener que dedicarse a la docencia. Pero esa fue una de las grandes satisfacciones de su vida: haber logrado que muchos de sus alumnos, gracias a sus enseñanzas y dedicación, cristalizaran con éxito sus carreras en Colombia y en el exterior. Ferviente enamorado del lied y la canción francesa, fue en estos géneros donde encontró la elegancia, el refinamiento y buen gusto que le inculcó a sus alumnos a la hora de interpretar.
Pero no sólo fueron sus facetas de artista y pedagogo las que lo engrandecieron. Poseía una vasta cultura y no sólo musical, un optimismo que sabía irradiar, una capacidad infinita para disfrutar las cosas pequeñas de la vida, y con su habitual sencillez, prudencia y buen humor, quienes estuvieron cerca se convencieron de contar con la amistad de un hombre de características excepcionales.
Se fue el maestro, el amigo, el artista. En la memoria de quienes lo quisimos y admiramos permanecerá siempre el recuerdo de un hombre íntegro que cumplió a cabalidad la misión que se propuso, y que con generosidad y fe sin límites compartió con todos los que lo rodearon su talento, sus conocimientos y sus enseñanzas. Paz en su tumba.
Columnista invitada: María Teresa Del Castillo
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