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Cansados de la muerte, esmeralderos de Boyacá hicieron un pacto de paz

Durante siete años, los esmeralderos de Otanche, Muzo y Coscuez libraron una sangrienta guerra, que dejó miles de muertos y separó a familias en el departamento.

A Martín Rojas y a José Manuel Buitrago los unió el destino desde niños, pero la guerra verde los separó durante siete años. Los dos comenzaron su vida de esmeralderos echando pala en Coscuez entre los desechos de tierra que bajaban de las grandes minas, un trabajo que dejó de ser una obligación cuando se convirtió en un pacto cómplice para cumplir el sueño de 'enguacarse' y salir de la pobreza.
Hoy, 20 años después, han encontrado grandes esmeraldas y, aunque no son ricos, tienen tierras productivas, actúan como líderes sociales en su región, y lo más importante para ellos: siguen juntos, a pesar de que hicieron parte de bandos distintos durante el conflicto. Ese conflicto del que ahora guardan recuerdos, experiencias y muchas expectativas de que su gremio permanezca al mismo tiempo que su gente crezca.
Reunidos en la casa de Martín, situada en el sector de La Culebrera, en Coscuez, los viejos amigos rebuscan entre sus memorias y reconstruyen una historia que, además de alejarlos a ellos, dividió en dos a los 16 municipios del occidente de Boyacá. "Nosotros no iniciamos la guerra, la heredamos, -dice Martín mientras se arregla su bien cuidado bigote de charro-, porque quienes empezaron ese problema se fueron eliminando entre ellos". Y cuenta que esa era una época en la que cargaba una pistola y un revólver en la cintura, además de la 'metra' que se terciaba en el pecho "por pura necesidad".
Este era un afán de protegerse, el que nació con una muerte: el asesinato de Arsenio Acero. "Él era un negociante de esmeraldas que fue liquidado en el paso de Los Micos, en la mina de Peñas Blancas, cuenta José, el esmeraldero que ostenta orgulloso su título grabado en la hebilla de oro de su cinturón; entonces, su amigo José Ruperto Córdoba 'Colmillo', reclamó por su muerte, hubo retaliaciones, citaron a Laureano López a una reunión en Bogotá y se convirtió en el segundo muerto que dio rienda suelta a una guerra sin cuartel".
Buitrago, con sus manos curtidas por las huellas de quien ha tenido que empuñar el pico para sacarles esmeraldas a las entrañas de la tierra, habla en tono calmado y complementa la historia. Se acuerda de que entre la familia de otro minero, Laureano López, encontraron las esmeraldas robadas a Arsenio Acero, lo que desató la confrontación entre los hombres del llamado grupo de Borbur (en el que estaban los esmeralderos de Otanche, Quípama, parte de Muzo, San Pablo de Borbur y la vereda Santa Bárbara) y los del bando de Coscuez (compuesto por habitantes de Pauna, Briceño, Maripí y la Provincia de Río Negro, Cundinamarca).
Ahí, en ese punto, los dos amigos se separaron: José Manuel Buitrago quedó del lado de los del grupo de Borbur y Martín Rojas en el bando de los de Coscuez. Los alejó la guerra, y la quebrada La Miocá se convirtió en el límite de su amistad rota. Entonces los caminos se hicieron más largos. Los de Borbur debían buscar la salida por Chiquinquirá y los de Coscuez por Puerto Boyacá. "Teníamos que caminar casi un día entero para salir de una población, atravesar el cerro de El Tigre, bajar al río Minero, subir a Santa Rosa y atravesar a Pauna, -se queja Rojas, quien hizo en más de una oportunidad ese recorrido para llegar a Bogotá-; eran más o menos doce horas de camino para uno ver una población".
Tiempos de guerra
Vivieron una guerra que enfrentó a compadres contra compadres, familias contra familias y pueblos contra pueblos. Armados hasta los dientes, con espías en cada bando, llegó a tal extremo la sevicia provocada por la guerra, que muchos fueron quemados vivos, como ocurrió en el ataque a un bus en el sector de las Tambrias donde murieron 11 personas, entre ellas la mamá de Pablo Santana, compadre de José Manuel Buitrago y quien hacía parte del grupo de Borbur. El conflicto del occidente de Boyacá, donde están las esmeraldas más apetecidas del mundo, había dejado 3.500 muertos, en tan sólo siete años.
Por eso, hoy los dos compadres conservan la mirada de quien desconfía. Tienen un hablar pausado, muy del campesino que ha gozado de la tranquilidad de la naturaleza, pero también del que ha tenido que enfrentar la adversidad y la muerte con la misma tozudez con que buscaron las esmeraldas entre la roca, porque, aparte de la guerra que libraban los esmeralderos del occidente de Boyacá, otro actor entró en juego y terminó atizando el fuego de la confrontación.
José Gonzalo Rodríguez Gacha, alías 'el Mexicano', se alió al grupo de Coscuez con el único fin de buscar un corredor desde su fortín en Pacho, Cundinamarca hasta Puerto Boyacá en el Magdalena Medio, donde comenzaba el emporio del cartel de Medellín. 'El Mexicano', inicialmente, fue socio de Gilberto Molina y de otros empresarios del negocio de las gemas. Pero más adelante, en su afán de poder, les declaró la guerra a los esmeralderos, principalmente a Gilberto Molina, quien lideraba el grupo donde estaba el hoy llamado zar de las esmeraldas, Víctor Carranza. En febrero de 1989 Gilberto Molina fue asesinado en su finca de Sasaima, Cundinamarca. Murió junto a otras 20 personas, incluidos los músicos. Ese mismo año, en una operación de la Policía, murió 'el Mexicano'.
Esa fue una época que José Manuel Buitrago y Martín Rojas recuerdan como días difíciles, en los que sólo se respetaba la vida de las mujeres y de los niños. Fueron siete años de dolor y llanto, de muertes de familiares, de pérdidas de amigos y de compadres. "Nos cansamos de la violencia, de tanta injusticia dentro de la población y buscamos la paz, -dice Martín Rojas-. Entonces llegó monseñor Álvaro Raúl Jarro Tobos, un ser divino que oyó la petición para asistir a una reunión en la que él propuso la paz".
Tiempos de paz
La paz empezaba a andar. Por un lado, estaba la gente que lideraba Pablo Elías Delgadillo y por el otro los de Coscuez con Luis Murcia a la cabeza. Pero José Manuel Buitrago decidió ponerse en la mitad. "Yo estaba en Santa Bárbara, don Víctor (Carranza) me había dado un radioteléfono, y por ahí tuvimos una comunicación con Luis Murcia", -dice Buitrago, y se acuerda perfectamente tanto de la clave que él le mandó: 300, como de la suya: J1-; me preguntó que si podía subir al sector de Casa Blanca para empezar a hablar de paz de verdad, verdad".
Entonces don José, como le dicen sus compadres, le puso pantalones al miedo y tomó la decisión de ir a Casa Blanca. Pero Luis Murcia lo esperaba en La Culebrera, donde realmente empezaron los diálogos de paz. "Ese día nos pegamos una borrachera, hasta que lo convencí de que me acompañara a Otanche. Allí, nos estaban esperando monseñor Álvaro Raúl Jarro Tobos y nueve curas más que ese día habían celebrado primeras comuniones, bautismos y confirmaciones", afirma.
Tras la histórica borrachera, que terminó con abrazos emocionados entre los dos líderes, José Manuel Buitrago tuvo que llevar nuevamente a Luis Murcia hasta La Culebrera y lo dejó, según sus palabras, "sano y bueno, otra vez aquí en la casa".
Su osadía fue el inicio de una paz verdadera que se pactó el 3 de junio de 1990 en la casa de Luis Murcia. Luego de trece días, el 16 de junio, se celebró una misa en la iglesia de Nuestra señora del Rosario de Quípama, y allí se firmó el acuerdo de paz. Con ese compromiso y con la palabra empeñada, que es lo que más vale entre los viejos esmeralderos del occidente de Boyacá, hoy se cumplen 20 años de un pacto que, según ellos, no tuvo el acompañamiento del Gobierno.
Dos décadas después, la región sigue teniendo problemas de comunicación, porque, para ellos esos siete años de guerra, parecieron setenta años de atraso. Sus vías se encuentran en mal estado, no hay escuelas suficientes y, menos aún, hospitales que puedan atender enfermedades de alto riesgo. Según los empresarios de la esmeralda, ellos lo han puesto todo: han construido carreteras, edificado escuelas y puestos de salud, a donde nunca llegan los estudiantes de medicina a hacer el rural. Una gran contradicción en medio de la riqueza de la zona.
Entre los campesinos el dilema hoy está en irse a la mina a 'enguacarse' o cultivar productos ilícitos que no les dan la ganancia suficiente para no seguirle apostando a la legalidad. En algunos municipios han vuelto a aparecer los cultivos de hoja de coca que tuvieron su bonanza en el año 2000. Con este panorama, el pacto de paz de hace 20 años tiende a debilitarse, pues, al no haber oportunidades de empleo suficientes, una nueva generación podría revivir la 'guerra verde', una guerra que Martín Rojas y José Manuel Buitrago no están dispuestos a repetir.
El viernes pasado se reencontraron en Otanche los líderes del proceso de paz del occidente de Boyacá. Estuvieron acompañados por monseñor Luis Felipe Sánchez, obispo de Chiquinquirá y quien preside la Comisión de Conciliación para la región; igualmente por moseñor Héctor Gutiérrez Pabón, quien heredó de monseñor Álvaro Raúl Jarro la responsabilidad de consolidar la paz.
Con una misa campal y una gran fiesta cultural se conmemoraron los 20 años del pacto que ha mantenido en tranquilidad a la antes convulsionada zona. En este lugar, el zar de las esmeraldas, Víctor Carranza Niño no dudo en afirmar que "con seguridad no volveremos a hacer la guerra, pues por la vía de la violencia sólo se consiguen perjuicios, tristeza, viudas y huérfanos".
Los esmeralderos que gestaron la paz en la región esperan que la comunidad que ha permanecido en calma en 20 años lo siga haciendo, y que los acuerdos de palabra que se hicieron a partir de sus buenas intenciones, perduren.
CARLOS MARIO DÍAZ
Director Noticiero Citytv
Otanche, Boyacá
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