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Jaime Jaramillo Uribe, el padre de la nueva historia

El historiador antioqueño fue uno de los pioneros de las ciencias sociales en Colombia.

Vivió casi 100 años y hasta hace poco seguía yendo a su oficina de profesor en la Universidad de los Andes. Ya no dictaba clases, pero atendía a los alumnos que lo buscaban para preguntarle sobre temas que podían ir desde la historia hasta la poesía. Algunas tardes se reunía con un grupo de amigos en un café cercano a su casa y allí hablaba de uno de sus temas preferidos y en el que era un verdadero experto: el siglo XIX en Colombia. El domingo pasado, con la misma prudencia con la que vivió, Jaime Jaramillo Uribe murió. Tenía 98 años. (Lea también: Jaime Jaramillo Uribe)
Hay una frase que se repite cuando se habla de él: Jaramillo fue una de las principales figuras de la cultura colombiana en el siglo XX. Es considerado el historiador que más influyó en el desarrollo de esta disciplina en el país y el formador de una generación que siguió sus pasos. El historiador Jorge Orlando Melo, su alumno y amigo, lo describe:
“Jaime Jaramillo Uribe, en vez de empeñarse en cambiar el país, en hacer la revolución, en sacudir las estructuras fundamentales de Colombia, le cambió el pasado. Fue una transformación dramática y brutal: mientras que la historia colombiana, hasta hace medio siglo, era un relato de heroicos descubridores y valientes militares, de presidentes esforzados, de brillantes constituciones y de dirigentes empeñados en mejorar la condición de sus compatriotas, esa historia, cuando se enseña hoy a los niños o a los estudiantes universitarios, es una historia de conflictos sociales, de esclavos e indios, de ideas políticas, de estilos de familia, de modos de vida cotidiana, de cambios en la ropa, las comidas y las formas de rezar, de artesanos, obreros y empresarios...”. (Vea aquí: Murió el historiador Jaime Jaramillo Uribe)
Jaramillo modificó la forma de mirar el pasado, de entenderlo. Y eso tiene un peso fundamental.
***
En una carta escrita en 1926, su papá, Teodoro Jaramillo, hablaba de sus hijos y decía: “Jaime, que es el último, es, sin duda, el más inteligente de todos. Oírlo raciocinar y referir sus historias es para causar admiración a cualquiera”. En ese momento Jaime Jaramillo tenía 9 años y la familia ya había dejado Abejorral (Antioquia), donde nació, en 1917, y llegado a Quindío en busca de mejores horizontes. Viajaron don Teodoro, doña Genoveva –su mamá– y los diez hijos de la pareja. Pasaron antes por algunas poblaciones hasta radicarse en Pereira. Allá, su papá se empleó como secretario del Juzgado del Circuito, gracias a sus conocimientos de las leyes. Jaime entró al colegio de la Señorita Echeverry –así se le conocía– y luego hizo su primaria en la escuela oficial. Cuando empezó el bachillerato en el Instituto Claret, que era administrado por los curas de la ciudad, Jaramillo decidió convertirse en el monaguillo de la iglesia principal. “Ese oficio no lo busqué por religiosidad, sino por sentido práctico: me pagaban dos o tres pesos al mes. Con eso pagué mis tres primeros años de colegio”, dijo en una entrevista con el historiador Bernardo Tovar Zambrano, autor de El pasado como oficio, un texto sobre la trayectoria de Jaramillo.
Retrato de Jaime Jaramillo Uribe hecho en 1983 por su hijo, el pintor Lorenzo Jaramillo, ya fallecido. / Foto: Archivo particular.
El adolescente era, entonces, un monaguillo juicioso, un buen estudiante, un gran lector –hábito que heredó de su papá– y un nadador frecuente en el río Otún. Pero llegaron tiempos difíciles, tras la muerte temprana de don Teodoro y poco después de doña Genoveva. Jaime Jaramillo debió suspender su bachillerato y buscar trabajo. Se empleó como secretario en un consultorio médico (de ahí pudo venir, según decía, su primera vocación por la medicina, que se vio opacada muy pronto por las ciencias sociales); fue vendedor en un almacén de ropa y, después, en una tienda de abarrotes. A todos estos sitios llegaba con sus libros bajo el brazo, porque su deseo era volver a las clases y ser bachiller. “Me sentaba detrás de unos bultos de harina, sacaba unos libros y me ponía a repasar. Eso me permitió habilitar por lo menos un año cuando reanudé mis estudios”, le contó también a Tovar Zambrano.
Jaramillo no solo leía libros de texto, sino novelas, historia, poesía, revistas y periódicos. Esta afición por la lectura lo llevó a querer escribir y, de hecho, hizo crónicas y columnas de opinión en El Diario, un periódico local. La escritura, años después, iba a resultar clave en su profesión. Sus libros no solo se caracterizan por la rigurosidad en la investigación y en el método, sino por su calidad narrativa.
Cuando estaba a punto de cumplir 20 años, Jaime Jaramillo dejó Pereira y viajó a Bogotá. Quería seguir sus estudios y pensó que había más opciones en la capital. Entró a terminar su bachillerato en la Escuela Normal Central, que era como la hermana pequeña de la Escuela Normal Superior, dirigida por José Francisco Socarrás. Con su título de bachiller, vino la decisión de qué carrera seguir. En su cabeza estaban la medicina, la ingeniería y el derecho, pero al final optó por seguir sus estudios en la Normal Superior, no solo porque Socarrás lo convenció de que la enseñanza era “la profesión del porvenir”, sino porque le ofreció una beca. “A mí, que tenía que trabajar para estudiar –contó Jaramillo–, me llamó la atención la exposición de Socarrás y sobre todo, la cuestión de la beca”.
En 1941, recibió el título de Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas de la Escuela Normal Superior y casi de inmediato se vinculó a la institución como director de prácticas de geografía e historia y profesor de sociología. Pasaba entre seis y ocho horas al día preparando las clases. Al mismo tiempo, entró a estudiar derecho en la Universidad Libre, donde se graduó con la tesis titulada Censo industrial de Colombia. El derecho fue una formación que le resultó muy útil para su trabajo como historiador, tanto que solía recomendarlo para quien quisiera dedicarse a esta disciplina. “El historiador tiene que ser jurista, conocer el Estado y sus funciones”, dijo en una entrevista con los sociólogos Martha Herrera y Carlos Low.
La Escuela Normal Superior, en el momento en que Jaramillo estudiaba, reunía a intelectuales y científicos de mucho peso, varios de ellos extranjeros (franceses y españoles, en especial, que venían alejándose de las guerras), y era un espacio donde se debatían las corrientes políticas e ideológicas que en ese momento se desarrollaban en el mundo. Durante esa etapa, Jaramillo se acercó a la literatura socialista y al marxismo, que lo desilusionó poco después. (Vea: Que sea un motivo)
A mediados de la década de los 40, Jaime Jaramillo vivió uno de los periodos que más lo marcaron profesionalmente: su tiempo de estudio en La Sorbona, en París, gracias a una beca. Fueron tres años durante los cuales se especializó en sociología e historia y entró en contacto con las corrientes historiográficas contemporáneas, como la desarrollada por Ernest Labrousse, uno de los miembros de la Escuela de los Annales, fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch.
Además, aprovechó para profundizar en la obra de expertos historiadores que influenciaron su trabajo posterior, como la de Henri Pirenne. Fue una época fundamental que Jaime Jaramillo definió así, en su entrevista con Tovar Zambrano: “Los cursos y la experiencia que tuve en Francia fueron quizá lo más importante de mi proceso y de las coyunturas de mi carrera”.
Y explicó luego cómo de ahí vino la decisión de dedicarse exclusivamente a la historia y “hacer un intento de investigación más o menos original desde el punto de vista metodológico en el campo de la historia colombiana”.
Lo que siguió a su regreso al país fue una vida dedicada a la historia y la academia. Jaime Jaramillo Uribe se vinculó a la Universidad Nacional como profesor de historia de Colombia y de filosofía de la historia en la facultad de filosofía. Años después, creó la carrera de historia en esa misma universidad. Allá tuvo como alumnos al grupo de historiadores que, gracias a su ejemplo, iba a comenzar a trabajar en la renovación de esa disciplina. “Una de sus cualidades era que no solo enseñaba las bondades del oficio, sino que además las hacía”, dice el sociólogo Gonzalo Cataño, que hace poco realizó la compilación de la obra de Jaramillo. En efecto, mientras él impartía cátedra, investigaba y escribía libros que iban a convertirse en textos fundamentales para entender la historia colombiana. Entre ellos, El pensamiento colombiano en el siglo XIX –para muchos, su obra maestra–, La personalidad histórica de Colombia, Historia de la pedagogía como historia de la cultura, Manual de historia de Colombia (coautoría) y Ensayos sobre historia social. En 1963, Jaramillo fundó el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura que, según expertos, como Jorge Orlando Melo, sigue siendo la publicación más importante de esta disciplina en el país.
Con él se acabó el cuento
“Bajo su orientación, la práctica de la historia debía basarse en una amplia utilización de archivos originales, apoyarse en una conceptualización rigurosa, buscar explicaciones e interpretaciones que fueran sustentables científicamente”, agrega Melo. Mejor dicho: con él se acabó el cuento. “Jaramillo se diferenciaba de otros historiadores porque tenía una cultura general mucho más asimilada –opina Cataño–. Él le sumaba a la historia sus conocimientos en sociología, en economía, en filosofía. Esto le sirvió para hacer una historia científica en la que vinculaba conceptos como los de cambio social y de ideología. De esa manera fue separando la historia de algo meramente narrativo, que era lo que hasta entonces imperaba”.
Escepticismo. Aversión al dogmatismo. Solidez en la argumentación. Amplia documentación. Tolerancia académica. Expresión clara y precisa. Esas son algunas de las características de su obra. “A Jaramillo, con todas las letras, se le puede aplicar el nombre de maestro –dice el historiador Álvaro Tirado Mejía–. Fue maestro en diferentes sentidos: por un lado, formó una generación de historiadores que interpretó la historia de Colombia no en forma tradicional, sino incorporando en su visión otras ciencias sociales para dar una visión más amplia. Fue maestro, también, porque ejerció la cátedra prácticamente durante toda su vida. Y porque, a pesar de que muchos no fuimos sus discípulos directos, obtuvimos sus enseñanzas por medio de sus libros, que marcan un hito en la interpretación de la historia de Colombia”.
Al salir de la Universidad Nacional, en 1970, Jaramillo se vinculó a la Universidad de los Andes, donde estuvo hasta casi el final de su vida. Interrumpió por muy poco tiempo su vida de profesor para cumplir tareas como la de embajador de Colombia en Alemania, entre 1977 y 1979. Casado con la antropóloga Yolanda Mora (se conocieron en los años de la Escuela Normal), tuvo dos hijos que resultaron grandes artistas: Lorenzo Jaramillo, el talentoso pintor que falleció en 1992, y Rosario Jaramillo, actriz y maestra de voz escénica.
Jaramillo fue profesor visitante en las universidades de Hamburgo y de Oxford, entre otras, y recibió la Gran Cruz de Boyacá y doctorados honoris causa en varias instituciones. Sin embargo, vestido con su traje de paño y con sus patillas largas y blancas, tuvo siempre la prudencia de los sabios. “Era un caballero a carta cabal. Un hombre progresista sin excesos –agrega Tirado Mejía–. De convicciones firmes, pero de una gran tolerancia para entender posiciones diferentes a las suyas”.
Los últimos años los vivió en su casa, rodeado del cariño de su familia, de sus libros, de los periódicos del día y de poemas de amor.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Redacción EL TIEMPO
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