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La vida de Nereo López en tres tiempos

Jaime Abello realizó la última entrevista del célebre fotógrafo, para el libro 'Nereo. Saber ver'.

JAIME ABELLO BANFI
Primera estación: Nueva York, otoño veraniego, 2014
Nereo López Meza vive en Harlem, en su estudio de fotógrafo con alcoba y cocina. Pequeño, pero cómodo y funcional, el apartamento está repleto de revistas, álbumes, sobres y cajas de archivo. Su computador de escritorio, de pantalla muy grande, es a la vez un centro de comunicaciones y un taller de visualización y edición de imágenes. “Vivo solo pero no siento soledad”. Al cumplir sus 94 años, que celebra el día de nuestro encuentro con el brindis de un solo trago de buen ron, Nereo está recibiendo a través de las redes sociales y el correo electrónico los mensajes de felicitación de admiradores y amigos de todas las edades y de varias partes del mundo. Fernando, el puertorriqueño que se ocupa de atenderlo por encargo de la seguridad social, se despide de él con cariño: “Maestro, que tenga un feliz cumpleaños, pero no solo hoy, sino quinientos más”.
En la pared está colgada la imagen de una embarcación. “Esa foto es del costillar de una canoa grande, hundida. La tomé en Santa Marta en 1953”, recuerda con precisión y advierte que está destinada a uno de los varios proyectos que está preparando. Este se llama Una canoa para la vida. Desde siempre los medios de transporte le han interesado como tema para sus reportajes y ensayos fotográficos: “De submarino hasta burro. Caballo, tren, barco, avión, helicóptero, lo que sea. En lo único en que no me he montado es en un cohete”.
Esta imagen hizo parte de uno de sus últimos libros, ‘Nereo López, un contador de historias’, de La Silueta Ediciones.
Nereo habla rápidamente, con picardía incesante. Sonríe al describir otros proyectos, como Visions from my knees (Visiones desde mis rodillas), que consiste en capturar imágenes furtivas de otros pasajeros desde su silla en el subway, disimulando con su apariencia de abuelito inofensivo los disparos de una cámara sostenida discretamente a la altura de las rodillas. Otra serie tiene como tema una sola línea del tren, bajándose en cada estación. No le importa si se venden, se trata de hacer lo que le gusta.
Explica: “Después de mi etapa de fotoperiodista, he vuelto a ser un aficionado. De cualquier cosa trato de hacer una historia”. Ahora toma fotos emocionalmente y celebra que no haya que cuidar el costo del material o el procesado. “La digitalización le permite al fotógrafo crear, porque no se requiere revelar, hay menos limitaciones técnicas o económicas”.
No habla inglés, pero se considera un buen lector de imágenes. Frecuenta las exposiciones y está suscrito a muchas revistas femeninas, solo para ver las fotos: Glamour, Vogue, Allure y muchas más. “Me interesa cómo hacen las buenas fotografías. En cada foto estudio la iluminación, el ángulo, la composición. A las personas que se acercan a mí, que son muchas, les recomiendo que compren revistas y estudien. No acabo de estudiar, aunque la verdad es que ya me siento cansado”, confiesa. “Hoy día cualquiera alza un teléfono y hace un documento, pero no una buena fotografía. Porque la fotografía, como la literatura, tiene sus normas, sus reglas. Todo el mundo puede coger un lápiz y escribir, porque el alfabeto y las letras son los mismos, pero no todo el mundo puede armar buenos textos. Si no, no existirían los buenos escritores, ni los buenos pintores, o los buenos fotógrafos, entre ellos Nereo”. Muchas veces se refiere a sí mismo en tercera persona: “No hay fotografía de Nereo mal compuesta”, afirma con seguridad. De lo poco que se le olvida, dice “ya me acordaré”, y salta a otro tema.
Además de fotografías artísticas, López registró momentos de la realidad social colombiana.
A Nereo le gusta viajar y sale a recorrer el mundo cada vez que puede. Siempre quiso vivir en grandes ciudades como París, Madrid o Nueva York. Aquí decidió radicarse, a sus 80 años de edad, cuando buscaba nuevos rumbos para superar una mala racha que atravesaba en Bogotá. Recorrió más de cien galerías de fotografía, comparó su obra con la de muchos colegas y concluyó que podía quedarse en Nueva York, porque estaba entre los buenos, porque se atrevía a experimentar, porque estaba dispuesto a emprender nuevos proyectos. “Nereo sabe ver”, dice sin petulancia. “Saber ver es ser sensible. Yo siento la fotografía y siento a la gente. No solamente aprendí a ver, sino que veo en función de lo que voy a hacer. Y me cuido en cada momento de que toda foto de Nereo tenga un toque humano”.
Se siente agradecido con los Estados Unidos, país que lo acogió primero como inmigrante octogenario, luego como beneficiario de ayudas sociales y más recientemente como ciudadano. Afirma que uno de los grandes aciertos de su vida es haberse establecido en Nueva York. A veces, especialmente en invierno, le da un ataque de depresión o de aburrimiento, pero recapacita. “Pendejo, estás en Nueva York, el corazón del mundo”, se reclama a sí mismo y sale a la calle. “Cada vez que puedo voy al Lincoln Center”, cuenta. “No a la localidad más cara, en platea, porque el ballet es para verlo desde un sitio de altura intermedia: balcones o palcos”. Una de sus aspiraciones en la vida fue ser bailarín, o mejor, coreógrafo. “Por eso soy aficionado al ballet. Para estudiar la coreografía, esas formas que el conjunto de bailarines hace en el escenario con una disciplina de ensayos y dirección artística, que es más que la mera sincronización. En mi fotografía eso es la composición”.
Segunda estación: Barranquilla, primavera tropical, 2015
Miles de bailarines populares avanzan sincrónicamente al son de la cumbia y los ritmos del Caribe en la noche de Guacherna. Nereo ha vuelto una vez más al carnaval y observa gozoso el desfile de danzantes desde el palco de las autoridades e invitados especiales. Está feliz de haber escapado al invierno.
Ese mismo fin de semana recibe tratamiento de huésped ilustre, imparte una charla pública que fascina y hace desternillar de la risa a sus colegas más jóvenes, parrandea y se le mide al suculento sancocho de guandú con hueso de vaca que le había pedido a su amigo Charlie para “cuando estemos en el más allá”. Un sorbito de ron por acá, otro por allá, siempre con su buen humor y coquetería a flor de piel, y la cámara fotográfica lista para la acción. Al tercer día de estar dedicado al precarnaval, el viejo Nereo casi colapsa de cansancio, pero a la postre se recupera, burlándose de sí mismo: “soy un blanco con sangre de negro costeño”.
López acompañó con su cámara a su amigo Gabo a recibir el Nobel, en Suecia, en 1982.
Este cartagenero de nombre sonoro, “que me sirvió profesionalmente”, es un autodidacta. Tuvo su primer acercamiento a la imagen como operador, taquillero y administrador estrella de teatros de barrio en esta ciudad, a la que llegó muy joven para buscar trabajo. Cuando era proyeccionista ensayaba todos los días dos películas y le daba su concepto al gerente. En otra etapa le correspondió distribuir a las agencias de Cine Colombia de todo el país los carteles, fotos promocionales y copias de las películas que entraban por el puerto. En Barranquilla vio muchísimas películas y se enamoró de la imagen. Antes de tener por primera vez una cámara en sus manos, “Nereo soñaba con ser fotógrafo de cine, buscaba en los créditos quiénes eran los fotógrafos y era admirador de las películas de Errol Flynn”, recuerda sobre sí mismo.
Nereo ama el Magdalena. Viaje a la nostalgia es la serie que sesenta años después continúa preparando sobre el viaje fluvial de La Dorada a Barranquilla. Su primer ensayo fotográfico tuvo como tema la gente del río en Barrancabermeja, impulsado por su buen amigo de los años mozos en Cartagena, el escritor Manuel Zapata Olivella. “El negro me dijo: ‘Coño, qué fotos tan buenas; ¡pero si estás sobre una mina!’ ”.
Temeroso de la violencia, regresó a Barranquilla a fines de los años cuarenta e inició una nueva etapa de su vida como corresponsal gráfico del diario El Espectador. Con orgullo afirma que desde entonces ha sido un freelancer, un trabajador independiente que obtuvo sus ingresos por los reportajes, servicios o fotos vendidas, excepto en el periodo que estuvo empleado como jefe de fotografía de Cromos.
En esta ciudad alternó exitosamente el fotoperiodismo con retratos de encargo, tomó y publicó memorables imágenes de los carnavales y de los esplendores urbanos de la Puerta de Oro de Colombia, y se juntó con la vanguardia intelectual.
Manuel Zapata Olivella, su amigo.
En su visita de precarnaval a Barranquilla no ha dejado descansar la cámara. “Nereo no puede estar quieto”, asegura. “Si algo me llama la atención, sé que voy a hacer posteriormente con esa fotografía. Tomo las fotos y luego las edito como si fueran una película. Es cuestión de entrenamiento periodístico, en el reportaje gráfico”. Y advierte: “No me considero un artista, soy un buen reportero gráfico, consciente de la parte estética. Rara la foto de Nereo que no está bien equilibrada”.
Tercera estación: Bogotá, invierno del altiplano, 2015
En Bogotá está la segunda casa de Nereo. Desde el apartamento de la avenida Jiménez con magnífica vista hacia el cerro de Monserrate, donde visita a su hija y su nieta, ambas de nombre Lisa, Nereo rememora con nostalgia los años en que recorrió todas las regiones de Colombia y visitó otros países como corresponsal de la revista brasilera O Cruzeiro, empezando en 1959. Este era el único país en que el corresponsal no era redactor, sino fotógrafo: “Yo era el que escogía a los escritores. Me pagaban bien...”.
De su larga vida profesional ha quedado uno de los más extensos y completos acervos fotográficos que existen en el país. Todavía guarda miles de imágenes y documentos en su estudio neoyorquino. “Dicen que el signo virgo es organizado, y es verdad, lo soy. No resisto el desorden. Nueva York es dinámica pero agobiante. Me la paso ordenando mis archivos”.
Nereo añora también sus aventuras amorosas. “Últimamente siento que me están pasando los años. Sigo siendo un viejo coqueto, pero empiezo a darme cuenta de que estoy en el ocaso. Para mí lo importante no es el sexo, sino satisfacer a la mujer, que ella me disfrute y que yo la disfrute. Una buena comida, un coctel a base de ron y un bolerito bailado”, dice riendo. “Le coqueteo a todas las mujeres de mi edificio en Nueva York que hablan español. Es que ser serio no es andar con la cara arrugada. Ser serio es cumplir”, aclara.
Nereo es un optimista sin remedio. “Sé que estoy viejo y lo asumo, pero lo que no resisto es que me traten mal. Aprendí a no guardar rencor, pero también aprendí a no olvidar”. Y añade: “No acepto nada negativo. Algo que detesto de nuestro querido país es el ‘no se puede’. Trato de no usar la palabra no. La negatividad me molesta. Los peros me desesperan”.
Terminado este libro sueña con publicar La Nereoteca, una colección dedicada a sus temas, con libros breves de 50 a 70 imágenes cada uno: “La selva grita, El amor es un número par, Viaje a la nostalgia, Una canoa para la vida, El silencio de la soledad... Y tengo más proyectos”.
“Es que yo no me voy a morir, ni para el carajo”.
* Esta entrevista de Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, cierra el libro ‘Nereo. Saber ver’, producido por Editorial Maremágnum para la firma Surtigas, con dirección editorial de José Antonio Carbonell y Cristina López. El libro de 356 páginas tiene 412 de las mejores fotos de Nereo López y será presentado en septiembre por el empresario Antonio Celia Martínez-Aparicio.
JAIME ABELLO BANFI
Especial para EL TIEMPO
JAIME ABELLO BANFI
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