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Tesoros expoliados

Desde hace pocos días resplandece otra vez en el Neues Museum (Museo Nuevo) de Berlín, reinaugurado tras varias décadas de reformas. Allí, en un lugar a prueba de atentados, reina la estatua de la faraona Nefertiti, llamada "la Mona Lisa de la Antigüedad", que desde la II Guerra Mundial había abandonado el lugar al que ahora regresa. Hay satisfacción en Alemania y alborozo en Berlín. El único problema es que el espléndido busto polícromo de 3.500 años de edad no debería estar en Berlín sino en Egipto.
Nefertiti es el más célebre ícono del prolongado saqueo al que han sido sometidos los bienes arqueológicos de países débiles en beneficio de imperios y antiguos imperios que los extrajeron de allí o los compraron a contrabandistas o comerciantes de arte. La estatua de la faraona llegó en forma ilegal a Alemania en 1913, y aunque el gobierno egipcio aspira a recuperarla, el alemán se niega a ello. Algo parecido acontece con los frisos del Partenón de Atenas, unos hermosos mármoles que hace 207 años, cuando Grecia estaba dominada por los otomanos, desprendió del edificio lord Elgin, un funcionario británico. Este trasladó a Inglaterra más de la mitad de las figuras decorativas del Partenón, talladas hace 2.450 años, y las vendió al Museo Británico, donde son precioso objeto de exhibición.
Inglaterra se ha negado sistemáticamente a devolver lo que sustrajo Elgin de manera ilícita. Entre otros alegatos, ha dicho que Grecia carecía de un lugar adecuado para albergarlos. Pero hace cuatro meses Atenas inauguró un espectacular museo arqueológico y, como observó el escritor inglés Christopher Hitchens, "allí murió el argumento". El gobierno griego insiste en recuperar sus bienes culturales, y el inglés se ha limitado a ofrecerle unos cuantos mármoles en préstamo durante tres meses.
La faraona y los frisos son dos de los muchos objetos expoliados en los últimos siglos a sus legítimos dueños. Hay muchos más que adornan los museos de Europa y Estados Unidos. Ahora, gracias a una mayor conciencia cultural, la marea se mueve a favor de los países saqueados. Hace diez años, el Parlamento Europeo pidió, por mayoría, la devolución de los frisos, declaración que había fracasado en dos intentonas anteriores.
Aunque con características jurídicas diferentes, también Colombia tiene una expectativa parecida a Nefertiti o los frisos. Se trata del Tesoro Quimbaya, la más rica colección de orfebrería precolombina, que el presidente Carlos Holguín regaló en forma arbitraria a la reina de España en 1893. Desde entonces, el tesoro permanece guardado en un museo de Madrid y solo se ha exhibido cuatro veces. Poco después, otro mandatario, don Miguel Antonio Caro, cuñado de Holguín, obsequió al papa León XIII tres artefactos de oro de más de medio kilo de peso, los "pectorales de Machetá", para felicitarlo por sus bodas de oro episcopales y celebrar las buenas relaciones entre la Iglesia y el Gobierno.
En algunos casos por culpa de los guaqueros; en otros, de arqueólogos indelicados (un profesor alemán hurtó en 1914 varias estatuillas de San Agustín); muchas veces por cuenta de mercaderes de arte (uno de ellos vendió en Berlín una balsa chibcha de oro que fue destruida durante la Guerra) e, incluso, por gobernantes indolentes, como Holguín y Caro, lo cierto es que parte importante del patrimonio cultural de algunos países está en manos de otros.
Los tiempos han cambiado, muchos imperios han caído y la historia y la justicia plantean una reparación del expolio. Todas estas piezas, desde Nefertiti hasta el Tesoro Quimbaya, deberían regresar al lugar de donde nunca debieron salir: su patria. Es posible que hoy se vea esta empresa como una utopía. Pero algunos museos, como los de las universidades de Yale y Heidelberg, ya han devuelto objetos culturalmente ajenos. Es cuestión de que los ciudadanos presionen y los gobiernos pongan a trabajar a sus diplomáticos.
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