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Marcela Carvajal, una mujer sin prejuicios

La actriz de 'Contra el tiempo de RCN' a lo que menos le teme es a los estereotipos sociales.

No cree en los estereotipos y no le gusta que la etiqueten ni ponerles rótulos a los seres humanos. Marcela Carvajal de entrada lo confirma. Proyecta la imagen de una mujer templadita, que habla sin cortapisas y le gusta llamar las cosas por su nombre. Pero ella conoce la serenidad y, como lo deja ver en una amena charla de dos horas, tiene una extraordinaria sensibilidad y suavidad en el trato.
Sentada en el restaurante Masa, acompañada de su viejo amigo el maquillador John Jairo Rangel, esta bogotana vestida con una camisa de cuadros rojos y negros, jean roto y tenis proyecta un halo de rebeldía que cobra fuerza con su melena rubia y alborotada. Su rostro salpicado de pecas y con una mirada verde penetrante puede intimidar de entrada, pero esa sensación se evapora cuando tras cruzar el saludo pospone unos minutos la tarea de hablar de sí misma y, con marcada ternura y tranquilidad, empieza a venderme la idea de hacer una nota sobre el II Festival Nacional de Teatro Carcelario.
“Mira el trabajo que están haciendo estas reclusas. Hoy presentaron Yo soy Antígona, de Victoria Hernández”, lo dice mientras enseña un volante en el que se anuncia la programación de las obras presentadas gracias a la Fundación Teatro Interno, una entidad sin ánimo de lucro que busca dignificar a la población carcelaria y pospenada de Colombia.
“El ganador de esta edición se presentará en el XV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que empieza el 11 de marzo”, continúa. Y John Jairo, que sigue con mucha atención cada una de sus palabras, la secunda: “Esta es una apuesta por la reconciliación y la resocialización dentro y fuera de las cárceles”, apunta.
Marcela, mientras saborea un macchiato con un trozo de croissant con almendras, exalta el poder transformador del teatro y la novedosa iniciativa de un puñado de colegas suyos (liderados por la actriz Johanna Bahamón) de ponerlo al servicio de la transformación personal y la reinserción social de los reclusos.
La actriz bogotana, también psicóloga de profesión, cuenta con entusiasmo cómo este arte libera y mejora la calidad de vida de cualquier persona, incluida ella. Sí, porque las mujeres que elige interpretar en cine, teatro o televisión la llevan a no ser presa de sus emociones, sino a escarbar en estas, a confrontarse y, por qué no, a promover cambios.
Así lo hizo con Ángela Falla, una psicóloga que trabaja en una correccional de menores en la telenovela ¿Por qué diablos? (1999); Alicia Vega, una psicóloga experta en temas de abuso sexual y pedofilia en El laberinto de Alicia (2014), o Alejandra Maldonado, la gerente comercial de un concesionario de autos que por su neurosis era el terror de hombres y mujeres en Hasta que la plata nos separe (2006).
Su fibra social también es reconocida. Marcela Carvajal antepone las necesidades de los demás a las propias. Se comprueba en las causas a las que se suma, como ‘La conversación más grande del mundo’, “una iniciativa del Gobierno que se realiza en varios lugares de Colombia y que busca preparar para la paz a las comunidades que viven en las zonas de conflicto”, explica la actriz, amiga de Unicef y una fiel creyente de que los cambios en una sociedad solo se logran “invirtiendo en educación”.
Y si hay una faceta con la que venció estereotipos es la de mamá. “A los 40 estaba embarazada de Luciana, mi segunda hija”, dice con la seguridad de alguien a quien le gusta romper paradigmas. “Ser madre a esa edad fue una decisión muy consciente, quería estar lo más madura posible tanto intelectual, afectiva y financieramente, porque siempre supe que quería darles a mis hijos tiempo, seguridad y dejarles el camino limpio, porque nuestra historia individual nos pesa y viene desde nuestros antepasados”. Para Marcela, ser consciente de esa historia personal de alguna manera nos hace libres. Y se siente satisfecha de haberlo hecho para sus hijas, Crystal, de 8 años, y Luciana, de 6.
Sus ojos cobran un brillo especial cuando habla de Beto Gaitán, su esposo, del que dice la enamoró, entre muchas cosas, que “es un hombre que no tiene tabúes con la edad. Él es menor, pero nuestra relación no se basa en esos rótulos”.
Y hablando del rey de Roma… Justo en ese momento él la llama al celular. Después de unos minutos de contarse cómo ha sido su día, ella retoma nuestra conversación: “A Beto lo conozco desde que fue compañero de colegio de mi hermano menor, Gustavo Adolfo”. Pero se perdieron de vista cuando él se radicó un tiempo en Estados Unidos. “Regresó a Colombia, nos encontramos y ¡ya!”, remata con cierta timidez cuando se le pregunta por su matrimonio con Gaitán, cofundador y propietario de una famosa cadena de gimnasios en el país.
'Handle With Care' es la película colombonoruega en la que Marcela actúa con Kristoffer Joner, quien participó en 'El Renacido'. Foto: Hernán Puentes.
¿Qué la sedujo de Beto, su esposo?
Su berraquera, que también es lo que más odio (risas), porque a veces se empecina en algo y no hay quien se lo quite de la cabeza. Es un hombre bello, me gusta su disciplina, pero no tanto cuando se levanta un fin de semana muy temprano para salir a trotar… Y me encanta que lucha por lo que quiere.
¿Por qué su relación tampoco se basa en rótulos?
Con Beto hay una sintonía especial. Y si nos dejáramos llevar por los rótulos se podría pensar que por la edad ciertas cosas serían más típicas en él, pero no es así, por ejemplo, yo soy más nocturna y rumbera; él es más tranquilo. Si uno hace esas diferencias conscientes se vuelve un complemento que redunda en beneficio de la relación y de nuestras hijas.
¿Qué es lo más complicado del matrimonio?
Todo es relativo. La rutina puede ser buena o mala, y por eso digo que a veces las cosas que enamoran son las que odias en algún momento.
Usted estuvo casada antes. ¿En un segundo matrimonio se evita cometer los mismos errores?
La idea es aprender de lo que se ha vivido. Yo aprendí cositas, por lo menos en lo que no quería repetir (risas).
Lo pregunto por aquello de repetir patrones en la pareja…
Ellos (Carlos Posada y Beto Gaitán) no se parecen en nada, afortunadamente, y siendo maravillosos los dos.
¿Por qué Una relación pornográfica, una pieza teatral muy sencilla en su montaje, logró confrontarla de una manera particular?
Porque me planteó preguntas que nos hacemos todos, como ¿dónde comienza el amor?, ¿por qué tenemos miedo de enamorarnos y qué tiene que ver eso con la intimidad? En realidad, ¿la intimidad tiene que ver con qué? ¿Si es con lo sexual –preguntaría yo– o si va más allá de esto?
¿Y la intimidad si está estrechamente vinculada con el sexo?
Va más allá de lo sexual. Por eso insisto en que esta obra es para el que quiera enamorarse, para el que se haya preguntado por el amor, para el que nunca ha estado enamorado y para quien lo ha estado.
Esta obra también la cuestionó sobre su empoderamiento sexual...
Sí. Me llama la atención que mi personaje tiene clarísimo qué quiere, qué le gusta y cómo lo quiere. Uno sabe qué no le gusta... y más o menos. Creo que está relacionado con la educación, y la de nosotras, las latinas, es más religiosa respecto al sexo. Esta mujer me cuestionó sobre el miedo de enamorarnos y que no creemos en el amor a largo plazo. Es que pasamos de un extremo al otro: de creer en el príncipe azul, ahora pensamos que eso es pura mierda, y resulta que hay un término medio. Yo quisiera creer que sí existe un término medio.
¿Y cuál es...?
Las relaciones son construcciones, y la madurez es lo que permite construir. La inmadurez destruye y hace que todo pase muy rápido, que si no funciona, lo boto y que todo se vuelva desechable.
Marcela Carvajal participa en la película 'El lamento', dirigida por Juan Camilo Pinzón y en la que su productor, Dago García, debuta en el género del suspenso. Foto: Hernán Puentes.
¿Por qué entramos en ese juego de volver desechable incluso las relaciones de pareja?
Porque las personas les tienen miedo a los problemas, a sufrir, a trabajar por una relación; le temen al compromiso. Vivimos en una cultura que le da más valor a tener, que a ser. El trabajo te da algo que puedes tocar (casa, carro, beca), pero estar feliz con alguien pareciera que no te da nada. Al no ser tangible el amor decimos para qué trabajarle a eso, para qué intentarlo. Y por eso caemos en un estado de enamoramiento y pasamos a otro, y así una y otra vez. Nos atemoriza construir relaciones.
Nos falta asumir los afectos con la misma entrega y compromiso que el trabajo…
Sí. La madurez implica saber si la persona que tengo al frente vale la pena para invertirle tiempo y dedicación. Es que el compromiso afectivo es lo mismo que ir al trabajo: levantarse todos los días, así tenga pereza, pero voy, porque si amo lo que hago sé que tengo que hacerlo. A veces me despierto y cuando miro al lado digo: ‘¡Este es el mismo!’ (risas). Pero si es el hombre que yo he elegido tengo razones claras, así no las vea en ese momento. Obviamente, yo no estoy diciendo que hay que aguantarse una mala relación para ser maduro. El compromiso debe ser mutuo.
¿Y en qué estamos fallando las mujeres?
Nos avergonzamos por buscar placer en una relación sexual. Es como si pensáramos que por sentirlo somos pecadoras o que este es solo para los hombres. Nos falta explorar y hablar con la pareja de eso. Y al hombre también le falta interesarse por el placer femenino. Patrick Delmas, mi compañero en la obra, decía algo interesante: ‘¡Es que a mí nunca una mujer me ha dicho qué le gusta y cómo, y nosotros los hombres no podemos adivinar!’. Y eso que él es francés y tomó un curso con feministas a los 20 años. Y es verdad. Mujeres y hombres somos distintos. Entonces, ¿qué tiene de malo que hablemos de eso?
¿Qué nos falta aprender?
A ponernos en los zapatos de los hombres. Interesarse en qué les gusta y cómo, porque a ellos también les toca duro. Se les enseña que no pueden llorar, que les toca ser fuertes, ¡les toca, les toca…! Qué bueno que les permitan sentir debilidad, pedir auxilio y mostrar su sensibilidad, y que no sea a través del trago. Hoy se permiten ser cariñosos y sensibles cuando están borrachos. Los adolescentes toman licor para poderse abrazar, manifestar sentimientos como tristeza o miedo o exaltar la amistad.
¿Por qué dice que vivimos en una sociedad inmadura que es ‘juventucrática’?
Esta sociedad es tan inmadura porque adora la juventud cuando lo que estamos viendo alrededor del mundo es que las mujeres florecen en sus carreras y en sus vidas a los 40 o 50. El mundo no debe tenerle miedo a la vejez, sino asumirla saludablemente, de forma activa y bella. La ‘juventucracia’ es una concepción de este lado del hemisferio, es muy americana. Siento que del otro lado son mucho más maduros en ese sentido.
¿Cómo ha sentido esa ‘juventucracia’?
Una manera de insultar hoy es: ‘¡Ay, la cucha!’ o ‘¡Miren a la cuchibarbie!’. Si una mujer tiene más de 40 años y usa jeans rotos o una minifalda, entonces es una ‘cuchibarbie’, porque aquí es un insulto tener más de 40. Y me río porque la sociedad cada vez será más longeva por cuenta de la ciencia, entonces no crean que me van a ofender diciéndome ‘cucha’. La vida no se acaba a los 50, ni a los 70 o los 80.
¿Por qué los 40 marcaron su renacer como mujer?
Porque aprendí a amar y aceptar a mi familia tal como es. Es un trabajo que nos toca hacer a todos. Yo lo logré a través de la terapia psicoanalítica.
Desde su experiencia personal, ¿si hay unos nuevos 40?
Los límites de la edad los impone la sociedad. Siempre he estado rodeada de mujeres maravillosas, como mi mamá, Fanny Mikey y mis tías, que me enseñaron a no fijarme esas barreras mentales.
"Una relación pornográfica me cuestionó mi empoderamiento sexual y me planteó preguntas sobre el miedo que tenemos de enamorarnos y construir una relación de pareja".
"Si una mujer tiene más de 40 años y usa jeans rotos o una minifalda entonces es una 'cuchibarbie', porque aquí es un insulto tener más de 40".
FLOR NADYNE MILLÁN M.
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