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Nuestro papel en la vía / Voy y vuelvo

Racha de accidentes fatales invita a reflexionar sobre el papel que jugamos en el espacio público.

ERNESTO CORTÉS FIERRO
Desde hace ya varios años, y tal vez por efectos de mi propio oficio, el drama que se desprende de las tragedias ajenas me preocupa tanto como si fueran propias. En especial lo que atañe al maltrato o violencia sin límite que se ejerce contra niños; la indefensión de los dueños de pequeños locales comerciales que son asaltados sin piedad varias veces al mes o, como sucedió recientemente, la tristeza infinita que producen los accidentes de tránsito con su reguero de víctimas.
No han sido nada halagadoras estas últimas semanas. Un hombre murió atropellado por un borracho en Fontibón, una mujer resultó gravemente herida al estrellarse en su motocicleta; un joven de solo 20 años fue asesinado en Bosa a manos de un sujeto que, al parecer, vivía en el mismo barrio.
Todavía estábamos conmovidos con la historia de los jóvenes de Ciudad Bolívar que se accidentaron en la vía Bogotá-Fusa (donde murió una niña y dos más perdieron parte de sus extremidades), cuando otro hecho trágico volvió a enlutar a humildes familias. Hablo del choque violento entre dos vehículos ocurrido en la madrugada del pasado martes en la autopista Norte con calle 134. Cuatro personas perdieron la vida.
Según cifras oficiales, entre enero y octubre de este año han fallecido 49 ciclistas, 8 conductores, 110 motociclistas y 266 peatones.
¿Qué nos está pasando?, ¿por qué esta racha?, ¿es solo responsabilidad de los involucrados?, ¿pudimos haber hecho algo los demás para evitarlo? No concibo una celebración navideña feliz a sabiendas de que decenas de hogares estarán pasando la más triste de sus vidas. Incluyendo el hogar de otras víctimas: las de la avioneta que cayó en Mariquita (Tolima) y dejó como saldo diez personas muertas.
Aquí nos la pasamos hablando de trancones, de inmovilidad, de muchos carros, de muchas motos, de muchos ciclistas. Y, sin embargo, la gente muere por todo lo contrario: exceso de velocidad e imprudencia. No de otra forma se explica semejante panorama. Seguimos sin dimensionar –y me incluyo– el riesgo que tomamos todos los días cuando decidimos estar al frente del volante de un carro, una cicla o una moto. Cuando no es la intolerancia la que nos mata, es el exceso de confianza, el querer ser más vivos que el otro, una falla mecánica o la falta de solidaridad.
Con esto último –la falta de solidaridad– me refiero al papel que deberíamos cumplir todos como corresponsables de la movilidad. Un conductor borracho generalmente ha estado con alguien antes de manejar, un amigo, un familiar, un conocido; un ciclista sabe de sobra cuál es el grado de vulnerabilidad que tiene en la vía; un conductor responsable entiende en qué condiciones está su carro; todos conocemos historias trágicas por manejar mientras se habla o se mira el celular… A lo que voy es a que nosotros mismos podríamos evitar tragedias como la de la 134 u otras tantas si solamente atendiéramos a ese ‘Pepe Grillo’ que llevamos dentro y que nos advierte del peligro en la calle. Pero no.
No basta con persignarnos cada mañana o desearnos buena suerte antes de salir de casa a disputarnos un espacio en la calle. Ser precavidos y entender que estar en un espacio público, bien como conductor o como peatón, implica tener todos los sentidos puestos en la vía y también en la vida. Ojalá lo tengamos presente particularmente estos días de fiesta, cuando, curiosamente, pareciera entrarnos un afán desmedido por hacer todo más rápido, a las carreras, sin medir las consecuencias.
Desde este espacio, un abrazo solidario a la familia Ávila Lindo por tan lamentable tragedia que embarga a toda la familia.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
@ernestocortes28
ERNESTO CORTÉS FIERRO
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