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La rebelión silenciosa que resucitó a Islandia de la crisis

Con cacerolazos, la población de esta isla volcánica hizo frente al desplome de su economía.

Para buena parte de los colombianos Islandia es una isla gélida y sombría, metida entre glaciales y volcanes, en un extremo del noroeste de Europa. Cuna de la cantante Björk y de la primera presidente lesbiana del mundo, Jóhanna Sigurdardóttir. Culpable del cierre del espacio aéreo europeo en 2010 por la erupción del volcán Eyjafjallajökull. Distante, lejana, desdeñada.
Sin embargo, en octubre de 2008 el país sufrió una de las recesiones más severas registradas en los países desarrollados. Tres bancos que representaban el 85 por ciento del sistema bancario colapsaron en menos de una semana. La bolsa de valores cayó en una noche. El resto del sistema bancario se desmoronó sucesivamente, la gente perdió sus ahorros y como las piezas de un dominó, la economía islandesa se vino abajo.
Lo sorprendente es que, cinco años después, mientras España y Grecia (que sufrieron crisis paralelas) enfrentan cifras de desempleo superiores al 25 por ciento, en Islandia solo el 4 por ciento de la fuerza laboral está sin trabajo, y según anunció la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, se espera que las finanzas crezcan en un 2,7 por ciento al terminar este año.
Es sabido que el milagro islandés se debe en buena parte a que la población apenas supera los 300.000 habitantes y a que el país dio cárcel a los responsables del desplome de los bancos, no rescató a las entidades financieras y evitó que las deudas privadas de estas instituciones se hicieran públicas, pero la respuesta del pueblo al temblor parece estar en la médula de la resurrección que experimentó esta pequeña isla volcánica que pocos recuerdan.
Un país en erupción
Transcurrían los últimos meses del 2008. Gudfinna, una islandesa de 58 años, acababa de ser despedida del banco en el que era gerente. Recorte de personal, le dijeron.
Al desempleo se sumaba el aumento en el precio de sus víveres y del alquiler de su vivienda. Todo se encareció y su partido de corte conservador, que la hacía sentir como parte de una élite, perdió toda la credibilidad cuando al gobierno de entonces le atribuyeron parte de la culpa de la crisis.
Gudfinna terminó de exasperarse cuando su hija Maja, toda una profesional, tuvo que comenzar a trabajar en un supermercado, y sin más opción, la mujer ahogó el ego y la quiebra en el vodka.
La historia de esta islandesa reflejó para Isold Uggadottir, escritora y directora de cine, lo que acontecía en su país. Por eso creó el personaje de Gudfinna (cuyo drama podía ser el de muchas islandesas) y produjo Revolution Reykjavik, un cortometraje de 20 minutos que le mostró al mundo cuán vulnerable hizo la ruina a su isla.
Esta mujer de 58 años, desempleada y alcohólica, representa el drama de las islandesas afectadas por el colapso económico del 2008.
La misma Isold todavía recuerda el desalentador discurso del primer ministro de entonces, Geir Haarde, que concluía pidiéndole a Dios una bendición para Islandia, “patadas de ahogado” para una nación que aunque figura como protestante en el papel, rara vez asiste a la iglesia y se autoproclama atea.
Recuerda también las reacciones de sus amigos, que compara con las de un trauma: del choque pasaron a la negación; de la negación, a la ira; de la ira, a la culpa; de la culpa, al dolor; del dolor, al miedo, y del miedo, finalmente, a la resignación.
Thorvaldur Gylfason, referente de la investigación económica en Islandia, consultado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, explica que la crisis económica que azotó a su país ocurrió por incapacidad de los bancos islandeses de sostenerse. “La banca venía creciendo demasiado rápido, más de lo debido, y de manera sospechosa”, afirma.
Los bancos islandeses habían dejado de ser regulados por el gobierno en 2001, y desde entonces el país entró en un crecimiento económico sorprendente. Perdieron el interés por la economía más tradicional basada en el ganado y la pesca y se lanzaron a la conquista de los mercados internacionales, al punto en que presumían ser dueños de media Dinamarca, el país que un día los había dominado y del que solo lograron independizarse hasta 1944.
Según Gylfason, la crisis de Islandia tenía poco se relacionaba con el colapso de Lehman Brothers en Estados Unidos. Más bien tuvo que ver que “los compinches políticos del gobierno” se convirtieron en los dueños de los bancos, mientras muchos clientes, incluido él, perdieron una gran cantidad de dinero que las entidades financieras los habían convencido de invertir sin ninguna garantía estatal.
“Todavía se sienten las secuelas de la crisis”, continúa. El sector público carece de fondos suficientes, al punto de que los médicos están en huelga - algo poco frecuente en países avanzados- dice. Sin embargo, para él, la recesión abrió los ojos de muchos ciudadanos sobre los defectos profundos en la política de Islandia, y ese fue el gran salvavidas.
El ruido épico de las cacerolas
En enero de 2009, cuando la crisis comenzaba a permear los hogares islandeses, abuelos, jóvenes y hasta niños, sin ninguna filiación política y de manera espontánea, pasaron de la resignación a la protesta pacífica.
Miles de islandeses se instalaron frente al Parlamento, primero cada fin de semana, luego todos los días, y con bolas de nieve e implementos de cocina como ollas, cacerolas, huevos y cucharones, exigieron la dimisión del entonces Primer Ministro, Geir Haarde.
Thorvaldur Gylfason recuerda cuando los miembros del Coro Nacional, acompañados por el vicedirector de la Policía, se pusieron de pie en los escalones de la entrada del edificio del Parlamento y entonaron canciones patrióticas, logrando que a los dos días, el 23 de enero de 2009, el gobierno dimitiera.
Desde los años sesenta, cuando el país se convirtió, en contra de la voluntad popular, en miembro fundador de la OTAN, no ocurría algo similar. Sigrún Davíðsdóttir, analista económica para el Servicio de Radiodifusión Nacional de Islandia, afirma que este tipo de manifestaciones ciudadanas son infrecuentes en su país, y que nunca antes en la historia de Islandia la gente se había movido tanto por una causa, ni habían logrado semejante cometido: celebrar elecciones anticipadas el 9 de mayo de 2009, de las cuales salió victoriosa la antigua ministra de Asuntos Sociales, Jóhanna Sigurðardóttir.
Los ciudadanos continuaron exigiendo que se acusara al ex mandatario, y en abril de 2010, una investigación parlamentaria llegó a la conclusión de que él, así como otros altos funcionarios, habían propiciado con su negligencia el colapso financiero. Haarde tendría que responder por ello ante la justicia.
“La rebelión de las cacerolas”, como llamaron al movimiento, sentó las bases para que Islandia emergiera del hoyo financiero al que la corrupción había llevado.
“La constitución más democrática del mundo”
Los ciudadanos también pusieron sobre la mesa la necesidad de hacer cambios en la Constitución y, por ello, el Parlamento acordó la necesidad de convocar a una asamblea constitucional para revisar la Carta Magna del país.
Thorvaldur Gylfason, a quien los islandeses eligieron como uno de los 25 constituyentes (entre los que están desde granjeros hasta físicos, sin ninguna filiación política), explica que cuando los países colapsan, una cosa natural que hacen sus habitantes, entre otras cosas, es inspeccionar su fundamento legal y constitucional para buscar fallas latentes y solucionarlas.
Aprendiendo la lección de las protestas a nivel nacional y de la presión de las organizaciones civiles, los partidos decidieron involucrar a los ciudadanos a la hora de crear una nueva constitución.
De forma alterna, los ciudadanos se habían comenzado a unir en movimientos de grupos de trabajo y convocaron a un Forum Nacional en el que 1500 personas fueron invitadas a participar, 1200 de ellas fueron escogidas aleatoriamente del registro nacional y 300 eran representantes de compañías.
En la elaboración de la nueva Constitución, los 25 representantes tuvieron en cuenta las opiniones y recomendaciones que la sociedad civil hizo por medio de correos electrónicos y redes sociales, como Facebook y Twitter. Era la primera vez en la historia mundial que internet influía en el proceso de preparación de una Constitución.
“Existe gran cantidad de potencial humano sin explotar en todos los países, ya sean grandes o pequeños. De lo que se trata es de encontrar modos eficientes para aprovecharlo. La participación ciudadana aportó mucho al debate. Sus comentarios fueron constructivos y de gran ayuda”, expresó Gylfason al referirse al método con el que se elaboró la carta magna de su país.
Además, los borradores de la nueva constitución fueron publicados en internet cada semana con el fin de que los usuarios pudieran aportar ideas y comentar sobre el trabajo realizado por los 25 constituyentes, e incluso las reuniones de los representantes fueron transmitidas a través de la web.
“Es por esto que considero que esta es la constitución más democrática jamás convocada en el mundo”, opina el economista, para quien no hay duda de que los ciudadanos salvaron al país del colapso.
Islandia es un increíble laboratorio de pruebas y un pequeño gran maestro para el resto de Europa, afirmación que Birgitta Jónsdótti, parlamentaria islandesa y portavoz de varios grupos como Wikileaks explica así: “dejamos que cayeran los bancos privados, no nos preocupamos en rescatarlos, llevamos a prisión a los culpables de nuestra catástrofe, superamos la peor crisis de nuestra historia sin costes sociales, reescribimos la constitución entre todos y nos armamos de herramientas para evitar que el gobierno hiciera lo que no queríamos. Solo así impedimos que otra crisis nos golpee”.
MARIANA ESCOBAR ROLDÁN
REDACCIÓN EL TIEMPO
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