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Salubridad, paz y reforma tributaria

Se observa un mar de confusión y desconcierto ante el anuncio de una reforma tributaria.

No solo el conflicto armado perturba la normalidad de la vida de los colombianos. También, las epidemias que a diario o sorpresivamente la interrumpen. Tales, por ejemplo, la malaria en vastas zonas del territorio nacional u otras que llegan a través de los mosquitos. A la memoria vienen con motivo del fallecimiento de un hombre de ciencia, el doctor Hernando Groot, oriundo de Bogotá, a los 99 años de fecunda existencia, al servicio de las mejores causas de la salud de los compatriotas.
Tuvimos el privilegio de conocerlo cuando estudiaba Medicina y nosotros, Derecho y Ciencias Políticas. Siendo los cafés, principalmente de la carrera 7.ª de Bogotá, los lugares donde en cada mesa, en grupos de 4, preparábamos las lecciones cuotidianas, se establecían relaciones de conocimiento y amistad con los jóvenes procedentes de diversas regiones del país. Hernando Groot fue uno de ellos, siempre amable y cordial.
Tras su especialización en Estados Unidos se consagró, más que a la atención rutinaria de enfermos en su consultorio, a la investigación de las causas de las respectivas dolencias en territorios atrasados de Colombia o de otros pueblos lejanos. El dengue, que por esos días hacía estragos, fue uno de sus objetivos primordiales, tanto en sus orígenes como en sus consecuencias, para salirle al paso con terapéuticas preventivas y curativas. Cazador de mosquitos se le llamó por Lisbeth Fog, en artículo necrológico publicado en El Espectador. Eran esos parásitos sus irreconciliables enemigos.
Gustaba asimismo de los auditorios de las academias, la de Medicina desde luego, pero también la de la Lengua, que con sus conocimientos enciclopédicos y el relato de sus propias investigaciones y experiencias contaron. No lo oímos opinar de la malaria y la fiebre amarilla, que han afligido a regiones enteras de Colombia, más por falta de iniciativa nuestra que por omisión deliberada suya. A la memoria vienen los estragos de ambas entre la población que salía a pescar de noche, en uso de sus libertades primordiales, aprovechando el clima político que siguió al azote inclemente de la violencia política de turno.
Bueno es precisar que tampoco la salubridad lo hace todo. No es sino ver cómo el actual conflicto político, sometidas como fueron sus fórmulas concertadas de solución a plebiscito, recibieron inesperada negativa en las urnas. No resta sino explorar, como se viene haciendo, un conjunto de medidas concatenadas que corran con mejor suerte, sin pretender elevarlas a canon constitucional, como se intentó con las anteriores. Ahí, su gran tropiezo.
No cabía dar trato de constituyente a la larga deliberación en La Habana, ni asimilar sus conclusiones a las que emanan de este tipo de asambleas. De un acuerdo entre entidades negociadoras se trataba, pero jamás destinadas sus cláusulas a regir la vida de la Nación, ajena en su mayoría al intercambio de ideas entre el Gobierno y una fuerza subversiva a la que se ha extendido la rama de olivo de la paz.
De otro lado, se observa un mar de confusión y desconcierto ante el anuncio repetido y fallido de una reforma tributaria, cuyos términos se mantienen en estricta reserva, al vaivén de las revelaciones truncas o de las especulaciones imaginativas. Más hubiera valido discutir sus ángulos principales con grupos restringidos de comprobada idoneidad. Si posible, invitarlos a la redacción técnica de los puntos neurálgicos y más discutibles, sin perder su autoridad los equipos gubernamentales y sin comprometer su capacidad de decisión. La forma como se ha obrado tan solo ha conseguido amotinar el ambiente y los grupos de presión. Mejor habría sido sondearlo con alternativas específicas viables y probables.
En la sola órbita del IVA, se han lanzado las versiones más contradictorias y perjudiciales para moverse con fortuna y posibilidades de aceptación. Lo mismo en la de gravámenes a la renta, que si algo exigían era reducirlos y racionalizarlos para corregir los daños causados, ante las evidencias de que a sus artífices se les fue la mano.
Abdón Espinosa Valderrama
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