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El arte del plagio en la industria musical

Nuevos escándalos de copia ilegal incrementan la sensación de que ya no hay música totalmente nueva.

“¡No nos robamos esto!”, fue el tuit que el DJ Skrillex –uno de los más reputados y creativos de la última década, mentor del llamado ‘dubstep’– publicó el pasado 27 de mayo, cuando internet se volcó a acusarlo a él y al cantante pop Justin Bieber (que exista esta dupla es una idea que aún no deja de sorprender) de haber tomado un fragmento de una canción de la artista independiente Casey Dienel. Todo gira en torno a la canción ‘Sorry’, un éxito radial, pero cuyo título hoy parece premonitorio: “perdón”.
Para los más escépticos, tal vez lo más preocupante de la publicación de Skrillex fue la palabra “esto”... ¿Acaso otros detalles sí fueron robados? Lo que conduce a una reflexión más grande alrededor de la industria musical: ¿Qué tanto de lo que escuchamos en los éxitos de la radio es realmente original? ¿Qué tanta carrera hace aquella sentencia de Picasso, citada luego por Steve Jobs, de que “los buenos artistas copian, los grandes artistas roban”?
De hecho, el plagio ha estado presente en la historia de las artes: “Arte es plagio o revolución”, decía Paul Gauguin; “el plagio siempre ha sido lo más grande en Hollywood”, argumentó Clint Eastwood; “¿qué es la originalidad? plagio no detectado”, reflexionó el escritor inglés William Inge.
Lo paradójico es que esta práctica, entendida como el tomar segmentos de melodías, armonías o grabaciones ya creadas por otros artistas para elaborar nuevas piezas musicales –tipificada legalmente como infracción al derecho de autor–, vendría ya identificada desde los orígenes de la música popular. Para la muestra, un ejemplo que hiere en la sensibilidad absoluta de los melómanos: hace unos meses, el fallo en contra de Led Zeppelin por tomar elementos de canciones de Randy California. Quién puede renunciar hoy a la importancia que tuvo en su momento ‘Stairway to Heaven’.
Pero la discusión también debe ser vista desde el ángulo del artista que reclama sus derechos de autor vulnerados. Esta semana fue noticia el fallo en contra de Kraftwerk, leyenda alemana sobre la que reposa el bien ganado mérito de precursora de la música electrónica, que había emprendido una lucha jurídica porque una de sus piezas había sido utilizada sin permiso en una grabación de ‘hip hop’. El uso de la producción intelectual demanda un crédito y un permiso respectivos. Esta discusión supera incluso lo artístico y salta a lo político, ahora que hasta los Rolling Stones le han reclamado a Donald Trump que no use su música en su campaña presidencial. Sin embargo: ¿Tendrá fin la práctica del plagio, una bomba en medio de la golpeada industria musical?
Casos muy reconocidos de plagio en la música
Paradójicamente, el plagio ha ocurrido entre los artistas más reputados, por lo que el debate gira sobre “¿a quién les pertenecen las melodías que surgen en la mente?”.
El blog ‘Consequence of Sound’ recopiló varios casos: por ejemplo, los protectores de derechos de autor de The Hollies le ganaron el caso a Radiohead porque la canción Creep tenía la melodía de ‘The Air that I Breathe’, de 1972. En consecuencia, los créditos de la canción fueron transformados.
Muy mentado fue el caso de ‘My Sweet Lord’, de George Harrison, de la que un juez determinó que era “virtualmente idéntica” a ‘He’s So Fine’, de The Chiffons. Pese al fallo, los beatlemaniacos lo niegan rotundamente.
Coldplay tendría un lío semejante con Joe Satriani, por ‘Viva la vida frente’ a ‘If I Could Fly’; The Beach Boys, por ‘Surfin U.S.A.’, con Chuck Berry, por ‘Sweet Little Sixteen’; Oasis, por ‘Shakermaker’, con The New Seekers, con ‘I’d Like to Teach the World to Sing’. Y la lista sigue.
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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