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Que gane el Sí (o el No)

Ese es nuestro nivel: para acabar con el conflicto nos agarramos como perros.

Adolfo Zableh
A ratos quiero que gane el No porque hemos demostrado que no merecemos la paz, aunque las cosas no se merecen ni se desmerecen, solo se consiguen o se pierden. Habernos matado durante doscientos años no significa que hayamos ganado el derecho a vivir en armonía. La convivencia y la comprensión son manifestaciones de sociedades avanzadas, y si gana el No será señal de que no estamos listos para ellas.
Deseamos el Sí o el No con torpeza, a la brava. Hablamos de eso todo el día y en el afán de convencer al otro hemos demostrado inmadurez e intolerancia. Si su respuesta no coincide con la nuestra, la reacción es señalarlo de bruto, de ciego. Es que no debatimos con altura, no oímos a los demás para saber qué tienen que decir sino para tomar la palabra y contradecirlos. Por causa del plebiscito he visto a gente salirse de chats comunales, a amigos insultarse, a familias dividirse. En la mía, donde no nos ponemos de acuerdo ni en si es de día o de noche, hay extremistas de los dos bandos. Le dices a uno del Sí que va a ganar el No y colapsa. De todo esto, hay que decirlo, lo bueno es el fin de los grupos de WhatsApp, que son peores que la misma guerra.
Pero va a ganar el Sí, sobrado. Santos es tan vivo que no habría convocado un plebiscito de no estar seguro de ganarlo. A falta de carisma, le sobra estrategia. Ha soportado los ataques de la oposición e incluso se ha hecho la víctima para salirse con la suya. Pero no es ninguna víctima. En cuestión de días anunció los acuerdos de paz, la captura de Andrés Felipe Arias, y además tumbó a Pretelt y a Ordóñez. Una movida digna del Padrino. ¿Sabe usted lo que hay que tener para volteársele a un tipo como Uribe y luego vencerlo?
Y es alguien como Santos lo que necesita el país ahora. Es diplomático, incluyente, les da juego a varios sectores. Y aunque también es conveniente y arrastra viejas costumbres políticas, me duele decirlo, pero se metió en el rol de hombre de paz, se creyó el cuento y nos lo hizo creer. Su compromiso es grande, no con nosotros, sino con la historia. No puede defraudarla. Uribe también fue necesario en su momento, pero ya es obsoleto. Se está aislando y va a quedar solo, rodeado apenas de sus escuderos más recalcitrantes. Es un guerrerista, y el mundo no necesita más personas que pregonen la guerra.
Pero para llegar a la paz hay que apretar el jopo, como decía mi padre cuando las cosas se ponían difíciles. La semana pasada jugó Colombia y un diario tituló: ‘Unidos por la selección’. Ese es nuestro nivel: para apoyar a un equipo somos una nación, pero para acabar con el conflicto nos agarramos como perros. Nos gustan el fútbol, los festivos, el aguardiente y los realities. Yo los realities no me los pierdo cuando muestran a las participantes bañándose.
Es improbable que Colombia se vuelva como Venezuela y que las Farc se tomen el país. ¿Les van a dar diez curules? Hay tanta rata en el Congreso que unas pocas más no se van a notar. Y aunque a ratos me incline por el No, creo que el camino es este que estamos tomando: desarmar a la guerrilla y luego debilitarla hasta que se disuelva. No solo derrotándola en las urnas, sino en la vida cotidiana. Volver oficinistas a sus miembros hasta que se enfermen del túnel carpiano, ponerlos a pagar impuestos, salud y pensión; que intenten cancelar un contrato en Claro, que pasen cuentas de cobro como independientes y lidien con la EPS. Ellos aún no lo saben, pero el sistema puede doblegar el alma humana más que el monte.
Esta es la última vez que hablo del plebiscito. Estoy agotado, no me pongan más el tema. Que gane el Sí, o el No, me da igual. Redacten la pregunta y hagan con su paz, o su guerra, lo que se les dé la gana.
Adolfo Zableh
Adolfo Zableh
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