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Economía: ingresar a la OCDE: ¿oportunidad o embeleco?

La OCDE busca que todos sus miembros mejoren su desempeño económico a través de la cooperación.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, en la cual quiere inscribir el presidente Santos a Colombia, dejó de ser un 'club' de países ricos para convertirse en el grupo de las naciones que tienen las mejores políticas públicas en diversos campos económicos y sociales.
De la noche a la mañana la agenda económica del gobierno se ha visto alterada por la crisis invernal. Esta tragedia ha hecho que mucha gente haya olvidado algunas iniciativas que el presidente Santos propuso cuando era candidato, y que sin duda serían un mejor legado de su administración que la dolorosa atención de un desastre. Entre esas iniciativas sobresale la intención de que Colombia ingrese a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un propósito que muchos economistas califican como demasiado ambicioso y que la mayoría de los colombianos no saben cómo evaluar.
¿Cuál sería la gracia para Colombia de hacer parte de la OCDE? Para responder hay que empezar por recordar cuál es la importancia de esa organización. Hasta hace unos años la OCDE era percibida como el exclusivo club de los países más ricos del mundo. De hecho, la Organización fue creada en 1961 por las naciones más avanzadas del orbe como un mecanismo de cooperación que les permitiera coordinar sus políticas económicas y fomentar el desarrollo.
Con el paso del tiempo esta agenda se fue acotando, dada la creciente importancia de otros escenarios para la discusión de las estrategias de desarrollo (como el Banco Mundial) y para la concertación de las mayores potencias del mundo (como el Grupo de los Siete o el Grupo de los Veinte). De esta manera, la OCDE fue flexibilizando su condición de clan de los más pudientes para convertirse en el grupo de los países que tienen las mejores políticas públicas en diversos campos económicos y sociales. La Organización busca que todos sus miembros mejoren su desempeño económico a través de la cooperación, evaluando las políticas de cada uno para replicar las buenas experiencias y corregir las malas. 
La evolución de la OCDE ha ido de la mano con una ampliación de su membrecía. Al grupo de los veinte fundadores (que abarcaba a Estados Unidos, Canadá y los principales países europeos) se fueron sumando nuevas naciones de acelerado desarrollo como Japón, Australia y Finlandia, entre los años sesenta y setenta, y Corea del Sur, México y Polonia, a mediados de los años noventa. Hoy la organización tiene 34 miembros, entre los cuales sólo hay dos países latinoamericanos: México y Chile. La OCDE además está fortaleciendo sus lazos con cinco naciones emergentes llamadas a ser protagonistas del desarrollo mundial en este siglo: China, India, Brasil, Indonesia y Suráfrica.
La revisión de la lista de los actuales miembros de la OCDE pone en su justa proporción la discusión sobre los méritos de ingresar a la organización. Una cosa era pertenecer hace unos años al exclusivo club de los países más ricos del mundo, y otra muy distinta sería establecer hoy en día mecanismos de cooperación con Polonia, Estonia y Eslovaquia. Una muestra del cambio de percepción sobre la Organización son las reacciones que produjo en cada momento el ingreso de los dos países latinoamericanos. Hace quince años la entrada de México a la OCDE fue calificada como su deslinde de América Latina y su ingreso al mundo desarrollado, mientras que la entrada de Chile hace un año se vio como un reconocimiento a sus políticas públicas sin excesivos aspavientos.
Esta situación permite precisar la magnitud de los retos que enfrentaría Colombia para ingresar a la OCDE y los beneficios que representaría el lograrlo. Aunque un país que quiera a acceder a la Organización ya no debe ser uno de los más ricos del mundo, sí debe tener unas políticas públicas idóneas en diversas áreas económicas y sociales. En ese sentido, los aspirantes deben someterse a un estricto examen de su normatividad y modificar la que a juicio de la Organización no alcance los estándares de la excelencia.
Para ilustrar los alcances que puede tener este proceso, hay que recordar que Chile tuvo que hacer cambios importantes en sus normas antes de acceder a la OCDE. Esos cambios abarcaron la promulgación de nuevas leyes en áreas tan diversas como la eliminación del secreto bancario, la exigencia de una mayor divulgación de información empresarial a los mercados financieros, el procesamiento de compañías sospechosas de actos de corrupción, la formulación de una nueva política sobre seguridad química para alcanzar mayor protección ambiental, e incluso la limitación de la injerencia pública en la junta directiva de la empresa estatal extractora de cobre CODELCO.
Nada de eso sucede de la noche a la mañana, y sobre ello hay noticias buenas y malas. La buena es que en los primeros cinco meses de la administración Santos hubo un par de visitas de funcionarios de la OCDE al país para hacer una primera evaluación de la situación y formular recomendaciones preliminares sobre los pasos a seguir. La noticia mala es que la experiencia de Chile muestra que pueden pasar varios años desde que un país manifiesta su interés en ingresar a la Organización, hasta que recibe la invitación para hacerlo. Además no hay que perder de vista que delante de nuestro país hay una larga lista de aspirantes que van desde Rusia (cuyo ingreso se debe formalizar en los próximos meses) hasta Lituania y Rumania.
Aunque el camino sea largo, hay que celebrar el propósito del presidente Santos de lograr que el país ingrese a la OCDE. Es posible que el acceso a esa Organización ya no tenga el glamour de antaño, pero en el caso colombiano representaría la oportunidad de mejorar las políticas públicas en un entorno en que buena parte de la gestión estatal sigue marcada por la inoperancia, la corrupción y el enquistamiento de intereses particulares.
 
Por Mauricio Reina.
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