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'El teatro siempre está en crisis'

En Día Mundial del Teatro, MinCultura rinde homenaje a Ricardo Camacho, director del Teatro Libre.

Un vozarrón grave y recio, unas órdenes claras y elocuentes y una cultura teatral abundante.
Con ese estilo, Ricardo Camacho ha dictado por más de cuatro décadas el rumbo del Teatro Libre de Bogotá y por eso este viernes recibirá un homenaje por parte del Ministerio de Cultura como parte de la celebración del Día Internacional de Teatro (Lea también: Palabras de Gustavo Angarita en el Día Mundial del Teatro).
Pero Camacho no ve este reconocimiento como un premio individual sino como la validación del trabajo de un grupo que nació en 1973, cuando varios estudiantes de la Universidad de los Andes, pertenecientes al Moir, partido de izquierda maoísta, empezaron a consolidar este templo escénico dedicado al teatro de autor.
¿Qué significa para usted este homenaje?
Yo asumí esto de una manera muy concreta y es que es un homenaje al Teatro Libre. Yo he sido un hombre de grupo toda mi vida, desde que comencé a hacer teatro y esto es una cosa que hemos hecho aquí entre todos, yo soy un soldado más. Hay una cantidad de gente que ha pasado por el Libre, gente que muchos no conocen, desde los técnicos, las aseadoras, los mensajeros, los contabilistas, los de administración, para no hablar de los actores y los diseñadores. Entiendo que esto es un pretexto para reivindicar el teatro de grupo, o su concepto, que es algo que está muy devaluado hoy. Cuando yo comencé a hacer teatro aquí solo había grupos.
Era esa época en la que se comenzó a modernizar el teatro colombiano...
Era en los años 70. A finales de los 80, eso estalló en mil pedazos y la gran mayoría de los grupos se acabaron. Muchos estaban unidos no solo por ideales artísticos y estéticos sino por una visión política, porque se pensaba que el teatro podía ayudar a la transformación revolucionaria de la sociedad.
Cuando se cayeron el muro de Berlín, la Unión Soviética y el comunismo, pues entonces por ahí derecho empezaron a derrumbarse las ilusiones y se entronizó el pragmatismo...
Si uno mira la historia del teatro, los momentos más importantes han estado ligados a grupos: el de Shakespeare, el del Teatro Arte de Moscú, el Piccolo Teatro de Milán, el Teatro Laboratorio de Grotowski, el de Bertolt Brecht. Es decir, grupos estables donde los actores pueden experimentar durante años sin la cortapisa comercial del tiempo, de las limitaciones presupuestales, sin la necesidad de producir un éxito, etcétera.
¿Cómo está el Teatro Libre?
Yo no sé quién es el que dice, creo que es Peter Brook, que la razón de ser del teatro es la crisis. El teatro siempre está en crisis. Aquí hay una primera crisis que es el problema de la supervivencia, el problema económico. Tengo que reconocer que hay un esfuerzo enorme tanto del Ministerio de Cultura como de la Secretaría de Cultura del Distrito por aumentar los presupuestos y el subsidio estatal a las artes.
Creo que se ha avanzado bastante en eso, pero de todas maneras lo que es claro es que el teatro nunca puede recuperar por la taquilla la inversión, eso es obvio, son verdades incontrovertibles, a no ser el teatro comercial, que no tiene que sostener un aparato.
La segunda crisis es la creativa, nosotros siempre vivimos interrogándonos: ¿qué hacemos para no repetirnos? Si uno está seguro de lo que está haciendo, si uno tiene un camino ya trazado, claro, mejor dedíquese a otra cosa. Nosotros vivimos aquí en medio de la incertidumbre y de la crisis, el día que eso se acabe se acaba el sentido de ser de todo esto, se vuelve una institución que reproduce, reproduce y reproduce. Eso ya no nos interesa.
El grupo tiene nombres bases, como usted, Jorge Plata y Héctor Bayona, pero también hay un recambio generacional.
Eso es esencial para nosotros, y siempre ha sido así. Internamente, en el Teatro Libre estamos diciendo que tenemos que pensar muy seriamente en una generación de recambio que empiece a asumir esto con sus propias ideas, y hay un montón de gente que se está metiendo.
Nosotros nunca hemos sido un grupo cerrado, desde los comienzos hemos invitado a gente de afuera, gente de televisión, por ejemplo a Consuelo Luzardo, y actores jóvenes que hacen su pasantía en el teatro. Es clave que haya una infusión de sangre nueva permanente, gente que venga y lo desafíe a uno, lo controvierta, lo confronte.
¿Cuál es su visión del teatro colombiano?
Yo creo que, como todo lo nuestro, el teatro colombiano tiene muchas deformidades y contradicciones. El teatro en países como Uruguay tuvo la fortuna de que desde el comienzo arrancó con unas raíces clásicas, traídas por los europeos. De ahí pudo empezar a encontrar su lenguaje propio. Aquí pasamos del costumbrismo a la vanguardia. El experimento más importante en Colombia era el del TEC (Teatro Experimental de Cali) en los años 60, porque quería construir un teatro nacional que alternara el repertorio clásico con creaciones colombianas pero con el concepto de teatro nacional. Pero eso tuvo una vida muy breve.
El teatro colombiano tiene una cosa buena y una mala. Lo bueno es que es muy variado, hay de todo, desde el performance más osado al estilo de lo que hacen en París o en Nueva York, hasta Entretelones. Pero eso no tiene una raíz, ese para mí es el problema más grave, y eso solo se logra cuando usted tiene una compañía nacional de teatro, donde se puedan ver los clásicos con todas las de la ley. Mientras ese tronco no esté yo no sé ese eclecticismo hacia donde nos lleve. Hay mucho talento por ahí, pero está desperdigado.
El mundo celebra el teatro
En la celebración del Día Mundial del Teatro, una jornada impulsada por la Unesco, el Teatro Libre hará una función especial de ‘Crimen y castigo’, adaptación de la novela de Fiódor Dostoyevski dirigida por Ricardo Camacho.
La pieza se presentará este viernes, a las 7:30 p. m., en el Teatro Libre del Centro (calle 12B n.° 2-44). Habrá entrada libre y la presentación también se podrá ver por ‘streaming’ en teatroycirco.mincultura.gov.co. En ese sitio web también se puede consultar la programación nacional.
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