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COLOMBIANOS DEL MILENIO

Enrique Arley era el tipo acabado del verdadero colombiano. Honrado y cumplidor de su palabra casi hasta la exajeración del caballero de la edad media: laborioso, caritativo, cortés, valiente y generoso . La descripción de este verdadero colombiano se encuentra en la Historia de una iguana, escrita por el cubano Francisco Javier Balmaseda y editada en Barranquilla en 1876. Otros personajes de la novela, también colombianos, no encarnan los valores de Enrique Arley. Es Arley a quien Balmaseda, tal vez en un sentido de crítica e ironía social, identifica con unos valores que hoy parecen absolutamente ajenos a la nacionalidad.

Estas son las maravillas de la ficción , fue la respuesta de un amigo cuando lo llamé para comunicarle mi hallazgo bibliográfico y relatarle la descripción del colombiano verdadero según Balmaseda. De acuerdo. Como colombiano verdadero , Arley es un personaje tan de ficción como todos los macabros colombianos típicos que aparecen en The War of Don Emmanuel s Nether Parts (1998), de Louis de Bernieres, uno de los más célebres escritores entre las nuevas generaciones de novelistas ingleses, cuya obra se inspiró en la tragedia colombiana. Y es así mismo tan de ficción como el retrato que de nosotros popularizara Gabriel García Márquez, en el que nuestra insignia es la desmesura , nuestra manera de ser se encuentra en los extremos, y nuestra vida colectiva solo parece ser una acumulación de siglos despilfarrados en la depredación y la violencia (Por un país al alcance de los niños, 1994).
Estos estereotipos, siempre de ficción ya sea para identificarnos con el bien o con el mal absoluto , tienden a congelar una visión errada de la realidad. Por eso encontré tan refrescante el libro de Carlos Lemoine, Nosotros los colombianos del milenio, editado por la revista Cambio y Tercer Mundo (Bogotá, 2000). Las reflexiones de Lemoine están en buena parte basadas en sus lecturas de una serie de encuestas sobre las creencias del país. Muchas de estas evidencias rompen precisamente con los estereotipos.
No es cierto, por ejemplo, que los colombianos aspiren a progresar simplemente siendo avivatos , como se nos dice casi a diario. La gran mayoría de los colombianos rechazamos la cultura del narcotráfico. Tampoco parece ser cierto que seamos una nación indolente. La gente no solo no se ha acostumbrado al secuestro sino que siente cualquier secuestro como una amenaza contra todos . Las actitudes frente al cambio indican la existencia de una nación mayoritariamente en el centro: los colombianos creemos en transformaciones graduales, por la vía reformista y no por la revolucionaria. La confianza nacional en las Fuerzas Armadas es bien alta (entre el 69 y el 80 por ciento).
Como también es alta la confianza en la empresa privada, la televisión y la prensa un indicativo del valor que les otorgamos a las libertades .
Por supuesto que los colombianos del milenio no percibimos vivir en un mundo rosa y sin problemas. Quizá las observaciones más preocupantes señaladas por Lemoine son aquellas relacionadas con la niñez y la juventud. Un 40 por ciento de los jóvenes no trabaja ni estudia. Un 20 por ciento de niños y adolescentes no tienen relación con su papá biológico . Otros datos menos sorprendentes subrayan la urgente necesidad de fortalecer las instituciones democráticas y el Estado de Derecho. La confianza en el Congreso y en los políticos es casi nula. La gente percibe que las reglas universales de progresar con el trabajo y el estudio aquí no operan . Y, finalmente, los colombianos sienten que el aparato electoral funciona bien, pero no identifica que interprete el deseo popular .
A pesar de todos estos problemas, más del 80 por ciento de los colombianos dicen ser felices, su cultura no es depresiva . Los niños son particularmente alegres, tanto en la casa como en el colegio. Las observaciones de Lemoine sobre la naturaleza de los colombianos son además una advertencia para los formadores de opinión pública. En efecto, Lemoine señala cómo la visión que surge del país en su libro difiere de la periodística . No niega que los medios estén ofreciendo un cuadro de la cruda realidad. Pero es un cuadro incompleto, el del país solamente enfermo . La vida nacional, sin embargo, es más normal, menos traumática . Y, según Lemoine, tiene ingredientes capaces de engendrar alegría y esperanza .
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