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El escritor Germán Espinosa vivió y murió entre la mística y el amor

El autor de 'La tejedora de coronas', uno de los grandes escritores colombianos, falleció esta semana en una clínica bogotana. Así lo recuerdan.

El cáncer le había cubierto la lengua y parte de la garganta. Germán Espinosa (1938 -2007) casi no se paraba de su cama y en los últimos días no podía hablar. A veces se levantaba y escribía alguna nota en el texto de un libro al que llamaba simplemente "reflexiones", que sus hijos aún no han intentado leer y que duerme ahora en su computador personal. "Pero, más allá de la enfermedad, su falta de ganas de vivir -dice su hijo Adrián- se debía a que ya no estaba con ella".
Ella era Josefina Torres, la artista que inauguraba una exposición en el Centro Colombo Americano el día en que la conoció, en 1965. Fue un amor a primera vista que desencadenó un matrimonio urgente a las pocas semanas y que, después de 40 años, terminó con la muerte de la pintora, el 18 de octubre, hace dos años.
Con ella solían verlo los amigos, sentado en un café de la Avenida Jiménez con cuarta y, en realidad, en todas partes. Y eran testigos de esa atmósfera mística que ambos proyectaban y que se trasluce en las obras de Espinosa.
"Josefina tenía algo de eso resalta el escritor Sebastián Pineda, estudioso de la obra y amigo del autor fallecido-. Soñaba cosas reveladoras y sospecho que eso debió darle el argumento para muchos de sus cuentos o novelas. Al leer la prensa en la mañana, decía que algunas noticias ya las había soñado en la noche. Y Espinosa, en su libro El mundo misterioso de los sueños establece que es posible que los sueños sucedan en el futuro".
Josefina es la musa de Aitana, la última novela de Espinosa, publicada este año. Pero se la puede descubrir en la obra del autor desde La tejedora de coronas (1982), su obra cumbre. "Alguna vez, mientras esperaba que le trajera algo de comer, el maestro la empezó a llamar con el nombre de Genoveva, su protagonista", recuerda Pineda.
"Era una relación casi simbiótica -recuerda Juan Manuel Roca, poeta y uno de sus amigos más cercanos-. Ella era su ángel protector, porque el reconocimiento de la obra de Germán fue lento y moroso. Le fue muy difícil imponerla".
Fue un camino lleno de obstáculos y muchas y enconadas envidias que Roca no describe y que llegaron a las amenazas de muerte en diferentes momentos, e incluso al intento de matarlo (en 1995, cuando unos desconocidos lo arrojaron del segundo al primer piso del Centro Andino, en Bogotá, ante los ojos de Josefina).
No eran cosas casuales, sino parte de su sino, como la dificultad para que su obra tomara el lugar que le correspondía dentro de las letras latinoamericanas y constante contraposición con el estrellato de García Márquez. Del Nobel, alguna vez recordó, que al preguntarle por La tejedora de coronas le dijo que no había podido pasar de la segunda página.
"La obra de Espinosa fue reconocida lentamente. Por eso, para él no fue fácil escribir -subraya Roca-. Una de sus grandes cualidades, más allá de su sensibilidad y el conocimiento de la literatura, fue la terquedad: no doblegarse. La prueba de fuego para un escritor es no abandonar la escritura, sean cuales sean las condiciones. En esto, Germán es un ejemplo de altísima dignidad".
La vocación de escribir
Espinosa supo desde la adolescencia que su destino era escribir. Y desde años tempranos luchó incluso contra los profesores del colegio que no creían que los poemas escritos eran suyos. Y décadas después, La tejedora de coronas tuvo que pasar años archivada en el depósito de una editorial -según su hijo Adrián- "bajo el pretexto de que la obra era un ladrillo".
Cuando dirigió una página literaria (1955) en el Diario de la Costa, Espinosa se ganó las amonestaciones de la Iglesia, por publicar poemas de otros dedicados a la lujuria. Cuando colaboró en medios como El Siglo, las cartas que llegaban lo acusaban de comunista (y por el mismo argumento le negaron más de una vez la visa estadounidense). Y mientras su novela Los cortejos del diablo era celebrada, en 1970, en muchos países de Latinoamérica, fue prohibida por el régimen de Franco en España. En Colombia, recibió el frío silencio de la crítica literaria.
Después de ejercer el periodismo, Espinosa fue diplomático. Atacado por el Congreso, por la publicación de su libro Anatomía de un traidor, aceptó ser cónsul general en Kenia (1977). Dos años después, volvió a Colombia para hacer una columna de cine en EL TIEMPO. Aun así, siguieron años difíciles, a comienzos de los 80. Recuerda León Espinosa, el segundo de sus hijos, que la venta de un cuadro de Josefina podía salvar a la familia.
Décadas después, cuando Espinosa gozaba de amplio respeto literario (luego de la publicación de obras como Los ojos del basilisco, 1992; Romanza para murciélagos, 1999, y La balada del pajarillo, 2000), continuaban la mística y las señales.
Estas abundaban en su obra. Su novela Cuando besan las sombras (2004) habla de un amor sobrenatural, entre un hombre y el fantasma de una mujer. "Quienes leyeron la novela , entre ellos Juan Villoro y Fernando Toledo, comentaban que lo imaginado por Espinosa en ella no era del todo ficción -recuerda Pineda-. Que a él realmente le podía suceder". El día del lanzamiento, Espinosa recibió una inquietante llamada anónima diciéndole que se prepara para lo peor. Poco después, cayó gravemente enfermo.
Creía en las señales tanto como en la posibilidad de la vida después de la muerte. Señales relacionadas no solo con su esposa, sino con sus amigos. Uno de los más cercanos fue Rafael Humberto Moreno-Durán, cuya muerte lo afectó profundamente.
Como amigo, se identificaba con una frase de William Blake: "Sincera oposición es amistad". Y lo aplicaba. Su relación con Juan Manuel Roca nació por una discrepancia y no por un gusto común. "La primera conversación que tuvimos fue una discusión que nunca logramos zanjar y que casi siempre obviábamos -recuerda-. Discutimos fuerte por su altísimo concepto de la poesía de León De Greiff, su gran amigo, que no me representa mayor interés. Eso cimentó la amistad".
"Era una fiesta ser amigo del autor de Sinfonía del nuevo mundo -agrega Roca-. Era una delicia oírlo verbalizar esa lucidez enciclopédica que tenía, incorporada a un humor penetrante y cáustico."
En los últimos tiempos, ya postrado en su lecho de enfermo, después de cumplirle a Josefina la promesa de escribir Aitana para ella, siguió recibiendo a los amigos. "Lo visitaba junto con Elkin Meza, allegado suyo desde sus épocas del periodismo -cuenta Roca-. Por un lado, era doloroso ver así a un amigo. Por otro, las visitas eran gratas pues, a pesar de su deterioro físico, seguía siendo el hombre lúcido, con capacidad de crear analogías y humor, con la misma calidez de siempre".
En esos últimos meses seguía hablando de su pasión por el cine, pidiéndole a los hijos que le llevaran clásicos de terror y disfrutando de la música de Caetano Veloso.
Ahora que se ha ido, deja una obra sólida y una huella profunda en los amigos: "Aquel día, Germán dijo que había visto a R.H. Moreno-Durán (ya fallecido) entre el público -le escribió Villoro a Sebastián Pineda, al saber de la muerte del escritor-. Además, el cartel con la foto de Rafael (R.H.) se vino abajo cuando hablábamos de él. Germán siempre creyó en esas señales y espero que ahora se haya reencontrado con Josefina".
LILIANA MARTÍNEZ POLO
REDACTORA DE EL TIEMPO
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