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El secuestro cambió la vida de caserío de Chocó

Habitantes de Las Mercedes aseguran que no conocían al general Alzate.

Sin prisa y con toda la calma del mundo, las manos de Hamilton Murillo desenredan la ‘trasmalla’ que usará para pescar los bocachicos, doncellas y bagres que se pasean por el caudaloso río Atrato. Lo tiene al frente. El sol golpea como siempre antes de entrarse el mediodía. Los niños nadan cerca de las pangas y las mujeres lavan ropa.
Sería igual que otro caluroso día si en el corregimiento de Las Mercedes, de Quibdó, no rondara un fantasma desde la tarde del pasado domingo cuando, por boca de soldados que llegaron en la noche, se enteraron de que un general había desembarcado allí y de que allí, donde ellos viven de la agricultura, la pesca y la construcción de pangas, fue secuestrado. (Análisis: Secuestro de Alzate no es una amenaza real para el proceso)
No habían escuchado el nombre Rubén Darío Alzate, ni sabían quién era él ni a qué llegó. Pero lo que había sucedido horas antes ya les era claro.
Ese día, el para la población desconocido comandante de la Fuerza de Tarea Titán llegó en una lancha con la abogada Gloria Urrego, el cabo Jorge Rodríguez y un soldado que piloteaba la embarcación.
Al otro lado de donde desembarcaron había cuatro hombres que “parecían esperándolos”.
“Aquí viene mucho turista, por eso no nos pareció raro. Todos estaban de civil”, recordó Hamilton sin dejar de deshilar la improvisada red de la que cuelgan tarros plásticos de gaseosa y una que otra piedra.
Quienes vieron cómo ocurrieron las cosas prefieren ocultar su identidad. (Lea también: Víctimas piden a Santos retomar las negociaciones)
“Los hombres (los supuestos guerrilleros) se sentaron en la iglesia. El general venía caminando. Dos de los hombres se le acercaron, lo saludaron formalmente y siguieron caminando y hablando. Después de unos minutos de estar en el atrio de la iglesia se montaron en la panga en que llegaron los hombres”, recordó una habitante del corregimiento, que dice que no les quitó el ojo de encima.
Río abajo, por ahí se fueron. Al lunes siguiente ya todo fue temor. Por las preguntas de los periodistas se enteraron de que el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, había dicho que los guerrilleros salieron de las coloridas casas –todas palafíticas– fuertemente armados y que amenazaron al oficial y a su comitiva.
“Eso es falso. Yo no sé por qué ese Ministro dice esas cosas si ni acá ha venido a hablar con nosotros. Él qué va a saber”, expresó vehementemente Aristides Valoyes, un humilde pescador del corregimiento. Ve por un solo ojo –un accidente le quitó el otro–, pero “veo bien. Y no hay que ser ciego para saber que esa gente se conocía”.
De ahí, no saben más. Solo que desde ese día hasta comparten día y noche con alrededor de 15 militares que se la pasan andando por la orilla del río que linda con sus casas.
Aunque con miedo por esos señalamientos, la vida sigue igual. Unos pulen la madera para las pangas, los niños intentan aprender a pescar con nailon y uno que otro anzuelo que los adultos les regalan.
Así la electricidad solo la reciban por escasos momentos, no tengan acueducto o alcantarillado y los problemas sean mucho mayores que las soluciones, viven en paz y tranquilos. (Lea también: El prontuario del bloque 'Iván Ríos', que secuestró al general Alzate)
En 1999, debido a señalamientos que los involucraban con las Farc, un grupo paramilitar los desplazó hacia Quibdó. Cuando volvieron, dos años después, encontraron en ruinas lo que dejaron, por eso no quieren que se repita la misma historia.
La alcaldesa de Quibdó, Zulia Mena, alertó a las autoridades a raíz de informaciones que sugieren que, debido al secuestro del general Rubén Darío Alzate, se podrían producir desplazamientos masivos de la población rural. A su vez, emprendió una protesta simbólica en las afueras de la Alcaldía de Quibdó.
Allí puso tres sillas que, según ella, no quitará hasta que el frente 34 de las Farc libere a todos los secuestrados.
YEISON E. GUALDRÓN S.
Enviado especial de EL TIEMPO
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