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Exinformante de las Auc se la juega por un futuro lleno de 'postres'

Ingresó a las Auc presionado por las Farc. Hoy quiere hacer lo que más le gusta: cocinar.

David Arango
Cuando Leonardo Velásquez vio que el guerrillero de las Farc, que acostumbraba cobrarle ‘vacuna’ por su puesto de venta de plátano, tenía un revolver en la mano, tomó el bate con el que se defendía de los ladrones y le asestó un golpeen la cabeza tan fuerte al insurgente que este cayó al suelo. Asustado, Velásquez salió corriendo de la plaza de Cenabastos de Cúcuta.
“Ese día nos quedamos sin dinero porque el costo del transporte de la mercancía superó las ganancias, por eso cuando vi que estaba armado entré en pánico”, recuerda este campesino de 44 años nacido en San Martín del Lobo (Cesar), quien ese día a comienzos de 2002 se despidió de su mamá y sus hermanos, y se escondió en casa de sus amigos.
“A donde iba me buscaban los guerrilleros, incluso molestaban a mi madre. Me sentía acorralado y tenía mucho miedo”, dice. Por eso cuando un comerciante le avisó que un comandante del Bloque Catatumbo de las Auc (Autodefensas Unidas de Colombia) podía ayudarlo, no dudo en acudir a él.
“Él me dio protección mientras me iba de Cúcuta a Ocaña (Norte de Santander). Allá llegué y trabajé descargando bultos de papa y panela con el hermano de Ana del Carmen Huertas, mi pareja”, afirma Leonardo.
Ella recuerda que lo que le atrajo de él fue su manera de ser. “Era tranquilo y muy responsable con las cosas del hogar”, dice. Meses más tarde formalizaron su relación y se fueron a vivir juntos.
Leonardo repartía su tiempo entre la plaza de mercado y los encargos que le pedían integrantes del Frente Héctor Julio Peinado del Bloque Norte de las Auc, comandado por Rodrigo Pupo Tovar, alias ‘Jorge 40’. Un día se lo llevaron a hacer un curso de dos meses, donde le dijeron que era un informante urbano. Ese fue el comienzo de sus cuatro años en el grupo.
“La verdad, todo pasó sin que me diera cuenta y de un momento a otro ya trabajaba con ellos”, afirma Leonardo, quien ahora tiene dos hijastras, un hijo y un trabajo en el que además de ser vigilante de un restaurante, ubicado al sur de Bogotá, cocina el caldo de costilla, la carne en bistec y los tamales del desayuno para los cientos de comensales que visitan el lugar.
Su jornada, que va de 6 de la tarde a 5 de la mañana y los fines de semana hasta medio día, incluye vigilar y ayudar a parquear los carros de los clientes en la estrecha calle frente al negocio.
‘El Gordo’ como le apodan, empaca orgulloso en el bolsillo de su chaleco azul las propinas que le dan. Siempre está de pie: almuerza de pie, charla de pie y cuando es necesario camina entre las mesas del restaurante y pregunta por el dueño de un carro que quedó mal parqueado o que bloquea la salida de otro. Tiene cuidado de que los carros no le pasen por encima y de que no se estrellen.
“Aquí no se le ha rayado el vehículo a nadie. Aunque a veces la gente es grosera con uno. De todas formas si hay peleas basta con llamar a la autoridad”, dice y enseña el radio con el que informa a la policía del cuadrante.
Otros días, cuando no trabaja, es arquero en un equipo de fútbol de excombatientes y en las noches repasa las recetas de cocina que aprendió cuando recién se desmovilizó el 8 de marzo de 2006, en Copey (Cesar).
Postres, ensaladas, pasteles…
Durante los cuatro años que fue informante para las Auc no tenía horario y lo llamaban a cualquier hora para una reunión. Leonardo, quien nunca empuñó un fusil, recuerda que se cometían abusos hacía la población y que sus compañeros ya querían retirarse.
“Había jóvenes que entraron porque no les gustaba trabajar, creían que era fácil estar en la autodefensa. Vi a mucha gente arrepentirse y maltratar a las personas. Era como estar en el lugar equivocado. No sentía la tranquilidad que ahora tengo”, señala.
Cuando dejó las Auc se reencontró con su hijo, que ya tenía 4 años, y comenzó a recuperar el tiempo perdido: estudió un técnico en sistemas e inició su proceso de reinserción a la sociedad en la entonces Alta Consejería para la Reintegración.
Mientras tanto algunos de sus compañeros comenzaron a ser reclutados por las Águilas Negras. “Les ofrecían rearmarse y a los que no querían los mataban”, recuerda. Por eso viajó a Bogotá donde estudió un técnico en cocina en el Colegio Cafam y luego encontró trabajo como vigilante. Leonardo cuenta que el próximo año montará un negocio de postres en Valledupar.
“La idea es que sea en un sitio muy concurrido que conozco y donde se pueden vender merengones, ensaladas y fresas con crema. El fuerte del negocio será el postre de limón que es muy rico”, dice Leonardo, quien cuenta su receta.
“Para hacer 4 porciones usted necesita el jugo de 12 limones. Luego mezcla un cuarto de harina con medio vaso de agua tibia. Aplica el jugo de a poquitos y pone todo en el horno no más de 45 minutos. Lo saca, lo huele y eso queda delicioso. Le va a encantar a la gente”.
‘La verdad no duele’
Leonardo hace parte de los cerca de 8.000 excombatientes que se acogieron de manera voluntaria a la Ley 1424 de 2010, que reúne testimonios sobre el accionar de todos los grupos armados. Al finalizar el proceso cada participante recibe una certificación que indica que aportó con su versión de los hechos.
Miriam Criado, la sicóloga que escuchó el testimonio de Leonardo, es una de las encargadas de recopilar estas declaraciones, que serán la base de un informe del Centro de Memoria Histórica.
“Nuestro interés es reconstruir cómo, dónde y con quién actuaron los grupos armados. Esto nos permite darles a las víctimas una versión más amplia de los hechos y a la sociedad le hace entender la dimensión del conflicto”, asevera Criado.
Cuando se reúne con otros excombatientes, Leonardo los anima a participar en el proceso.
“A algunos les da miedo que los metan presos, pero eso no es así. Les digo que hablen, que cuenten la verdad porque eso no duele. Creo que después de estar en un grupo lo mejor es contar lo que se sabe. Así uno duerme más tranquilo”, afirma.
David Arango
David Arango
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